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martes, 30 de octubre de 2018

LOS CAUTIVOS

ESPECIAL CICLO RANOWN (3)
(The tall T, 1957)

Dirección: Budd Boetticher
Guion: Burt Kennedy

Reparto:
- Randolph Scott: Pat Brennan
- Richard BooneFrank Usher
- Maureen O’SullivanDoretta Mims
- Arthur HunnicuttEd Rintoon
- Skip HomeierBilly Jack
- Henry SilvaChink
- John HubbardWillard Mims
- Robert BurtonTenvoorde

Música: Heinz Roemheld
Productora: Scott-Brown Productions  (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“Un hombre debe tener algo propio, algo que le pertenezca, algo de lo que sentirse orgulloso”. “A veces no tienes elección” Conversación entre Pat Brennan y Frank Usher, en la que el bandido le confiesa estar cansado de su vida.


ARGUMENTO: Pat Brennan, un ranchero con dificultades económicas, tras perder su caballo en una apuesta es recogido por la diligencia, conducida por su amigo Ed, en la que viaja el matrimonio Mims. Al llegar a la posta más cercana son asaltados por la banda de Frank, quien, al enterarse de la identidad de Doretta Mims y después de asesinar a Ed, pedirá un rescate de 50.000 dólares a su padre. A partir de ese momento Pat y Doretta deberán aliarse para poder salvar sus vidas.


Randolph Scott quedó plenamente satisfecho con el resultado de “Tras la pista de los asesinos” (1) por lo que decidió producir junto con Harry Joe Brown, a través de la compañía Scott-Brown Production, su siguiente wéstern en el que volvió a contar con Budd Boeticher en la dirección y Burt Kennedy en el guion, aunque en esta ocasión adaptó un relato breve del gran escritor Elmore Leonard (2) aparecido en 1955 en la revista Argosy y recientemente editado por Valdemar en su indispensable colección Frontera. Además se aseguró de la distribución de la película por parte de la Columbia, compañía en la que había desarrollado gran parte de su carrera.


Si en “Tras la pista de los asesinos” se abordaban la venganza y la codicia en su condición de motores de la conducta humana, esta película se centra en temas como el fracaso vital y, sobre todo, la soledad. Estamos, pues, ante un filme introspectivo en el que los memorables diálogos adquieren tanta importancia o más que las escenas de acción, por otra parte, de una gran crudeza para la época.

Boetticher estructura el filme en dos partes claramente diferenciadas.


Una larga introducción con un tono ligero, amable, en el que hay lugar incluso para la comedia, y con un aire costumbrista (Brennan compra unos caramelos al hijo del dueño de la posta, más tarde charla con su amigo Ed del futuro representado en la eminente llegada del ferrocarril y por último le vemos sentado con un calcetín roto). En este tramo del filme conoceremos a parte de los personajes que protagonizarán el drama posterior.


Pat Brennan, al que da vida Randolph Scott que durante toda la introducción se muestra algo desubicado y fuera de sus registros habituales con una sonrisa forzada y perenne, es un cowboy que, a pesar de su actitud, ha sufrido el desengaño producido por el trato injusto de su anterior jefe lo que lo llevó a independizarse, encontrándose en estos momentos en una situación económica delicada. Se trata de una persona profundamente individualista y solitaria como se muestra en la escena inicial cabalgando sin compañía y en la posterior charla con el dueño de la posta que frente a su defensa de la soledad le comenta respecto a su situación: “Un hombre no debe pudrirse solo en un lugar así, Pat. Es antinatural”. Estamos ante un individuo tan inteligente como diestro con las armas y será precisamente a través de su intelecto como logrará salvar su vida y la de Doretta. Primero creando la desconfianza entre los forajidos y provocando las primeras fisuras en el escasamente cohesionado grupo, después utilizando los encantos de la señora Mims (al igual que en el anterior filme del ciclo la pulsión sexual está muy presente) y posteriormente utilizando el truco de engañar a otro de los bandidos respecto a los disparos efectuados.


Doretta Mims, interpretada por una adecuada Maureen O’Sullivan (3), es la hija de uno de los hombres más acaudalados de la región y vive marcada por la frustración de no haber sido el vástago que su padre siempre quiso. De carácter introvertido y no demasiado agraciada sufre las consecuencias de una sociedad que reserva a la mujer un solo rol, el de esposa y madre de sus hijos. Todo ello la ha llevado a desposarse con el único hombre que se ha fijado en ella, de tal forma que terminará reconociendo durante su cautiverio a Pat que se casó para evitar estar sola.


Willard Mims, un arribista que ha encontrado en Doretta la posibilidad de su anhelado ascenso social. Envarado y prepotente mostrará los verdaderos rasgos de su carácter, el egoísmo y la cobardía, con el secuestro.


Estos tres personajes vivirán una pesadilla en la segunda y más larga parte de la película, cuyo tono cambia bruscamente. Tramo presidido por la violencia y la tensión creada por el encuentro de los protagonistas con la banda de Frank, en la que Boetticher nos ofrece una mirada personalísima del Far-West alejada de la visión de los grandes directores clásicos. Un Oeste salvaje, brutal, despiadado y sin posibilidad de redención para bandidos como Frank.


Y este personaje es sin duda uno de los grandes aciertos del filme, no sólo por estar interpretado por un excelente Richard Boone, sino también porque nos encontramos ante uno de los villanos más fascinantes, complejos, singulares y originales vistos hasta entonces en un wéstern. Un forajido ambiguo, caracterizado por su rudeza y crueldad pero al mismo tiempo orgulloso de no haber matado personalmente a un hombre en su vida y capaz de mostrar su lado más delicado con Doretta. Parece que con Frank el tándem Boetticher-Kennedy quiso mostrarnos la delgada línea que separaba el bien y el mal en el Lejano Oeste, al presentarnos a un hombre devenido en bandido por una serie de decisiones erróneas que encontrará en Patt a un fiel reflejo de su personalidad, además de atisbar en él lo que podría haber llegado a ser su vida; por lo que desde el primer momento le mostrará su respeto y llegará a reconocer que le cae bien. Incluso se sincerará con el cowboy, como si fuese un viejo amigo, en una extraordinaria escena en el que le confesará que: “Billy Jack y Chink me fastidian. A veces tengo la impresión de estar solo. Siempre hablando sobre el mismo tema, las mujeres y la bebida. No soy un puritano, pero le cansa a uno oir lo mismo a todas horas. Se acaba realmente asqueado”. Un individuo que en el fondo tan solo anhela tener un rancho y una compañera y que, comprendiendo su derrota total y la imposibilidad de poder cumplir sus sueños, se inmola en una carga suicida enfrentándose contra Brennan, el único al que considera digno de acabar con él.


Junto a él, Henry Silva, en su debut en el género, interpreta a Chink un pistolero psicótico capaz de asesinar a hombres desarmados, mujeres e, incluso, niños. Papel repetido frecuentemente por el actor dado su peculiar rostro. Y Skip Homeier, habitual en este tipo de productos en la década de los cincuenta, que da vida a Billy Jack un pistolero algo inexperto e inmaduro pero igualmente peligroso.


Con estos seis personajes Boetticher, a pesar de estar rodada en su totalidad en exteriores, filma una segunda parte claustrofóbica y modélica en relación con la tensión creciente y la violencia contenida en sus imágenes, ambientando este tramo prácticamente en un único escenario natural rodeado de rocas, metáfora del cautiverio existencial de los protagonistas. Cautiverio del que al final de la película parecen liberarse Pat y Doretta, dos seres solitarios unidos en el otoño de sus vidas.


(1) El prestigioso crítico André Bazin calificó la película, de forma entusiasta y para mí algo exagerada, como el mejor wéstern que había visto después de la guerra.

(2) Elmore Leonard (1925-2013) es uno de los grandes escritores noir, hecho que, quizás, haya eclipsado su extraordinaria producción literaria ambientada en el Far-West con títulos como las novelas “Hombre”, llevada a la pantalla grande por Martin Ritt en 1967 con Paul Newman en el papel estelar; “Que viene Valdez”, cuya versión para el cine fue rodada en España y protagonizada por Burt Lancaster en 1971; y el relato corto “El tren de las 3:10 a Yuma”, que cuenta con una memorable adaptación de Delmer Daves en 1957 con Glenn Ford y Van Heflin en los papeles estelares, y un innecesario remake de 2007 perpetrado por James Mangold. Ambas novelas y el relato también han sido editadas por Valdemar en su imprescindible colección Frontera.

(3) Maureen O’Sullivan, madre de la también actriz Mia Farrow, a pesar de su dilatada carrera será siempre recordada por las seis entregas en las que encarnó a Jane la compañera de Tarzán-Weissmuller, inolvidable personaje creado por la pluma de Edgar Rice Burroughs.

miércoles, 30 de mayo de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO

(The shootist, 1976)

Dirección: Don Siegel
Guion: Miles Hood Swarthout y Scott Hale

Reparto:
- John Wayne: J. B. Books
- Lauren BacallBond Rogers
- Ron HowardGillom Rogers
- James StewartDr. Hostetler
- Richard BooneSweeney
- Hugh O’BrianPulford
- Bill McKinneyCobb
- Harry MorganMarshall Timido
- John CarradineBeckum
- Sheree NorthSerepta
- Rick LenzDobkins
- Scatman CrothersMoses
- Gregg PalmerBurly Man

Música: Elmer Bernstein
Productora: Paramount Pictures, Dino De Laurentiis Company (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No soporto las injusticias. No soporto a los bravucones. No soporto los insultos. Si alguien me ofende o me traiciona, tarde o temprano debe esperar mi venganza." Código de conducta de John Bernard Books.


ARGUMENTO: Nevada, junio de 1901. John Bernard Books, un legendario pistolero, regresa a su ciudad natal para saldar una cuenta pendiente con tres matones y poder disfrutar de un poco de sosiego. Sin embargo, el doctor de la ciudad y viejo camarada le dará una terrible noticia.


“¿Sabes? En su última película muere John Wayne” “Imposible, John Wayne no puede morir nunca” “Que sí, mi hermano fue al cine ayer y me lo ha dicho”.


Pocas semanas después de haber mantenido esta conversación con un chaval de mi pandilla fui a ver la película con mis padres. Yo había visto morir a Wayne en la pantalla varias veces: acribillado a traición por un pistolero incapaz de soportar que un hombre mayor le hubiera vencido en una pelea, atravesado por una bayoneta mientras defendía una misión reconvertida en fortaleza en un pueblo perdido de México, de un traicionero disparo tras haber tomado Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, e, incluso, ahogado por un pulpo gigante. Pero sabía que lo volvería a ver en su próximo filme, que sólo eran muertes de mentira. Sin embargo esta vez… esta vez, a pesar de mi edad, me di cuenta de que era verdad, de que en realidad el actor con esta película nos estaba diciendo definitivamente adiós, no un hasta luego como había sido habitual.


Porque en pocos filmes se ha producido una simbiosis tan profunda entre el interprete y el personaje interpretado. De hecho, en un claro homenaje, Siegel abre la cinta con imágenes de wésterns protagonizados por Duke mientras nos va narrando la vida de J. B. Books (en concreto los wésterns que aparecen son “Río Rojo”, “Hondo”, “Río Bravo” y “El Dorado”). Ante nuestros ojos, en unos pocos fotogramas, se nos muestra el ciclo vital de Wayne-Books; para en la primera escena del filme ver a un actor-pistolero envejecido que, tras haber completado ese ciclo, regresa al pueblo que le vio nacer buscando un poco de paz en los últimos días de su vida.


Pero le espera una amarga sorpresa. El maduro pistolero aquejado de un dolor en la espalda visita a un médico, viejo conocido, quien le diagnóstica un cáncer terminal.


Wayne estaba anunciando al mundo que, tras haber superado un cáncer por el que le extirparon un pulmón doce años antes, volvía a padecer la terrible enfermedad y en esta ocasión probablemente no podría vencerla (el rodaje de la secuencia fue de una gran emotividad, de hecho se hizo un profundo silencio en el set en el momento en el que el bueno de James Stewart le comunicaba la dolencia). Por primera vez se mostraba vulnerable un actor duro como el acero que parecía tan inmutable como el escenario del Monument Valley en el que tantas veces había rodado. El interprete-personaje aparecía marchito, cansado y dolorido, portando un cojín rojo sobre el que sentarse para aliviar sus padecimientos.


Porque la película es un sentido homenaje al actor cuyo tiempo, como el de Books, desgraciadamente había pasado. Así, al igual que el pistolero se va a encontrar con una ciudad con teléfonos y agua corriente en las viviendas, y tendidos eléctricos, automóviles y tranvías por las calles; es decir, con la modernidad que certifica el final de los tiempos en los que las controversias se resolvían con el revólver. La estrella se encontraba también con que el wéstern clásico, del que era su máximo representante, se extinguiría con su muerte.


Estamos, por tanto, ante la crónica melancólica y nostálgica de una despedida, pero también ante toda una lección de cómo enfrentarse a la muerte con serenidad, orgullo y dignidad. De hecho Books le comentará a la viuda Rogers: “Sólo me considero un hombre que quiere morir como tal”.


Y de nuevo los paralelismos son evidentes. Vemos al ajado Books vender sus pertenencias, comprar su propia lápida, dar su último paseo en carricoche con una mujer e, incluso, enojarse con un periodista sin escrúpulos y una antigua amante que quieren aprovecharse de su nombre, todo ello antes de rendir su último servicio a la comunidad acabando con tres indeseables. Igualmente, Wayne hizo todo lo posible por no faltar a la cita con su público y a pesar de que los dolores a medida que avanzaba el rodaje se hacían insoportables, constituyendo un verdadero calvario para el actor, consiguió acabar la película; aunque hubo que recurrir varias veces a un doble los últimos días de filmación.



Además, para este último viaje, Siegel rodeó a Wayne de viejos camaradas. Así aparecen Lauren Bacall con la que, gracias a William Wellman, había vivido un romance en la peligrosa China de principios del siglo XX; James Stewart, al que siempre protegió y aupó al Senado de los Estados Unidos aunque su actitud le llevará a perder a la mujer que más había amado (de hecho la alusión en la película a los quince años que llevan sin verse el pistolero y el doctor es un guiño al tiempo transcurrido desde que rodaron la obra maestra de Ford); John Carradine, con el que compartió un inolvidable trayecto en diligencia; o Richard Boone con el que se enfrentó, dándole su merecido, por haber secuestrado a su nieto.


Y sí, al final de la película muere John Wayne pero para entrar en la leyenda y permanecer por siempre en nuestros corazones.


jueves, 26 de octubre de 2017

FUGITIVOS REBELDES

(The raid, 1954)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: Sidney Boehm

Reparto:
- Van Heflin: Mayor Neal Benton
- Anne Bancroft: Katy Bishop
- Richard Boone: Capitán Lionel Foster
- Lee Marvin: Teniente Keating
- Peter Graves: Capitán Frank Dwyer
- Tommy Rettig: Larry Bishop
- James Best: Teniente Robinson
- Claude Akins: Teniente Ramsey

Música: Roy Web
Productora: Panoramic Production (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

“En estas tierras las raíces se arrancan fácilmente. Pregunte a sus soldados. Lo han estado demostrando: Atlanta, Chatannoga, ahora Savannah” (El mayor Benton a Kathy Bishop sobre las atrocidades cometidas por el ejército de la Unión en los Estados del Sur).

ARGUMENTO: Tras huir de una prisión nordista cercana al Canadá, al mayor Neal Benton se le encargará la misión de infiltrarse con sus hombres en la ciudad de St. Albans con el objeto de robar el dinero de sus bancos y destruir sus principales edificios civiles.



Segundo western de Hugo Fregonese, director argentino afincado en los EEUU, reseñado en este blog tras su atractivo “Tambores apaches” (1951), con el que presenta dos elementos en común.



Por una parte a pesar de ser un western y partir de los códigos de este género, nos encontramos con una propuesta que pretende superarlo y establecer variaciones sobre el mismo tomando elementos de otros géneros. Así la introducción, con la fuga de los presos, remite necesariamente a filmes bélicos sobre campos de concentración (las semejanzas con la canónica “La gran evasión” dirigida por John Sturges en 1963 son evidentes). Mientras que la parte central responde a los thrillers sobre atracos perfectos narrados desde el punto de vista de los criminales; con la diferencia de que, en este caso, se sustituyen a los gánsteres por soldados sudistas y la acción se ubica en las postrimerías de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). De hecho la película está basada en un acontecimiento real, la toma de San Albans (Vermont) por un grupo de sudistas como respuesta a los sucesivos saqueos sobre Atlanta, Chattanooga y Savannah llevados a cabo por las tropas del general Sherman.



En segundo lugar la carga moral de la película, puesto que se aparta de las visiones épicas y heroicas propias de este género gracias a un extraordinario guion de Sidney Boehm (“Los sobornados”, “Sábado trágico”, “Los implacables”) que acentúa el carácter dramático y simbólico de la historia presentándonos unos hechos en los que no tiene cabida la gloria y a unos individuos ambiguos y humanizados, alejados de los personajes arquetípicos de esta clase de productos, cuya forma de actuar viene determinada por la barbarie vivida ; al mismo tiempo que no toma partido por ninguno de los dos bandos, en realidad hermanados en el dolor, al mostrarnos cómo la destrucción y el odio tan sólo genera más sufrimiento, desgracia y aversión.




Para acentuar el drama, los principales personajes, brillantemente interpretados por un elenco de grandes actores aunque ninguno con la categoría de estrella, aparecen como individuos profundamente heridos por el conflicto. El mayor Benton (Van Heflin) ha visto reducidas a cenizas su casa y su plantación de más de cuarenta acres. Benton se nos revela como un militar que se debatirá entre su deber y sus sentimientos, siendo consciente de que el cumplimiento de su misión le impedirá la posibilidad de rehacer su vida junto a la viuda Bishop. A esta, interpretada por Anne Bancroft, la guerra le ha arrebatado a su marido por lo que debe ocuparse ella sola de un niño de corta edad que pretende encontrar en el mayor sudista al imposible sustituto de su padre fallecido. Respecto a la situación de Kathy es muy significativa la primera conversación que mantiene con Benton en la que responde, tras la afirmación de aquel en el sentido de que esperaba encontrar a alguien más maduro, que su viudedad es “producto de la guerra”. Quizás sea la relación que se establece entre ambos uno de los aspectos menos logrados y desarrollados del filme. El capitán Foster (Richard Boone) es un militar torturado por su comportamiento en el pasado y amargado al haber quedado encargado del reclutamiento de futuros combatientes; es el único personaje con una evolución favorable al recuperar al final la dignidad perdida. El capitán Dwyer (Peter Graves) que en la contienda no sólo ha perdido su hacienda sino también a su mujer. Y el teniente Keating (Lee Marvin) un desequilibrado para el que la guerra supone la oportunidad de canalizar tanto su actitud violenta como su rencor.



El resultado es un western duro, desesperanzado, amargo e, incluso, por momentos nihilista, en el que se da una visión desoladora de la Guerra de Secesión, y por extensión de cualquier conflicto bélico, sin vencedores ni vencidos ya que todos los contendientes, por el hecho de serlo, se convierten en perdedores; y en el que se hace hincapié tanto en el sufrimiento de la población civil como en la manipulación que sufre esta por parte de las autoridades (En este sentido hay que destacar la escena del sermón en la iglesia con un sacerdote haciendo un retrato deshumanizado de los sudistas, hecho que contrasta con los vínculos establecidos por el Mayor Neal Benton, presente en el templo, con gran parte de la población).



Así son constantes las escenas y los mensajes más o menos directos con los que el dúo Fregones-Boehm nos muestran la crudeza y el drama del conflicto armado. Desde la introducción en el que los fugados abandonan a un compañero herido que morirá acribillado a balazos, pasando por el plano en el que se enfoca a un soldado yanqui sin una pierna, la actividad del comerciante por el que se hace pasar el mayor Benton (símbolo de los individuos carentes de escrúpulos que buscan en la guerra enriquecerse a costa de las penurias de la población al comerciar tanto con el Norte como con el Sur) o la referencia a una granja abandonada tras haber muerto todos los hijos de los dueños en Gettysburg; hasta la escena final en la que los soldados rebeldes, tras haber arrasado St. Albans, utilizan a la población de la ciudad como escudo ante la inminente llegada de la caballería nordista.



En definitiva, un filme muy atractivo, de escaso presupuesto y claro antecedente, respecto a su posicionamiento en relación con la contienda bélica, de la superior “Misión de audaces” (John Ford, 1959), recientemente reseñada en este blog, que merece ser rescatado de entre los numerosos westerns de serie b filmados durante la década de los cincuenta.




miércoles, 21 de junio de 2017

RÍO CONCHOS

Rio Conchos - 1964

Dirección: Gordon Douglas.
Guion: Joseph Landon y Clair Huffaker.

Intérpretes:
- Richard Boone: Comandante James Lassiter
- Stuart Whitman: Capitán Haven
- Anthony Franciosa: Rodríguez
- Jim Brown: Sargento Ben Franklyn
- Wende Wagner: Sally
- Edmond O’Brien: Coronel Theron Pardee
- Warner Anderson: Coronel Wagner
- Rodolfo Acosta: Bloodshirt

Música: Jerry Goldsmith.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“¿Desde cuándo prohíben los cinturones azules cazar a los apaches?” (James Lassiter al capitán Haven tras ser detenido por el asesinato de varios indios).



Gordon Douglas (1907-1993) fue uno de esos profesionales de Hollywood capaz de adaptarse a las convenciones de los distintos géneros cinematográficos y obtener productos de notable calidad como el thriller “Corazón de hielo”, protagonizada en 1950 por James Cagney, o el clásico de ciencia ficción “La humanidad en peligro” (1954); aunque fue el wéstern el género en el que quizás más destacó con títulos como “Solo el valiente” (1951), “Quince balas” (1958), “Emboscada” (1959), “Chuka” (1967) y, por supuesto, la película que nos ocupa, su wéstern más logrado.



ARGUMENTO: Dos años después del fin de la Guerra de Secesión, cuatro hombres (un ex oficial confederado, un capitán nordista, un mexicano y un sargento negro) se internan en territorio de México con la intención de recuperar una partida de rifles de repetición en poder de un antiguo coronel que no acepta la rendición del Sur y pretende reiniciar, con el apoyo de los apaches, el conflicto bélico.



Al igual que haría con la admirable “El detective” (1967), renovando el thriller al tratar temas como la corrupción generalizada o la homosexualidad y presentarnos a un policía que se anticipa a los protagonistas de este tipo de filmes durante la década siguiente, con “Río Conchos” Gordon Douglas, de la misma manera que Joseph Newman con la excelente “Fort Masacre” de 1958 (ya comentada en este blog), comenzó a modernizar el género cinematográfico por excelencia, mostrando cuál sería el camino del mismo a partir de mediados de los sesenta.



Debemos tener en cuenta que esta década supuso la pérdida de la inocencia por parte de la sociedad norteamericana que comenzó a percibir, a través de corrientes contestatarias como los movimientos hippie y racial o acontecimientos de la envergadura del asesinato del presidente Kennedy (1963) y la intervención en la Guerra del Vietnam, como se tambaleaban principios básicos de su forma de vida hasta ese momento no cuestionados.



Como consecuencia de ello quedó obsoleta la visión idealizada de la conquista del Oeste proporcionada por los directores clásicos, aunque esta corriente siguió estando presente durante la década en realizadores como Hawks o Hathaway, así como de los héroes que la protagonizaron.










“Río Conchos” es, por tanto, fiel reflejo de su época y nos va a mostrar un Far-West más realista habitado por personajes alejados del prototipo del héroe clásico. Así, nos encontramos con James Lassiter, un hombre de honor pero trastornado hasta el desgarramiento interno por el asesinato de su mujer e hijo a manos de los apaches, a los que profesa un odio visceral y se dedica a asesinar. Es un muerto en vida para el que la misión supondrá una razón para sobrevivir además de poder saciar su sed de venganza. Un personaje muy interesante, sin duda centro de la película, que eclipsa al resto de compañeros, gracias también a la portentosa interpretación de Richard Boone, y cuyos antecedentes los podemos encontrar en el Ethan Edwards de “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y en el sargento Vinson de la mencionada “Fort Massacre”. El capitán Haven, encarnado por Stuart Whitman quizás el más flojo de todos los intérpretes, que persigue restituir el honor perdido puesto que era él el oficial al mando del destacamento al que robaron las armas, además de presentárnoslo como un soldado ambicioso que ve la oportunidad de un ascenso con la empresa que emprende (las alusiones son constante, sobre todo por parte de Lassiter). Rodríguez, al que da vida en una gran composición Tony Franciosa, un vividor, mujeriego, bebedor y jugador tan sólo fiel a sí mismo que intentará obtener el mayor rédito económico a su aventura. El sargento Franklyn, encarnado por el gran jugador de futbol americano y posterior estrella del cine blaxpoitation Jim Brown en su debut en la gran pantalla, quizás el personaje más cercano al héroe clásico al actuar motivado por su deber como soldado y mostrarse el más humano del grupo. Y junto a ellos la figura de Theron Pardee, al que dio vida Edmond O’Brien, un megalómano oficial sudista que se resiste a la rendición y pretende volver a encender la mecha del conflicto armado; aunque su plan se rebelará tan artificial como la gran hacienda que preside el río Conchos.
De una lectura profunda del filme otras dos cuestiones han suscitado mi interés:



El tema del racismo, muy presente en la película. Así no es casualidad que el cuarteto principal esté configurado por dos anglosajones, un mexicano y un negro, al que se unirá una india apache; planteándose a lo largo del filme el necesario entendimiento entre las distintas razas, e incluso al final se apuntará una posible relación entre la apache y uno de los personajes. Por otra parte, la escena del enfrentamiento en la cantina al negarse el dueño a servir a Franklyn por ser negro es una clara alusión a la Ley de Derechos Civiles, aprobada en julio de 1964, que puso fin a la segregación racial en los EEUU.



Las veladas referencias a la política exterior estadounidense con la creciente proliferación de asesores en el continente americano y sobre todo en Vietnam, tras autorizar el presidente Johnson en agosto de 1964 (Resolución del Golfo de Tonkín) que los asesores militares pudieran realizar acciones militares fuera de sus bases. Respecto a esta cuestión el filme presentaría semejanzas con  “Mayor Dundee” (1965, Sam Peckinpah) que fue entendida por parte de la crítica cinematográfica como una alegoría de la intervención estadounidense en el conflicto asiático.



No obstante, si hacemos abstracción de las consideraciones anteriores, la película se puede disfrutar como una gran cinta de aventuras perfectamente rodada por Douglas en la que los protagonistas vivirán su personal descenso a los infiernos, un viaje a la locura, a un mundo sin civilizar presidido por la barbarie y en el que impera la ley del más fuerte. De ahí que el director no sólo incremente la violencia sino que la aborda con mayor crudeza; así el filme se inicia con una gran e impactante secuencia en la que Lassiter acaba a sangre fría con varios indios inermes, y a esta le suceden, por ejemplo, la del rancho en el que encuentran a una mujer ultrajada y agonizante que culmina con un enfrentamiento brutal con los apaches (magnífica escena estupendamente rodada), o la de la tortura de los principales personajes. Violencia que, de nuevo, anuncia el devenir del wéstern norteamericano.



A la perfecta labor de Douglas hay que sumar el trabajo de grandes profesionales como Clair Huffaker, escritor y guionista, que curiosamente había abordado esta cuestión aunque con un tono diferente en “Los comancheros” (1961); Joseph McDonald como director de fotografía; y, sobre todo, Jerry Goldsmith que compuso una gran banda sonora en cuyo tema principal, como también haría Morricone para los filmes de Sergio Leone, introdujo el sonido de un látigo.



“Río Conchos”, un filme fundamental en el desarrollo del wéstern norteamericano que, a mi entender, no cuenta con el reconocimiento que merece por lo que es urgente su reivindicación.

TRAILER: