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jueves, 15 de marzo de 2018

BUSCA TU REFUGIO

(Run for cover) - 1955

Director: Nicholas Ray
Guion: Winston Miller. Basado en la obra de Harriet Frank Jr. e Irving Ravetch

Intérpretes:
- James Cagney: Matt Dow
- Viveca Lindfords: Helga Swenson
- John Derek: Davey Bishop
- Jean Hersholt: Mr. Swenson
- Grant Withers: Gentry
- Jack Lambert: Larsen
- Ernest Borgnine: Morgan
- Ray Teal: Sheriff

Música: Howard Jackson
Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. Prunera. Nota: 7’5

“En nuestro país los hijos no decían ‘no te preocupes’ cuando los padres ordenaban algo” (Mr. Swenson) “Por eso me gusta América” (Helga Swenson)” 


SINOPSIS: Matt Dow, un expresidiario que viene de cumplir 6 años de cárcel, es confundido por un peligroso atracador. Durante el tiroteo, un joven al que acaba de conocer (Davey Bishop), cae gravemente herido. Acogido por la comunidad que lo ataca por error, Dow acaba haciéndose respetar en el pueblo, convirtiéndose en su sheriff y prometiéndose con una preciosa chica. Sin embargo, los problemas con su amargado “hijo adoptivo” (Bishop) no harán más que empezar.


“Busca tu refugio” es una de esas pequeñas joyas del western que apenas nadie conoce y que, sin ser ningún peliculón, merece —a mi juicio— una justa, necesaria y proporcionada reivindicación. Espero, sinceramente, que mi reseña contribuya a ello.


Estamos, por de pronto, ante un western de Nicholas Ray. El autor —entre otros— de títulos tan míticos como “En un lugar solitario”, “Rebelde sin causa” o “Johnny Guitar”. Un dato que, sin lugar a dudas, ya nos ofrece —de entrada— cierta garantía de calidad y, sobre todo, de sello autoral. No en vano, Nicholas Ray fue un cineasta con una estética y una temática muy personales y eso podemos constatarlo no tan sólo en sus películas más conocidas sino también en films más modestos como el que hoy nos ocupa.


Así pues, desde un punto de vista puramente estético o formal, cabe mencionar el empleo, en esta peli, de VistaVision, un procedimiento de impresión fotográfica que proporcionaba una gran nitidez de imagen. Y eso, unido a la habitual solvencia de Ray tras las cámaras y los impresionantes exteriores que luce “Busca tu refugio” (recordemos que parte de ella se rodó en el Parque Nacional Azteca de Nuevo Mexico) hacen de esta peli un western con un acabado visual francamente extraordinario.



Pero si algo distingue a las películas de Ray ese algo es, sin lugar a dudas, su aspecto temático. Y es que aunque “Busca tu refugio” es una peli que no se aparta ni un milímetro de lo que viene a ser la narrativa clásica tradicional (con su ritmo, su orden y su causalidad), los temas en los que ahonda Ray en este western son muy personales y, por consiguiente, muy habituales en sus películas. Así, Matt Dow (James Cagney), el protagonista, es (como Vienna o Johnny Guitar en “Johnny Guitar”) un héroe veterano, desarraigado y con un oscuro pasado que pesa sobre sus espaldas como una verdadera losa, mientras que Davey Bishop (John Derek), su compañero, también es un joven sin familia cuya lesión, rebeldía (por ahí aparece la inevitable comparación con el Jim Stark de “Rebelde sin causa”) y complejidad psicológica lo convierten —a su vez— en un chico solitario, ambiguo y amargado.


A partir de estos dos ejes, Nicholas Ray lo que hará será tejer una singular relación paternofilial. Una relación que, como es natural, nace a causa del hijo perdido de Dow y del padre que Davey (huérfano desde niño) nunca conoció. Sin embargo, esa relación nunca acabará de funcionar. Y no acabará de funcionar porque, por mucho empeño que Dow le eche para convertirse en un buen padre, por mucho que proteja a su “ahijado” y le conceda múltiples oportunidades para trabajar, integrarse en la sociedad, enmendar sus errores y construir una relación de confianza mutua, Davey decepcionará a su “padre adoptivo” —inexorablemente— una vez tras otra. Una terrible y despiadada frustración que le otorga a este western una pátina de tristeza, desencanto y fatalidad muy a tener en cuenta y que nos remite a la siguiente (y desoladora) moraleja o conclusión: el que es malo por naturaleza difícilmente dejará de serlo por muchas oportunidades que se le den.


Afortunadamente, “Busca tu refugio” también tiene buenos momentos. Y entre ellos cabe destacar la algo cándida historia de amor entre Matt y Helga y las pinceladas de comicidad (pocas pero destacables) que Ray decide imprimir al, por otro lado, duro y electrizante James Cagney. Un actor que, pese a no ser un habitual del género (lo suyo, sin lugar a dudas, eran las pelis de gángsters), borda su papel. John Derek y Viveca Lindfords, por su parte, están simplemente correctos.


En fin, que estamos ante un western muy entretenido que no decae en ningún momento y que, pese a no ser la octava maravilla del género, cuenta con buenos diálogos, persecuciones, encuentros con los indios, robos, linchamientos, puñetazos, trifulcas en el saloon y tormentas de arena. Si a ello le añadimos que, como ya hemos comentado, también se halla muy presente en él el inconfundible sello Nicholas Ray mi pregunta es: ¿Qué más se le puede pedir a un western? Que lo disfrutéis.




viernes, 20 de octubre de 2017

PEQUEÑO GRAN HOMBRE

(Little big man, 1970)

Director: Arthur Penn
Guión: Thomas Berger y Calder Willingham

Intérpretes:
- Dustin Hofmann: Jack Crabb
- Faye Dunaway: Mrs. Pendrake
- Chief Dan George: Old Lodge Skins
- Martin Balsam: Mr. Merriweather
- Richard Mulligan: General George A. Custer
- Jeff Corey: Wild Bill Hickok
- Aimee Eccles: Sunshine
- Kelly Jean Peters: Olga Crabb

Música: John Paul Hammond
Productora: 20th Century Fox
País: Estados Unidos

Por Xavi J. Prunera. Nota: 7,5

General Custer: “No habrá indios allí, supongo”
Jack Crabb: “Yo no he dicho eso. Allí le aguardan miles de indios. Y cuando terminen, solo quedará de usted una grasienta mancha. Esto no es río Washita, General. No son mujeres y niños indefensos los que le están esperando. Son guerreros Cheyennes y Sioux. Vaya a su encuentro si tiene agallas”


SINOPSIS: Jack Crabb es un anciano de 121 años que relata su dilatada vida a un historiador que le pregunta por su pasado. Tras asegurarle que él es el único superviviente blanco de la última batalla del General Custer en Little Big Horn, Crabb nos cuenta como fue capturado y criado por los cheyennes desde niño y como desempeñó diferentes ocupaciones (buhonero, tendero, pistolero, mozo de mulas, trampero, ermitaño…) y fue testigo de mil y una vicisitudes a caballo entre los hombres blancos y su antigua tribu.


Desde luego “Pequeño Gran Hombre” es un western de su tiempo, los 70’. Un tiempo en el que el western clásico y crepuscular aún gozaban de relativa buena salud (“Río Lobo”, “El último pistolero”, “Dos mulas y una mujer”, “Pat Garrett & Billy the kid”, “La balada de Cable Hogue”, “La venganza de Ulzana”…) pero en el que, poco a poco, el spaghetti-western (“¡Agáchate, maldito!”, “Vamos a matar, compañeros”, “Keoma”, “Mannaja”, “Mi nombre es ninguno”…) y ciertas propuestas más contemporáneas e innovadoras (“Las aventuras de Jeremiah Johnson”, “Un hombre llamado caballo”, “Los vividores”, “El fuera de la ley”,  “Soldado Azul”…) empezaban a abrirse paso. “Pequeño Gran Hombre” forma parte, obviamente, de este último grupo. Y ello comporta, por consiguiente, que no sea un western demasiado apreciado por los sectores más puristas del género. Aún así, permitidme que rompa una lanza a favor de la peli de Arthur Penn. Entre otras cosas porque pese a sus defectos —que los tiene— “Pequeño Gran Hombre” es uno de esos westerns que generan empatía, que se ven con agrado, que destilan encanto, vaya.


De entrada conviene recordar que la coletilla del título dice “Was Either The Most Neglected Hero In History Or A Liar Of Insane Proportion!”. Algo así como “Fue el héroe más descuidado de la historia o un mentiroso de proporciones demenciales!”. Con ello ya partimos de la base que la historia de los Estados Unidos (como las historias de casi todos los países) se halla envuelta por un aliento épico y grandilocuente más que sospechoso. Una historia “oficial” que intenta camuflar a toda costa otra historia no tan amable. Lo que podríamos denominar como “Leyenda negra”, vaya. Y eso es lo que pretende mostrarnos con acertadas dosis de acidez y comedia Arthur Penn: la leyenda o crónica negra de los Estados Unidos a lo largo de más de un siglo, desde que un personaje de ficción llamado Jack Crabb es capturado por los Cheyennes de niño hasta que, a los 120 años, le cuenta su vida a un periodista (1959).


Naturalmente, Penn exagera y caricaturiza. Resulta bastante difícil de creer que el General Custer fuera tan bobo y engreído y que Wild Hill Hickok fuera tan paranoico pero, ¡qué más da!, lo que pretende Penn es desmitificar el Far West y sus héroes usando el humor, el sarcasmo y la ironía… y a fe de Dios que lo consigue. Así pues, lo que podría haber sido un relato trágico, amargo y desagradable se convierte, gracias a la mordaz narración de Penn, en una película original, osada, autocrítica y —sobre todo— muy divertida.


Pero si hay algo que me encanta de esta película es como nos muestra a los indios, concretamente a los Cheyennes. Posiblemente los nativos norteamericanos no fueran tan nobles ni los blancos tan miserables como nos los describe “Pequeño Gran Hombre” pero dejando al margen la maldita equidistancia por la que últimamente todo el mundo acostumbra a optar para ser políticamente correcto yo diría que lo más probable es que por ahí fueran los tiros. Y nunca mejor dicho.


Precisamente por eso creo que resulta más que evidente que “Bailando con lobos” le debe mucho a “Pequeño Gran Hombre”. Muchísimo. En primer lugar porque —como en “Bailando con lobos”— gran parte de su metraje transcurre en el seno de la tribu india donde Jack Crabb o “Pequeño Gran Hombre” se crió. Y en segundo lugar por su talante total y absolutamente proindio: porque los que aman la naturaleza y sus semejantes, los que tienen dignidad y principios, son los indios. Los “seres humanos”, vaya. Nada que ver con los pueblos y ciudades “civilizadas”, donde habita lo más perverso y ruin. De hecho, para los indios todo está vivo: ríos, plantas, animales… En cambio, para los blancos todo está muerto. Y si hay algo vivo, acaban matándolo.



Al margen de todo esto, “Pequeño Gran Hombre” es una película que —pese a su largo metraje (dos horas y media)— discurre ágil y resulta francamente entretenida. Algo que sumado a la excelente fotografía de Harry Stradling Jr. (“El día de los tramposos”, “Tal como éramos”, “Muerde la bala”…), a frases realmente memorables (“mi corazón se remonta como un gavilán”, “hoy es un bonito día para morir”…) y a la gran interpretación de Dustin Hofmann (perfecto para un rol de este tipo), Faye Dunaway y Chief Dan George (genial también en “El fuera de la ley”) consuma, sin lugar a dudas, un western tan inclasificable como injustamente olvidado. Atención también a la escena en la que Jack Crabb consigue engañar a Custer para que ataque a los indios en Little Big Horn y que encontraréis sintetizada en la frase o pequeño diálogo escogido para esta reseña. Como podéis suponer, mi favorita.


Así pues, notable casi alto para una peli que muchos amantes del género no suelen apreciar demasiado por su arriesgada mixtura de géneros (el humor asociado al western fue una de las causas de la extremaunción del spaghetti-western con “Le llamaban Trinidad” y sucedáneos) y también quizás por querer abarcar más de la cuenta y por esa dichosa voz en off que no a todo el mundo gusta. Quedémonos, por lo tanto, con su talante crítico y desmitificador, con su marcado carácter proindio y, como ya dije antes, con su incuestionable encanto. Porque tenerlo, lo tiene.



jueves, 25 de mayo de 2017

TERROR EN UNA CIUDAD DE TEXAS

Terror in a Texas Town - 1958

Director: Joseph H. Lewis
Guión: Ben Perry, Dalton Trumbo

Intérpretes:
- Sterling Hayden: Georg Hansen
- Sebastian Cabot: Ed McNeil
- Nedrick Young: Johnny Crale
- Victor Millan: Mirada
- Carol Kelly: Molly

Música: Gerald Fried
Productora: Seltzer Films / United Artists
País: Estados Unidos


Por Xavi J. Prunera. Nota: 7,5

McNeil: “El tipo de crimen al que estás acostumbrado ya no está de moda”
Crale: “Mientras haya hombres como tú, habrá trabajo para gente como yo"


SINOPSIS: Prairie City, Texas. Sven Hansen, un granjero sueco, es asesinado por orden de Ed McNeil, el cacique local, al negarse a vender sus tierras. Poco después llega al pueblo Georg, el hijo de Hansen, un pescador que tampoco querrá vender la granja de su padre. Lo que no sabe Georg es que McNeil quiere sus tierras porque contienen petróleo y que para lograr su objetivo el poderoso cacique ha contratado los servicios de un despiadado pistolero: Johnny Crale.


Aunque soy muy consciente que aún me quedan algunos clásicos del western por ver y revisar me he propuesto hace poco ir visionando, simultáneamente, todos aquellos westerns de serie B que pueda y merezcan la pena. Naturalmente, estamos hablando de pelis mucho menos conocidas que los standards del western de toda la vida. Y eso implica que las escasas referencias que nos van llegando sobre ellas puedan, incluso, hacernos dudar sobre la veracidad y/u objetividad de nuestros avaladores… ¿Será tan buena como dicen? ¿No me la estarán sobrevalorando en demasía?  Si es tan buena… ¿Por qué es tan poco conocida?


Afortunadamente yo soy de aquellos que confían en sus avaladores. En primer lugar porque, en mi caso, son compañeros cinéfilos con bagaje y criterio. Y en segundo lugar porque me lo han demostrado sobradamente. No en vano, las dos primeras recomendaciones a las que me he enfrentado (“Tambores Apaches” y la que hoy nos ocupa, “Terror en una ciudad de Texas”) me han gustado muy mucho. Pero bueno, dejémonos de circunloquios y vayamos a “Terror en una ciudad de Texas”.


Para empezar diré que pese a contar con una premisa argumental aparentemente algo trillada y simplona (la venganza), “Terror en una ciudad de Texas” es, sin embargo, una peli interesante, entretenida y muy jugosa. De entrada porque detrás de quien firma el guión (Ben Perry) está, en realidad, Dalton Trumbo (“Johnny cogió su fusil”, “Vacaciones en Roma”, “Papillon”, “Espartaco”…), uno de los mejores guionistas de Hollywood. Y eso significa, naturalmente, que el guión no es tan trivial o canónico como pueda parecer a primera vista y que —al margen de extraordinarios diálogos— contiene, asimismo, segundas lecturas muy dignas de tener en cuenta. En este caso —básicamente— la de que para lograr cualquier objetivo hay que luchar por vencer el miedo y, ya de paso, romper la “ley del silencio”. Una lectura, como podemos constatar, muy en su línea de defender la libertad de expresión y de luchar contra el macarthismo o Caza de Brujas que persiguió a este grandísimo guionista durante años. Por otro lado, además, estamos ante un western protagonizado por un sueco. Un inmigrante, vaya. Pescador para más señas. Un tipo que no usa revólver y que en pleno clímax de la peli se enfrentará a su rival con un arpón para matar ballenas. Así pues, sólo me queda decir que si con todo lo expuesto seguís creyendo que estamos ante una propuesta rudimentaria y banal, dejémoslo aquí.


Lo que más me ha sorprendido de “Terror en una ciudad de Texas” es, sin embargo, su extraordinaria puesta en escena. Sus encuadres. Su fotografía. Su riqueza de planos. Y es que pese a que estamos ante un western modesto, de serie B, el particular enfoque visual o estético de su director, Joseph H. Lewis, me ha parecido realmente portentoso. Naturalmente, la escasez de medios o presupuestaria habrá influido en la repetición de algunos de estos magníficos planos para tratar de rellenar o alargar una peli más bien corta (80 minutos) pero lo que está claro es que este cineasta (del que no he visto ninguna peli y solo me suena, ligeramente, “El demonio de las armas”) es, como poco, un excepcional artesano.


Otro de los aspectos que más me han gustado de este western es, obviamente, su concisión narrativa. Esa capacidad que tenían cineastas clásicos como Ford, Walsh o Hathaway para meterte de lleno en sus historias y que Lewis demuestra también poseer pese a que su nombre nunca haya sido tan conocido y valorado como el de los anteriores. Por si fuera poco, además, la peli de Lewis cuenta con un singular flashback que la redondea y que nos mantiene ansiosos y expectantes durante todo el metraje.


Por otro lado tenemos los personajes. Personajes mucho más complejos de lo que aparentan y a partir de los cuales Lewis y Trumbo pueden construir una historia más densa y sustanciosa. Como casi siempre, los personajes que a mi más me han atraído son los negativos. Empezando por ese despiadado y neurótico pistolero manco que sabe que sus días de gloria han acabado y acabando por ese gordo y repulsivo cacique que come y humilla a diestro y siniestro. Dos personajes que interpretan notablemente Nedrick Young y Sebastián Cabot y que aportan capas y matices a la narración de los acontecimientos. Salvando las distancias, a mi me han recordado levemente al Frank y al Morton de “Hasta que llegó su hora”.


Naturalmente, no podemos olvidarnos de Sterling Hayden. Y es que a pesar de que Hayden nunca ha sido un actor demasiado expresivo, lo cierto es que este tipo de papeles (de tipo algo brutote y decidido) siempre le han ido de perlas. Por si fuera poco, es un tipo que realmente impone. Sobre todo si a su 1’96 m. de estatura le añades un arpón ballenero de dos metros al hombro. Tremendo.





jueves, 11 de mayo de 2017

COMANCHERÍA

(Hell or High Water - 2016)

Director: David Mackenzie
Guión: Taylor Sheridan


Intérpretes:
- Chris Pine: Toby Howard
- Ben Foster: Tanner Howard
- Jeff Bridges: Marcus Hamilton
- Gil Birmingham: Alberto Parker
- Katy Mixon: Jenny Ann
- Dale Dickey: Elsie
- Marin Ireland: Debbie Howard
- Kevin Rankin: Billy Rayburn

Música: Nick Cave y Warren Ellis 
Productora: CBS Films / Sidney Kimmel Entertainment / Oddlot Entertainment / Film 44 / LBI Entertainment / Oddlot Entertainment production
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. Prunera. Nota: 9,00

“He sido pobre toda la vida. También mis padres. Y mis abuelos. Es como una epidemia que se transmite de generación en generación hasta que se convierte en un epidemia" (Toby a Marcus)


SINOPSIS: Toby y Tanner Howard son dos hermanos (un padre divorciado y un expresidiario) que —tras la muerte de su madre— se dedican a atracar pequeñas sucursales bancarias del oeste de Texas con objeto de poder conseguir el dinero necesario para salvar del embargo su rancho familiar. Marcus Hamilton y Alberto Parker serán los rangers de Texas encargados de perseguirles y arrestarles. Una misión que, sin embargo, no les va a resultar nada fácil.

Llevaba tiempo con ganas de reseñar un neowestern. Ya sabéis: esos films que no se desarrollan dentro de los límites cronológicos habituales del género pero que guardan —respecto a éste— multitud de elementos temáticos y/o iconográficos que nos remiten, irremisiblemente, al viejo cine del oeste. Me estoy refiriendo a pelis como “Lone Star” (1996), “Los tres entierros de Melquíades Estrada” (2005), “No es país para viejos” (2007) o, como no, a “Comanchería” (2016).

Personalmente, creo que este es el camino que debería seguir el western contemporáneo. Y no porque actualmente no se puedan rodar westerns a la antigua usanza (“Deuda de honor” (2014), “Los odiosos ocho” (2015), o “Bone Tomahawk” (2015) así nos lo constatan) sino porque creo, sinceramente, que el neowestern se adapta mucho mejor a los nuevos tiempos. Básicamente porque aunque no se trata de ninguna moda o novedad (“Conspiración de silencio” (1955), “Vidas rebeldes” (1961), “Los valientes andan solos” (1962), “Hud” (1963) o “Quiero la cabeza de Alfredo García” (1974) ya fueron auténticos neowesterns en su época) de lo que no me cabe ninguna duda es que —como mínimo— el neowestern actual no tiene por qué cargar con esa pesada losa denominada comparación. O peor aún: remake. Una terrible lastre que sí han debido cargar peliculones como “El tren de las 3:10” (2007), “True grit” (2010) o “El renacido” (2015) y que, por supuesto, ha jugado claramente en su contra.

Así pues… ¡Que vivan los neowesterns! Sobre todo si son tan buenos como “Comanchería”. Un film que cuenta con todos esos elementos temáticos e iconográficos de los que hablábamos anteriormente y que, al mismo tiempo, se convierte en un fiel reflejo de la actual América de Trump. Una América profunda devastada por la crisis financiera, por la especulación salvaje… por la Gran Recesión, vaya. Y es precisamente en este contexto de pobreza, de decadencia white trash, en el que se mueven Toby (Chris Pine) y Tanner (Ben Foster), nuestros protagonistas. Dos hermanos muy distintos (Toby es un padre divorciado y Tanner, un expresidiario) que deciden unirse para hacer frente común a la inminente pérdida de su rancho familiar. Y lo harán de la única manera que saben o pueden hacerlo: atracando bancos. Pequeñas sucursales, eso sí, de pueblos perdidos en medio de la nada donde dar un golpe es tan fácil como hacerlo en una gasolinera, en una farmacia o en una licorería.

Nuestros outlaws, sin embargo, también tendrán sus pertinentes antagonistas o perseguidores. Y si poco nos ha costado empatizar con Toby y Tanner Howard, aún menos nos costará hacerlo con los dos rangers de Texas que les siguen el rastro: Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham). O lo que es lo mismo, un veterano policía a punto de jubilarse y un agente mitad indio/mitad mexicano entre los que existe, por cierto, una relación muy parecida a la de los dos hermanos Howard: por un lado son muy distintos y no dejan de burlarse e insultarse entre ellos a todas horas pero, por otro, se tienen un grandísimo afecto. Y éste es, precisamente, uno de los grandes atractivos de “Comanchería”. Su entrañable cuarteto protagonista. No solamente por lo bien que ha definido Taylor Sheridan, el guionista, a estos cuatro personajes sino porque —como resulta obvio— no estamos ante una historia de buenos y malos sino ante una historia de personas que sobreviven como pueden y que, por circunstancias, se hallan a ambos lados de la ley.

Pero… ¿A qué debemos el título de la peli? ¿Qué tiene que ver el término “Comanchería” en todo esto? Vayamos por partes. En primer lugar “Comanchería” se refiere, obviamente, al Territorio Comanche. Al noroeste de Nuevo Mexico, Oeste de Texas, Sudeste de Colorado y Kansas y todo Oklahoma. Al territorio donde se desarrolla la acción, vaya. Pero no solo eso. Hay una escena en la que Tanner se juega parte del dinero que ha robado en un casino y tiene un conato de enfrentamiento con un indio que también está jugando. Si me lo permitís, os adjunto el diálogo. Básicamente porque nos ayudará a entender mejor como encaja el título español (“Comanchería”) en toda esta historia. Recordad, por otro lado, que el título original (“Hell or High Water”) es una frase hecha que viene a significar algo así como “Cueste lo que cueste”.

Tanner: “¿Eres comanche? ¡Señores de las llanuras!”
Comanche: “Señores de la nada ahora ¿Sabes qué significa comanche? Significa enemigos para siempre”
Tanner: “¿Enemigos de quién?”
Comanche: “De todos”
Tanner: “¿Sabes en qué me convierte eso?”
Comanche: “En un enemigo”
Tanner: “No. Me convierte en comanche”

“Comanchería” también tiene, por lo tanto, esa pertinente dosis de épica que suele tener cualquier western que se precie. Y si hay una secuencia que lo constata fehacientemente, ésa es la escena en la que —tras el último atraco— Tanner deja a su hermano a salvo en las afueras del pueblo y arrastra a todos sus perseguidores hacia esa pequeña colina desde donde abate uno por uno a cuatro hombres y desde donde solo le cabe esperar a que lo maten. Quien no logre emocionarse ante ese noble gesto, ante esa conmovedora despedida y ante todo lo que viene a continuación es que —sin lugar a dudas— tiene un grave problema.

Pero si hay una escena que me gusta especialmente esa es, como no, la última. En la que se enfrentan Tanner y Marcus cara a cara y ponen las cartas boca arriba merced a un duelo dialéctico muy pero que muy bueno. Obviamente, no voy a comentar esa escena más allá de lo estrictamente necesario porque no quiero desvelar spoilers pero sí diré que me parece una de las mejores escenas del cine contemporáneo, que Bridges y Pine están soberbios y que esa secuencia —en cualquier caso— constituye la mejor forma de concluir una peli excepcional.

No quisiera finalizar esta reseña, sin embargo, dejando de lado dos aspectos que contribuyen a otorgarle a “Comanchería” una atmósfera muy especial. Me estoy refiriendo a la cálida fotografía de Giles Nuttgens (con algunos planos que parecen verdaderos cuadros) y a la tremenda banda sonora compuesta por Nick Cave y Warren Ellis. Una combinación sencillamente magistral.


miércoles, 26 de abril de 2017

SIN PERDÓN

(Unforgiven - 1992)

Director: Clint Eastwood
Guión: David Webb Peoples

Intérpretes:
- Clint Eastwood: William Munny
- Gene Hackman: Little Bill Daggett
- Morgan Freeman: Ned Logan
- Richard Harris: English Bob
- Jaimz Woolvett: Schofield Kid
- Saul Rubinek: WW Beauchamp

Fotografía: Jack N. Green
Música: Lennie Niehaus, Clint Eastwood
Productora: Warner Bros Pictures / Malpaso Company (Estados Unidos)

Por Xavi J. Prunera. Nota: 9

William Munny: “¿Quién es el dueño de esta pocilga?”



SINOPSIS: La brutal mutilación de una prostituta en Big Whiskey (Wyoming) no es razón suficiente para que su sheriff, Little Bill Daggett, castigue a sus dos autores. Indignadas ante tal infamia, las compañeras de la prostituta agredida reunirán algo de dinero para contratar a alguien que les haga justicia. Schofield Kid, un joven fanfarrón que busca emular las gestas del retirado cazarrecompensas William Munny (ahora criador de cerdos) contacta con éste y lo convence para asociarse con él y encargarse del trabajo. Munny contacta a su vez con Ned Logan, su antiguo socio, para que les ayude a él y al chico, pero al final tanto Logan como Schofield deciden retirarse. Aún así, Little Bill detiene a Ned y lo mata. La venganza de Munny no tardará en llegar.

Lo tengo decidido. Aunque aún me queda mucho western clásico por ver y nunca he sido, la verdad sea dicha, muy de repetir pelis que ya he visto una o dos veces, me he propuesto —a partir de ahora— volver a disfrutar, de vez en cuando, de esos western que, en un momento dado, marcaron de alguna manera u otra mi trayectoria cinéfila.

Empecé ayer mismo con “Sin perdón”, un western que pese a su carácter elegíaco y crepuscular constata al mismo tiempo que este grandioso género no murió con Peckinpah y Leone y que Eastwood (tras “Infierno de cobardes”, “El fuera de la ley” y “El jinete pálido”) merecía —sin lugar a dudas— que su nombre como cineasta pasara, tarde o temprano, a formar parte de la historia de forma total y absolutamente incuestionable.


Más allá de su propia trascendencia histórica y artística, sin embargo, lo que realmente ha conseguido este nuevo visionado de “Sin perdón” es volver a fascinarme. Tanto o más que la primera vez. Y lo ha conseguido porque la peli de Eastwood reúne, bajo mi punto de vista, todo cuanto debe atesorar cualquier obra cinematográfica que se precie. Me estoy refiriendo, concretamente, a cuatro elementos básicos: una buena historia, personajes memorables, secuencias para el recuerdo y emoción. Cuatro elementos básicos de los que “Sin perdón” anda bien provista y que la convierten, indudablemente, en una auténtica obra maestra del western contemporáneo.



Permitidme, pues, que vaya deshojando esos cuatro elementos, uno por uno, porque considero que vale mucho la pena incidir en cada uno de ellos por separado. Y quiero empezar con la historia que nos cuenta “Sin perdón”, con su guión, porque estoy convencido que esa es la gran piedra angular de la película de Eastwood. Una peli con un principio y un final soberbios y que discurre, toda ella, con un ritmo y una tensión absolutamente magistrales. Precisamente por ello me gustaría destacar el gran trabajo de David Webb Peoples escribiendo la historia de un expistolero a sueldo contratado para matar a dos vaqueros que le cortaron la cara a una prostituta. Una historia tan sencilla como cargada de matices que se apoya, como no, en una serie de personajes (tanto principales como secundarios) verdaderamente extraordinarios. Empezando por el mismísimo Will Munny (un veterano y, a priori, redimido asesino profesional que deberá abordar un último trabajo para solucionar sus necesidades económicas), pasando por Ned Logan (exsocio y fiel amigo de Munny), por Bob “el inglés” (un cazarrecompensas que acude a Big Whiskey con el mismo objetivo que Munny), por Schofield Kid (un joven pistolero, bastante cegato, tentado por la recompensa de las prostitutas) y acabando, naturalmente, por Little Bill Daggett (un sádico e implacable sheriff sin escrúpulos que impone la ley, su ley, en Big Whiskey).


Pero si por algo más “Sin perdón” me parece una peli incuestionablemente redonda es, sin lugar a dudas, por esas secuencias que quedan marcadas a fuego en nuestras retinas. Secuencias como la que nos muestra a un Will Munny manchado de purines hasta las cejas o cayendo al suelo en un vano intento de montar a un caballo poco acostumbrado a llevar un jinete encima. Secuencias tan realistas y desmitificadoras —por cierto— como la de la emboscada, en la que se nos certifica la indiscutible redención de Ned (incapaz de dispararle al vaquero herido) y en la que se demuestra, también, que disparar y acertar a cierta distancia no es tan fácil como siempre nos han hecho creer.

Aún así, mis secuencias favoritas de “Sin perdón” son las que se encuentran al final de la peli. Y es que cada vez que veo a Clint entrar en los billares de Big Whiskey —de noche y en plena tormenta— y le escucho decir (con la voz de Constantino Romero) “¿Quién es el dueño de esta pocilga?” no puedo evitar tragar saliva, clavar las uñas en el sofá y esperar acontecimientos. Lo que ocurre a continuación no voy a desvelarlo, claro, pero sí me gustaría apuntar que contiene lo que todo amante del western espera encontrar en una peli de este calibre: dramatismo, épica, tensión y, sobre todo, emoción. Casi tanta como la que desprende por los cuatro costados ese plano final de auténtica postal fordiana aliñado, por si fuera poco, con una delicada y estremecedora melodía (compuesta por el propio Eastwood) capaz de poner los pelos como escarpias al mismísimo diablo. Brutal.