NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta Slim Pickens. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Slim Pickens. Mostrar todas las entradas

jueves, 27 de diciembre de 2018

EL MÁS VALIENTE ENTRE MIL

(Will Penny, 1967)

Dirección: Tom Gries
Guion: Tom Gries

Reparto:
- Charlton Heston: Will Penny
- Joan Hackett: Catherine Allen
- Donald Pleasence: Preacher Quint
- Lee Majors: Blue
- Bruce Dern: Rafe Quint
- Ben Johnson: Alex
- Slim Pickens: Ike Walterstein
- Clifton James: Carlton
- Anthony Zerbe: Dutchy
- Roy Jenson: Boetius Sullivan
- G. D. Spradlin: Anse Howard

Música: David Raskin
Productora: Paramount Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“Y ¿Qué destino es ese? No hay una botella de whisky a cientos de kilómetros de él, ni un asomo de ciudad donde gastar un dólar”. Blue tras haber transportado el ganado.


Con el incomprensible y desafortunado título en castellano de “El más valiente entre mil” nos encontramos con la aportación más personal a este género de su director-guionista Tom Gries; un profesional dedicado fundamentalmente a la televisión que firmó con este wéstern su mejor película (1).


Estamos ante un proyecto largamente acariciado por su autor basado en el episodio que dirigió en 1960 para la serie de televisión “The westerner” (2), serie cuya autoría se debe a Sam Peckinpah. De hecho la película presenta ciertos elementos en común con el cine del director californiano, desde la visión melancólica y otoñal del Oeste hasta su veterano protagonista representante de un colectivo, los cowboys, condenado a su extinción con la llegada del progreso al ser incapaz de adaptarse a la nueva era. Así nos retrata un Oeste en profunda evolución en el que el desarrollo del ferrocarril, símbolo tanto de los nuevos tiempos como de la cohesión del país, pondrá fin inexorablemente a un modo de vida vinculado al ganado y a su transporte en viajes maratonianos atravesando extensos territorios. Además, Tom Gries contó con Lucien Ballard, operador habitual de Peckinpah, que contribuyó cromáticamente a dotar al filme de su aspecto nostálgico; así como con algunos secundarios “peckinpahnianos” del nivel de Ben Johnson o Slim Pickens, este último presente también y con el mismo rol en el episodio de la serie en el que está basado el filme.


Según contó Charlton Heston en una entrevista, Gries mostró parte de su guion a Walter Seltzer, productor y gran amigo del actor con el que trabajó en numerosas ocasiones, quien entusiasmado no dudó en enseñarlo a la estrella. Igualmente deslumbrado por la calidad del guion (3), el actor propuso al productor como posibles directores del filme a William Wyler o George Stevens, convencido de que ninguno de los dos rechazaría rodarlo, sin embargo Gries se negó a venderles su libreto si no filmaba personalmente la película. Tras una ardua negociación, al no confiar ni la veterana estrella ni el productor en el escritor por su escasa experiencia, finalmente este se impuso y consiguió dirigir su guion.


ARGUMENTO: Will Penny, un veterano cowboy cercano a los cincuenta años, tras finalizar su trabajo transportando ganado y como ocupación invernal es contratado para vigilar las lindes del rancho Flatiron. Sin embargo, lo que debería haber sido una ocupación solitaria y rutinaria se verá alterada por la presencia en su cabaña de Catherine Allen y su hijo; así como, por su encuentro con el predicador Quint y su familia, sedientos de venganza tras haber acabado Will en un tiroteo anterior a su llegada al rancho con uno de sus miembros.


Si por algo se caracteriza “El más valiente entre mil” es por su autenticidad y veracidad al mostrarnos la vida de los cowboys desprovista de todo glamour y carente del sentido épico de otros wésterns (4). Personajes fundamentales en el desarrollo de los EEUU al transportar el ganado desde los estados productores de carne hasta aquellos que demandaban este producto, el trabajo de los vaqueros se nos presenta como trivial, rutinario y penoso; mientras que estos son retratados como individuos desaliñados y anclados en el pasado que en la mayoría de los casos apenas saben escribir sus nombres o, como el protagonista, son analfabetos. En este sentido cobran gran importancia dos escenas de una gran sutileza: aquella en la que, para poder cobrar, Will debe estampar su marca, una cruz, en un libro e intenta con su mano evitar que otros compañeros lo vean, y otra en la que observa avergonzado leer a Horace, el hijo de Catherine.


En este mismo sentido, la falta de glamour de la vida de los vaqueros, se encuadran otras secuencias como aquella en la que vemos a Will zurcir unos calcetines (escena que también aparecía en el episodio de “The westener”), en la que aluden a los piojos o cuando el protagonista reconoce a Catherine que sólo toma un baño ocho o nueve veces al año: al empezar un trabajo, al terminarlo, otros dos en fechas importantes y el resto variando según los ríos que deba cruzar. Incluso se nos muestra a los cowboys como individuos algo torpes con las armas (a Dutchy, compañero de Will, se le disparará accidentalmente su revólver hiriéndose de gravedad) o preocupados por no dañarse sus manos ya que son su medio de vida (Will pelea con otro cowboy utilizando su sombrero, primero, y una sartén, después).


Asimismo este deseo tanto del director-guionista como de los productores por mostrar un Far West lo más auténtico posible se aprecia también en el atrezzo empleado. De esta forma, se envejeció la ropa usada por los actores con lejía; mientras que las armas utilizadas son auténticas y se alquilaron a coleccionistas, en vez de emplear las que se encontraban en el departamento de la Paramount. Todo ello redunda en una visión más realista del Oeste.


Además la película constituye un canto a la amistad, representada sobre todo en Blue (un Lee Majors anterior a hacerse famoso con la serie “El hombre de un millón de dólares”) verdadero elemento cohesionador del trío compuesto por Will, Dutchy y él, al permanecer al lado del segundo tras su desafortunado accidente y posteriormente no dudar, a pesar de estar en juego su vida, en ayudar al primero en su enfrentamiento con los Quint. Es el tipo de amistad surgida entre hombres rudos como consecuencia de haber cabalgado juntos en infinidad de jornadas, enfrentándose hombro con hombro a un sinfín de peligros y compartiendo interminables noches al raso con el único consuelo de una fogata para calentarse por fuera y una botella de whisky para caldearse por dentro.


Tom Gries construyó el filme, en su parte central, en torno a dos líneas argumentales perfectamente hilvanadas.


Por una parte nos encontramos con el enfrentamiento de Will con la familia Quint al haber acabado con uno de sus miembros tras un tiroteo en un río. La familia, al frente de la cual se encuentra un falso predicador (excepcional Donald Pleasence) que justifica su comportamiento psicótico tendente a la violencia y al sadismo en los textos bíblicos y es padre de tres tarados que han heredado sus instintos homicidas, perseguirá a Will y tras herirlo de gravedad lo abandonará con el objeto de que sufra una muerte lenta y horrible. Sin embargo nuestro protagonista conseguirá llegar a su pequeño refugio en donde previamente había permitido quedarse de manera temporal a Catherine y a Horace.


A partir de ese momento se desarrolla la segunda trama centrada en la historia de amor entre Will y Catherine, dos seres provenientes de mundos diferentes e, incluso, opuestos. Es, sin duda, una de las más bellas y mejor contadas en este género que entronca la película con rarezas intimistas y líricas como “Johnny Guitar”. Así asistiremos en la pequeña cabaña al recelo y a la desconfianza iniciales de ambos personajes, pasando por su mutuo acercamiento a medida que van mostrándose el uno al otro y conociéndose, su creciente atracción y, finalmente, a su enamoramiento.


Y es en el interior de esas cuatro paredes en el que el filme alcanza un nivel altísimo con escenas de una gran naturalidad y sensibilidad, como aquella en la que Will reconoce a Catherine y a su hijo su desconocimiento de los villancicos y culmina con el niño abrazando a quien le gustaría fuese su padre, lo que provoca el aturdimiento en nuestro protagonista por la muestra espontánea de cariño del chaval; o cuando Will, un hombre acostumbrado a mantener su alma plegada para evitar exponer sus sentimientos, se sincera con Catherine y habla de su existencia solitaria o de su escaso conocimiento de las mujeres al haberse relacionado tan sólo con prostitutas; hasta llegar a la memorable y desgarradora escena final en la que la figura de Will se agiganta ante nuestros ojos al comprender que es tarde para poder ofrecer una vida en común a Catherine, renunciando no sólo a la única mujer amada y a la posibilidad de tener lo que nunca tuvo, una familia, sino a la propia felicidad.


Para poner en pie estas escenas se necesitaba contar con grandes actores, y tanto Charlton Heston como Joan Hackett están esplendidos, además de mostrar una enorme complicidad.


Pocas veces he visto en la pantalla grande a Heston como en esta película. Realiza una interpretación memorable y muy sentida de Will, un hombre solitario, desarraigado, con una existencia nómada y que desde pequeño, al haber sido abandonado por su familia, ha tenido que luchar para poder subsistir en un mundo hostil. Un individuo acostumbrado a la falta de cariño que en el otoño de su vida, demasiado tarde para él, encontrará el amor y a una compañera con la que en otras circunstancias no habría dudado en compartir su existencia.


En cuanto a Joan Hackett, simplemente borda su papel de Catherine. Su constante cruce de miradas con Charlton Heston es antológica. La actriz fue escogida tras haber rechazado el papel varias estrellas (5) y está perfecta dando vida a Catherine, una mujer culta, educada, no demasiado agraciada y algo remilgada que arrastra el fracaso de su matrimonio ya que, según reconoce, su marido tan sólo la espera porque la necesita como mano de obra. Encontrará en Will, una persona totalmente diferente a ella, todas las cualidades que busca en un hombre, integridad, rectitud, bonhomía, nobleza, honestidad; aptitudes de las cuales se da a entender carece la persona con quien se casó.


Mención especial merece Jon Gries, hijo del director, como Horace (6); al obsequiarnos con una actuación plena de naturalidad y alejada de la ñoñería y cursilería habituales en este tipo de personajes. Un preadolescente que encontrará en Will a un inesperado progenitor, estableciendo un sólido vínculo afectivo con el veterano vaquero.


“El más valiente entre mil” es un relato realista de la vida de los cowboys y, al mismo tiempo, una bellísima y lúcida reflexión sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de recuperar los años perdidos. Un buen y semidesconocido wéstern, filmado en un momento en el que el género en los EEUU comenzaba su lento declive, que con un director de mayor entidad se hubiera convertido, sin duda, en un clásico.


(1) Dos años después Tom Gries filmaría “Los 100 rifles”, un mediocre wéstern rodado en España recordado por mostrar por primera vez una relación sexual interracial; mientras que en 1975 se despediría del género con “Nevada Express”, mixtura de wéstern y thriller protagonizada por Charles Bronson.

(2) “The westerner” fue una serie creada en 1960 por Sam Peckinpah e interpretada por Brian Keith. Se emitieron trece episodios de los cuales Peckinpah dirigió cinco, además de participar en el guion de todos ellos, André de Toth dos y Tom Gries uno, “Line Camp”.

(3) En sus memorias Charlton Heston considera como su mejor película a “El más valiente entre mil”.

(4) Ya en 1958 Delmer Daves había filmado “Cowboy”, una versión realista de la vida de los vaqueros.

(5) El guion definía a Catherine como una mujer poco atractiva, hecho que suscitó el rechazo de las actrices a las que se propuso el papel antes que a Joan Hackett.

(6) Tras realizar infinidad de entrevistas para el papel de Horace, los productores de la película (Walter Seltzer y Fred Engel) se encontraron con Jon que estaba esperando a su padre tomando un refresco. Después de mantener una pequeña charla con él no dudaron en llamar a Tom para comunicarle que por fin tenían a Horace.

jueves, 18 de enero de 2018

CERCO DE FUEGO

(Rocky Mountain, 1950)

Dirección: William Kieghley
Guion: Winston Miller y Alan LeMay

Reparto:
- Errol Flynn: Captain Lafe Barstow
- Patrice Wymore: Johanna Carter
- Scott Forbes: Lt. Rickey
- Guinn “Big Boy” Williams: Pap Dennison
- Dickie Jones: Jim Wheat
- Howard Petrie: Cole Smith
- Slim Pickens: Plank
- Chuby Johnson: Gil Craigie
- Yakima Cannut: Trooper Ryan
  
Música: Max Steiner
Productora: Warner Bross (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

"Estáis intentando formar un ejército, pero no tenéis tiempo de reagrupar un pelotón” (Cole Smith al capitán Barstow) 

“Cerco de fuego” fue el último wéstern de Errol Flynn y constituye una rareza respecto a la mayoría de los filmes de este género protagonizados por el actor en el seno de la Warner Bross. Así películas como “Dodge ciudad sin ley” (Michael Curtiz, 1939), “San Antonio” (David Butler, 1945) o “Montana” (Ray Enright, 1950) son producciones con un sello propio fácilmente reconocible caracterizadas por su tono vitalista, por su gran presupuesto, por la utilización del Technicolor y por la importancia de los espacios urbanos.



Sin embargo con “Cerco de fuego”, gracias a un sólido guion de Winston Miller (“Pasión de los fuertes”) y Alan LeMay (autor de las novelas “Centauros del desierto” y “Los que no perdonan”), nos encontramos con un wéstern de tono sombrío acentuado por la excelente fotografía en blanco y negro de Ted McCord; además de haber sido rodado en exteriores en su totalidad y de contar con un escaso presupuesto.



La dirección fue encomendada a William Kieghley, hombre de confianza de la productora, tan correcto como impersonal, y con una extensa filmografía en la que destacan títulos como “Balas o votos” (1936), “Robín de los bosques” (1938) en la que fue sustituido por Michael Curtiz, “Muero cada amanecer” (1939), “La calle sin nombre” (1948) una de sus mejores películas curiosamente realizada para la Twentieth Century Fox, o “El señor de Ballantry” que le volvió a reunir con Flynn.

En esta ocasión filmó un wéstern al más puro estilo de Raoul Walsh (en nómina en la Warner Bross desde 1939 a 1953) en el que confluyen dos de las características de su cine: la pasión por la aventura y el gusto por la tragedia.



ARGUMENTO: Un mes antes de acabar la Guerra de Secesión el capitán Lafe Barstow, al mando de un pelotón de siete hombres,  recibe la orden de internarse en territorio enemigo e intentar reclutar un ejército en California. La misión se complicará tras salvar de un ataque indio al conductor de la diligencia y a una mujer, Johanna Carter, novia de un teniente yanqui al que posteriormente apresarán junto a tres de sus hombres y a otros tres guías indios.



La película cuenta con un prólogo desarrollado en época actual en el que a través de una placa conmemorativa se pone en antecedentes al espectador de los acontecimientos narrados en el filme. Ya desde ese mismo instante el director parece prevenirnos de que vamos a asistir a la historia de un fracaso, máxime teniendo en cuenta que los acontecimientos narrados, el intento desesperado del Sur por crear un ejército en la retaguardia de las fuerzas de la Unión con el objetivo de retrasar el fin de la guerra, tuvieron lugar en marzo de 1865 y la paz se firmó en abril de ese mismo año.



Sensación de fracaso acentuada en la siguiente escena en la que la voz en off del capitán Barstow afirma: “Nuestra misión era imposible pero debíamos seguir adelante. Sabíamos que estábamos viviendo los últimos días de nuestra causa”.



Así, desde el primer momento, el filme adquiere un tono pesimista y melancólico al presentarnos a un grupo de individuos embarcados en una misión imposible. Además, a lo largo de la película los protagonistas encontrarán obstáculos que entorpecerán aún más el cumplimiento de sus objetivos, acentuando el carácter fatalista de la historia. Son, en definitiva, personajes que se verán arrastrados por una serie de acontecimientos concatenados, debiendo el grupo ir improvisando sus decisiones, hasta llegar al dramático desenlace, una vez conocido el fracaso de su misión, en el que, atrapados en las montañas por los indios shoshones y el ejército de la Unión que ha sido alertado por el prometido de Johanna, decidirán servir de señuelo con una maniobra de distracción para facilitar la huida de sus rehenes.



Película reflexiva, se desarrolla durante tres días y dos noches con las montañas como escenario, consiguiendo el director, a pesar de estar rodada en espacios naturales, una atmósfera opresiva.



En ese período iremos conociendo a los distintos miembros del grupo de entre los que destaca, lógicamente, el capitán Barstow en una inusual y gran interpretación del actor australiano alejada del vitalismo y dinamismo acostumbrados y de su eterna sonrisa. Aquí nos ofrece un registro más grave que, junto a su aspecto algo avejentado por los excesos cometidos con el alcohol y las drogas, se adecúa a su personaje, un hombre de honor desengañado y maltratado emocionalmente por la guerra al haber perdido a su mujer; pero empeñado en cumplir su misión a pesar de saber la inutilidad de esta y capaz de llevar a cabo un último acto heroico.



“Cerco de fuego” es, por tanto, un wéstern maduro, amargo y complejo, con escenas inolvidables como la correspondiente a la carga suicida final o la relativa al homenaje que el escuadrón de la Unión rinde a este puñado de valientes; además de suponer la más que digna despedida de este género de un actor mítico: Errol Flynn.



Como anécdota comentaros que durante el rodaje Errol Flynn y Patrice Wymore se enamoraron y contrajeron matrimonio pocos meses después en Mónaco. El matrimonio duró hasta la muerte del actor en 1959.



lunes, 12 de diciembre de 2016

EL ROSTRO IMPENETRABLE

(One-Eyed Jacks - 1961)

Director: Marlon Brando
Guión: Guy Trosper y Calder Willingham. Basado en una obra de Charles Neider

Intérpretes:
- Marlon Brando: Johnny Río
- Karl Malden: Dad Longworth
- Katy Jurado: María Longworth
- Pina Pellicer: Luisa Longworth
- Slim Pickens: Lon Dedrick
- Ben Johnson: Bob Amory
- Larry Duran: Chico Modesto


Música: Hugo Friedhofer

Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Johnny Río: "¿Mi casa? Mi casa está donde dejo mi silla de montar"


SINOPSIS: Tras atracar un banco fronterizo, Johnny Río (Marlon Brando) es traicionado por Dad Longworth (Karl Malden), su compañero de fechorías, y a consecuencia de ello acaba detenido por los regulares mexicanos. Después de pasar cinco largos años en la prisión de Sonora, y ya libre, Johnny solo piensa en buscar a Dad y vengarse. Finalmente lo encuentra en Monterrey (México), donde Dad se ha convertido en un hombre respetable y ahora desempeña el cargo de Sheriff. Cuando conoce a Luisa (Pina Pellicer), la hijastra de Dad, Río decide posponer sus planes de venganza y seducir a la joven.


Aunque nunca sabremos qué hubiera sido de “El rostro impenetrable” si la hubiera dirigido Stanley Kubrick y la hubiera guionizado Sam Peckinpah (dos de los cineastas que quiso Brando para esta peli y que por diferentes motivos acabó descartando), lo que está claro —al menos por mi parte— es que el resultado final de esta larga, compleja y traumática producción fue, sin lugar a dudas, totalmente satisfactorio.


Naturalmente, soy muy consciente que este western tiene muchos detractores. En gran parte por su exagerado metraje (posiblemente le sobren quince o veinte minutos bien buenos) y, sobre todo, por el indisimulado narcisismo del propio Brando, que no supo ni quiso renunciar a ninguna de sus poses ni a ninguno de sus primeros planos favoritos.


Pero, aún así, me parece un gran western. Y me lo parece, en primer lugar, porque es un western estéticamente precioso. Porque no es habitual que un western se desarrolle a pie de playa y porque tampoco es habitual que un western cuente con un componente lírico tan significativo. Máxime cuando, además, ese impresionante mar embravecido que podemos observar en varias secuencias de la película posee —por si fuera poco— un rol metafórico (la pasión) absolutamente crucial en el desarrollo de la historia. Un mar azul que aún resulta más bello y espectacular cuando lo comparamos con el polvo o la arena del desierto mejicano, elementos que —del mismo modo— poseen un gran protagonismo en el inicio de la peli, cuando Dad y Río quedan a merced de los regulares tras el atraco y Dad sale a buscar ayuda con el único caballo del que disponen.


Aún así, uno de los grandes culpables de ese tono entre melancólico y crepuscular que evidencia “El rostro impenetrable” en todo momento es, sin lugar a dudas, el director de fotografía, Charles Lang Jr., quién no cejó hasta conferirle a la peli una pátina cromática muy particular.

  
Y aunque, como ya he dicho, es posible que a la película le sobren quince o veinte minutos, sigo creyendo —no obstante— que cuenta con un gran guión. No sólo porque considero que la historia es sumamente interesante (no en vano suma drama, romance, traición, venganza, y hasta un bonito duelo) sino porque tanto los personajes principales como los secundarios están muy bien definidos. Algo que no debería de extrañarnos en una peli (la única como director, por cierto) de Marlon Brando, un actor extraordinariamente metódico y perfeccionista. Por eso mismo confió precisamente en su amigo Karl Malden como pareja de baile (con quién ya había trabajado en “Un tranvía llamado deseo” y “La ley del silencio”, ambas de Elia Kazan) y por eso decidió que todos los personajes secundarios (Katy Jurado, Pina Pellicer, Slim Pickens, Ben Johnson y Larry Duran) tuvieran los diálogos y los minutos en pantalla necesarios. Sin restricciones de ningún tipo.




Para bien o para mal, sin embargo, este es un western “made in Marlon Brando”. Y aunque muchos digan que el duelo interpretativo lo ganó de calle Karl Malden, esa aura de misterio y magnetismo que desprende Johnny Río es absolutamente esencial para disfrutar de “El rostro impenetrable” como lo que realmente es: uno de los westerns más oscuros, místicos y atípicos de los 60. A mi parecer, por la gran complejidad y ambigüedad psicológica que muestra el personaje interpretado por Brando.


Como su título original indica (One-Eyed Jacks) Johnny Río personifica la J, esa carta de la baraja inglesa que muestra a una figura, de perfil, con un solo ojo. O lo que es lo mismo, las dos caras de una misma moneda. A veces antagónicas, duales, bipolares. Y a veces —también— herméticas, inescrutables, crípticas. Y de ahí, supongo, procede su libre traducción al castellano: “El rostro impenetrable”. El de un hombre dispuesto a cobrar venganza a toda costa pero que no dudará a esperar el tiempo que sea necesario para hacerlo en el momento oportuno.


Pero si “El rostro impenetrable” me parece un buen western es, sobre todo, por la gran cantidad de escenas que tiene para el recuerdo. Casi todas, además, impecables desde un punto de vista técnico o formal. Con buenos encuadres, angulaciones muy originales y esa fotografía a la que antes aludíamos, más tristona y macilenta de lo habitual.


Ah, y con esa preciosa banda sonora compuesta por Hugo Friedhofer, por supuesto. Me estoy refiriendo —por ejemplo— a la irrupción de los regulares en el burdel donde Dad festeja el exitoso atraco, a la detención de Johnny en el polvoriento desierto, a la llegada de Johnny a la casa de Dad en Monterrey, a la sesión de latigazos y al culatazo con el que Dad le destroza la mano a Johnny, al tiroteo en el bar con el hombre que maltrata a la mejicana, a la fuga de Johnny del calabozo o al espléndido duelo final entre Johnny y Dad.


Como podéis constatar, son unas cuantas. Y como ya os he dicho, muy bien rodadas. Solo por eso merece la pena ver este western. Sin prisas. Sin prejuicios. Sin manías. Yo creo, sinceramente, que el tiempo le ha hecho justicia a “El rostro impenetrable” y que, hoy día el western de Brando ya es —por derecho propio— una auténtica peli de culto.


 

jueves, 13 de octubre de 2016

LA BALADA DE CABLE HOGUE


(The ballad of Cable Hogue) - 1970

Director: Sam Peckinpah
Guion: John Crawford y Edmund Penney

Intérpretes:
-Jason Robards: Cable Hogue
-Stella Stevens: Hildy
-David Warner: Joshua
-Strother Martin: Bowen
-Slim Pickens: Ben Fairchild
Música: Jerry Goldsmith
Productora: Warner Bros Pictures
País: Estados Unidos 

Por: Xavi J. PruneraNota: 8,5

Cable"Estás preciosa"
Hildy: "Ya me has visto antes"
Cable: "Hildy, a ti nadie te ha visto antes"
 

SINOPSIS: Cable Hogue (Jason Robards) es un explorador que es abordado en el desierto de Arizona por Bowen (Strother Martin) y Taggart (L.Q. Jones), dos malhechores que le roban la mula, el rifle y el agua.


Tras cuatro días vagando sin rumbo fijo, bajo un sol de justicia y a punto de morir, Cable descubre un manantial e inmediatamente decide montar un negocio de abastecimiento de agua para diligencias y jinetes ocasionales. En una visita a Lilock, el pueblo más cercano, conoce a Hildy (Stella Stevens), una joven prostituta de la que se enamora perdidamente.


Aunque soy muy consciente que —para muchos— “La balada de Cable Hogue” nunca será una peli lo suficientemente “grande” como para estar en un top-10 o incluso un top-20 de los mejores westerns de la historia del cine, he de confesar que —en mi ranking particular— sí que figura y de sobras. Y si figura allí (entre los 10 primeros para más señas) es porque, al margen de su innegable prestigio cinematográfico (Peckinpah siempre la consideró su mejor obra), “La balada de Cable Hogue” es —a mi juicio— uno de esos western que te llenan, que te emocionan, que te tocan la fibra cada vez que los ves. Algo que, por mucho que lo busques o lo desees, no acostumbra a suceder porque sí. Al menos, en mi caso. Máxime cuando —para más “inri”, además— no se trata de ningún western “dramático” sino más bien todo lo contrario: se trata, indiscutiblemente, de un western “tragicómico”. De un western que se sitúa en Arizona a principios del s. XX y que nos relata las peripecias de Cable Hogue, un hombre que no acaba de acomodarse a los nuevos tiempo y que, lejos de convertirse en un asceta o en un ser completamente antisocial, continua siendo un tipo simpático, afable, positivo. Y aunque, paradójicamente, no deje de ser un “loser”, un auténtico perdedor, su espíritu libre y romántico nos empuja —como espectadores— a empatizar con él. A ser cómplices de su lucha por prosperar en su negocio, a ser cómplices por ver consumada su entrañable historia de amor y a ser cómplices por ver satisfecha su sed de venganza contra quienes le traicionaron y le abandonaron a su suerte en medio del desierto.



Así pues, lo dicho: “La balada de Cable Hogue” me parece un auténtico peliculón, sobre todo, por la tremenda magnitud de su personaje. Un antihéroe que Jason Robards (menudo pedazo de actor, por cierto) interpreta a la perfección y cuyos autores (los guionistas Crawford y Penney) trazaron, sin lugar a dudas, con gran acierto. Como si el caprichoso destino quisiera darle una nueva oportunidad al moribundo Cheyenne, ese inolvidable personaje que el propio Robards bordara dos años antes bajo las órdenes de Leone en la magistral “Hasta que llegó su hora” ¿Hubiera sido todo igual, sin embargo, si la peli no la hubiera firmado Sam Peckinpah? Pues no, por supuesto. Básicamente porque si por algo se caracterizó el bueno de Sam fue por su personalidad. Por su sello. Por su peculiarísimo estilo.


Y aunque quizás ese tono de comedia negra y satírica que impregna “La balada de Cable Hogue” pueda parecer, a bote pronto, diametralmente opuesto a la ultraviolenta y elegíaca envergadura de “Grupo Salvaje” (rodada tan sólo unos meses antes) lo que no admite discusión es que ambas continúan evidenciando multitud de rasgos comunes. Y aquí quería llegar. A la labor de Bloody Sam. A su retórica cinematográfica. A su genuino e inconfundible espíritu crepuscular. A la ambigüedad moral de sus personajes. A su obsesión por la muerte. En una sola palabra: a su poética. Porque sí, para mi y para muchos otros Sam Peckinpah es un auténtico poeta. A veces excesivo, a veces tosco y a veces incomprendido pero siempre con temperamento y estilo. El suyo. Precisamente por eso me gusta tanto “La balada de Cable Hogue”. Porque al margen del papelón de Jason Robards, la peli que hoy nos ocupa es 100% peckinpahiana. Y aunque la gran mayoría de cinéfilos y espectadores siempre asociarán el nombre de Peckinpah a las más conocidas y violentas “Grupo Salvaje”, “Perros de paja” o “Quiero la cabeza de Alfredo García”, por ejemplo, yo creo que “La balada de Cable Hogue” (siendo, en cambio, mucho más tragicómica o agridulce que las anteriormente citadas) es tan peckinpahiana o más que sus hermanas “mayores”.


No quisiera, sin embargo, que me malinterpretarais. “La balada de Cable Hogue” es un western que me fascina, sí. Pero sé perfectamente que no es una peli redonda. Y no lo es porque tiene elementos que a día de hoy chirrían escandalosamente y que a muchos (no es mi caso) pueden hasta provocarles vergüenza ajena. Me estoy refiriendo, por ejemplo, a los insistentes, descarados y reiterados zooms hacia los pechos de Stella Stevens o a las carreras en cámara rápida tan propias del cine mudo. Dos recursos que no voy a defender pero que, a decir verdad, tampoco me molestan en exceso. Prefiero, por lo tanto, quedarme con todo lo bueno que tiene esta peli y que aún no he comentado.


A su crítica hacia una sociedad beata e hipócrita, por ejemplo. Una sociedad que acaba echando a Hildy del pueblo en pos de preservar la moral y las buenas costumbres pero que, al mismo tiempo, cae ingenuamente en las garras de ese falso predicador que encarna magistralmente David Warner, un verdadero (de buen rollo, eso sí) depredador sexual.

Otro de los grandes aspectos en los que incide “La balada de Cable Hogue” es el del cambio tecnológico. Un cambio tecnológico representado por la inesperada aparición del automóvil y la motocicleta en un territorio donde hasta el momento solo se conocía como medio de transporte el caballo y el ferrocarril y que implica, a su vez, un profundo cambio social que dejará desconcertados y desubicados a muchos de los personajes de la peli. Sobre todo a Cable Hogue. Un hombre que pertenece, sin lugar a dudas, a un viejo far west que agoniza exactamente igual que él.

Pero si hay algo que me emociona y me estremece tremendamente de la peli de Peckinpah es, sin lugar a dudas, su enternecedora historia de amor. Una historia de amor auténtica y sincera que siempre asociaré a esas cariñosas sesiones de baño, espuma y masaje entre ambos amantes y, sobre todo, a ese breve diálogo que mantienen Cable y Hildy en uno de los grandes momentos de la peli y que os reproduzco a continuación:

Cable: “Estás preciosa”
Hildy: “Ya me has visto antes”
Cable: “Hildy, a ti nadie te ha visto antes”

Y es que al margen de que Cable es —muy probablemente— el primer hombre en mirar a Hildy con una mirada no libidinosa, lo cierto es que Hildy/Stella Stevens aparece en “La balada de Cable Hogue” como un auténtico bombón. No son pocas las escenas en las que podemos ser testigos de sus encantos y la verdad es que esta actriz estaba en 1970 de “toma pan y moja”. Y si alguien lo duda, ahí están los fotogramas que así lo confirman ¿me equivoco? ;-)



Y poco más. Como mucho, destacar la notable banda sonora de aires country del gran Jerry Goldsmith, los magníficos diálogos de Crawford y Penney (Joshua: “¡Cuidado! ¡Soy hombre de Dios!” - Cable: “¡Pues le faltó poco para reunirse con él!”), la extraordinaria y cálida fotografía de Lucien Ballard y escenas para el recuerdo a montones. Entre ellas, la inicial (tanto la del balazo al lagarto como cuando Cable habla con Dios en el desierto), la que os comentaba entre Cable y Hildy (esto es amor, amigos) y, obviamente, la del sermón fúnebre del final. Crepuscular, emotiva y agridulce como pocas.