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miércoles, 10 de enero de 2018

LANZA ROTA

(Broken lance, 1954)

Dirección: Edward Dmytryck
Guion: Richard Murphy basado en una historia de Philip Yordan

Reparto:
- Spencer Tracy: Matt Devereaux
- Robert Wagner: Joe Devereaux
- Jean Peters: Barbara
- Richard Widmark: Ben Devereaux
- Katy Jurado: Señora Devereaux
- Hugh O’Brian: Mike Devereaux
- Eduard Franz: Two Moons
- Earl Holliman: Denny Devereaux
- E. G. Marshall: Horace-The Governor
- Carl Benton Reid: Clem Lawton

Música: Leigh Harline
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

"No lo sé. Un hombre que es capaz de arrojar 10.000 dólares en una escupidera me pone nervioso” (Ben a sus hermanos Mike y Denny tras haber rechazado Joe su ofrecimiento).


“Lanza rota” es un claro ejemplo de la evolución del wéstern desde finales de la década de los cuarenta y durante los diez años siguientes, con producciones cuyas tramas eran cada vez más complejas y con un mayor peso de las situaciones dramáticas y de los conflictos psicológicos entre los personajes. De hecho, la película que nos ocupa es un remake ubicado en el Lejano Oeste de “Odio entre hermanos”, drama con elementos de noir dirigido por Joseph Leo Mankiewicz en 1949 y producido, al igual que este filme, por Sol C. Siegel durante su etapa en la Twentieth Century Fox.



Además fue uno de los primeros wésterns, junto a “El jardín del diablo” (película dirigida por Henry Hathaway en 1954 ya reseñada en el blog), rodado en CinemaScope, sistema de filmación lanzado por la Twentieth Century Fox en 1953 con “Cómo casarse con un millonario” y “La túnica sagrada”, del que Edward Dmytryck obtiene un gran partido (de hecho la primera secuencia parece concebida para mostrarnos las inmensas posibilidades del nuevo sistema).



ARGUMENTO: Joe Devereaux, hijo del magnate ganadero Matt, tras salir de la cárcel jura vengarse de sus tres hermanastros causantes de la muerte de su padre.

Partiendo de un ambicioso guion de Richard Murphy, basada en una historia de Philip Yordan por la que irónicamente recibió el único Oscar de su carrera, en el que se podían apreciar influencias tanto de Shakespeare, en concreto “El rey Lear”, como de la Biblia con el pasaje sobre Caín y Abel, Edward Dmytryck rodó, a través de un extenso flashback, un filme sobre la decadencia de un imperio ganadero y la rivalidad surgida en el seno familiar. Una película no lograda del todo en el que abordó varios temas.



La evolución del Lejano Oeste y con ello la construcción de un país.

Nos encontramos en las últimas décadas del siglo XIX y se ha consumado, prácticamente, la conquista del territorio despojando a sus propietarios legítimos, los nativos norteamericanos, de sus tierras. Es un mundo nuevo en el que los conflictos ya no se solventan con las armas sino a través de la ley. Matt Devereaux, el patriarca familiar y representante de los colonos primigenios forjadores con su esfuerzo de grandes imperios, parece no adaptarse a los nuevos tiempos y esta falta de adaptación desencadenará el drama posterior.



Su apego por el pasado le llevará igualmente a dirigir su rancho de forma tradicional y a no escuchar los consejos de sus hijos y en especial de Ben, personajes más cercanos a la modernidad (representada por la ciudad en donde destaca el monumental edificio del Gobernador) y a la legalidad; además de ser más conscientes de las oportunidades que los nuevos tiempos brindan con la aparición de recursos apenas explotados como el petróleo.

La indiferencia, cuando no el desprecio, mostrado por Matt hacia las ideas novedosas de sus vástagos constituirá un nuevo motivo de conflicto, sobre todo con su hijo mayor al que constantemente ninguneará.



El racismo, apenas disimulado, persistente en la sociedad norteamericana.

La esposa india de Matt no termina de ser aceptada por su propio círculo. Tal es así que, tratando de ocultar su origen, la llaman señora como si fuera mexicana; mientras que la mujer de su abogado suele excusar sus ausencias cuando es invitada por los Devereaux. Incluso se alude al ignominioso hecho de que los indios no fueran considerados ciudadanos estadounidenses por lo que no podían tener ninguna propiedad. 

Estos sentimientos xenófobos son palpables también en el gobernador, gran amigo del ranchero desde su juventud, al rechazar la incipiente relación amorosa de Joe, el vástago mestizo de Matt, con su hija.



El ecologismo.

La película denuncia los excesos y peligros de la revolución industrial representada en una mina de cobre contaminante del agua de un río necesaria para la crianza del ganado de los Devereaux. De esta forma Dmytryck parece defender la idea de que la modernidad supone la ruptura del equilibrio ecológico y el fin de una forma de entender la vida, propia de los nativos estadounidenses pero también de los primeros colonizadores como Matt, basada en el respeto a la naturaleza.

La industrialización se nos presenta, pues, como un fenómeno depredador del entorno natural.

Los lazos existentes en la sociedad norteamericana entre el poder económico, encarnado en Matt, y el poder político, representado por Horacio; ya que el primero impulsó la carrera del segundo y fue fundamental en su nombramiento actual como Gobernador. Incluso se insinúa el control ejercido hasta ese momento por ambos poderes sobre los jueces.

En definitiva, Matt es un cacique acostumbrado a controlar todos los resortes del poder.



A pesar de esta actitud nada complaciente en relación con la formación de los EEUU, el director no intenta juzgar a los personajes sino que parece comprenderlos al presentárnoslos como víctimas de las circunstancias y de su carácter, no tomando partido por ninguno de ellos. Sobre todo en relación con los dos que sustentan la trama principal, interpretados por un soberbio Spencer Tracy (Matt) y un no menos extraordinario Richard Widmark (Ben) que mantienen un duelo interpretativo de gran altura.



Matt es el típico hombre hecho a sí mismo que forjó un imperio de la nada a pesar de verse viudo y con tres niños pequeños. De ahí que se le identifique con el lobo, símbolo en algunas culturas de la fuerza y el valor, además de aparecer en numerosos relatos míticos sobre la formación de clanes y dinastías.



Individuo duro y recto, su situación personal le ha convertido en un ser despótico, autoritario, intransigente y soberbio que ha tiranizado a sus tres hijos mayores desde su más tierna edad. Tan sólo mostrará su lado humano con su segunda esposa (una espléndida Katy Jurado, nominada al Oscar como actriz secundaria), personaje que intentará mantener unida a la familia y hacerle ver los excesos cometidos en el trato dado a sus tres hijos.

Matt es, además, un hombre anclado en el pasado y, por tanto, condenado a desaparecer con los tiempos nuevos.



En cuanto a Ben, el personaje más interesante y símbolo del empresario moderno, se debate entre el cariño a su progenitor y el rencor por tantos años de tratamiento injusto. Resentimiento agravado por la relación mucho más cercana y cariñosa mantenida por su padre con Joe, el hijo menor que no vivió los años más duros y al que le llega a decir su padre: “Todo el ganado que hay aquí es tan tuyo como mío”.



La relación entre los dos da lugar a una de las mejores escenas de la película en la que Ben le reprocha a Matt que: “¿Alguna vez me preguntaste si quería una india por madrastra cuando murió mama? O si quería trabajar dieciséis horas y cuidar de Mike y Denny además. ¿Alguna vez me preguntaste si quería dejar los estudios y venir a trabajar como un criado? Vamos a ver, ¿Cuándo me preguntaste lo que pensaba o lo que quería? ¿Cuándo? Nunca lo hiciste”. Y Matt le responde: “Podías haberte ido. Lo hubiera entendido”.



El resto de los personajes no son tan interesantes. Robert Wagner (lanzado junto a Jeffrey Hunter por la Twentieth Century Fox en los años cincuenta como una estrella) da vida a Joe y se ve eclipsado por Tracy y Widmark, actores de mayor entidad y carisma; mientras que los personajes de Mike y Denny apenas si están perfilados y Barbara (encarnada por una Jean Peters que se retiraría dos años después tras contraer matrimonio con Howard Hughes), en principio una mujer interesante por su valentía, inteligencia y arrojo, está totalmente desaprovechada al limitarse a protagonizar una historia de amor bastante insulsa aunque sirve de apoyo para denunciar el racismo existente en la sociedad. Relación amorosa que, además, rompe el ritmo de la película, suaviza innecesariamente su dureza y distrae al espectador de la trama principal.



Asimismo, en el epílogo tanto el director como el guionista parecen buscar una solución excesivamente moralizante, abandonando la imparcialidad mantenida hasta ese instante con los personajes, al ofrecernos, según mi punto de vista, un final inadecuado y alejado del enfoque dado a la historia a lo largo del resto del filme. Da la sensación de que intentaron introducir más acción con el innecesario enfrentamiento entre Joe y Ben. Escena, sin embargo, magníficamente planificada y rodada en la que el papel del indio Two Moons adquiere un valor simbólico.



“Lanza rota”, por tanto, no desarrolla adecuadamente los interesantes temas planteados, quizás por ser demasiados, y cuenta con un final decepcionante y facilón, pero es un wéstern muy logrado, clara muestra de la ductilidad del género; además de contener grandes escenas como la ya comentada del enfrentamiento verbal entre Matt y Ben, la última cabalgada de Matt y el encuentro con sus hijos o el regreso de Joe al rancho, abandonado por su familia, con el que arranca la historia a través de un largo flashback al enfocar la cámara el cuadro de su padre.



lunes, 12 de diciembre de 2016

EL ROSTRO IMPENETRABLE

(One-Eyed Jacks - 1961)

Director: Marlon Brando
Guión: Guy Trosper y Calder Willingham. Basado en una obra de Charles Neider

Intérpretes:
- Marlon Brando: Johnny Río
- Karl Malden: Dad Longworth
- Katy Jurado: María Longworth
- Pina Pellicer: Luisa Longworth
- Slim Pickens: Lon Dedrick
- Ben Johnson: Bob Amory
- Larry Duran: Chico Modesto


Música: Hugo Friedhofer

Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Johnny Río: "¿Mi casa? Mi casa está donde dejo mi silla de montar"


SINOPSIS: Tras atracar un banco fronterizo, Johnny Río (Marlon Brando) es traicionado por Dad Longworth (Karl Malden), su compañero de fechorías, y a consecuencia de ello acaba detenido por los regulares mexicanos. Después de pasar cinco largos años en la prisión de Sonora, y ya libre, Johnny solo piensa en buscar a Dad y vengarse. Finalmente lo encuentra en Monterrey (México), donde Dad se ha convertido en un hombre respetable y ahora desempeña el cargo de Sheriff. Cuando conoce a Luisa (Pina Pellicer), la hijastra de Dad, Río decide posponer sus planes de venganza y seducir a la joven.


Aunque nunca sabremos qué hubiera sido de “El rostro impenetrable” si la hubiera dirigido Stanley Kubrick y la hubiera guionizado Sam Peckinpah (dos de los cineastas que quiso Brando para esta peli y que por diferentes motivos acabó descartando), lo que está claro —al menos por mi parte— es que el resultado final de esta larga, compleja y traumática producción fue, sin lugar a dudas, totalmente satisfactorio.


Naturalmente, soy muy consciente que este western tiene muchos detractores. En gran parte por su exagerado metraje (posiblemente le sobren quince o veinte minutos bien buenos) y, sobre todo, por el indisimulado narcisismo del propio Brando, que no supo ni quiso renunciar a ninguna de sus poses ni a ninguno de sus primeros planos favoritos.


Pero, aún así, me parece un gran western. Y me lo parece, en primer lugar, porque es un western estéticamente precioso. Porque no es habitual que un western se desarrolle a pie de playa y porque tampoco es habitual que un western cuente con un componente lírico tan significativo. Máxime cuando, además, ese impresionante mar embravecido que podemos observar en varias secuencias de la película posee —por si fuera poco— un rol metafórico (la pasión) absolutamente crucial en el desarrollo de la historia. Un mar azul que aún resulta más bello y espectacular cuando lo comparamos con el polvo o la arena del desierto mejicano, elementos que —del mismo modo— poseen un gran protagonismo en el inicio de la peli, cuando Dad y Río quedan a merced de los regulares tras el atraco y Dad sale a buscar ayuda con el único caballo del que disponen.


Aún así, uno de los grandes culpables de ese tono entre melancólico y crepuscular que evidencia “El rostro impenetrable” en todo momento es, sin lugar a dudas, el director de fotografía, Charles Lang Jr., quién no cejó hasta conferirle a la peli una pátina cromática muy particular.

  
Y aunque, como ya he dicho, es posible que a la película le sobren quince o veinte minutos, sigo creyendo —no obstante— que cuenta con un gran guión. No sólo porque considero que la historia es sumamente interesante (no en vano suma drama, romance, traición, venganza, y hasta un bonito duelo) sino porque tanto los personajes principales como los secundarios están muy bien definidos. Algo que no debería de extrañarnos en una peli (la única como director, por cierto) de Marlon Brando, un actor extraordinariamente metódico y perfeccionista. Por eso mismo confió precisamente en su amigo Karl Malden como pareja de baile (con quién ya había trabajado en “Un tranvía llamado deseo” y “La ley del silencio”, ambas de Elia Kazan) y por eso decidió que todos los personajes secundarios (Katy Jurado, Pina Pellicer, Slim Pickens, Ben Johnson y Larry Duran) tuvieran los diálogos y los minutos en pantalla necesarios. Sin restricciones de ningún tipo.




Para bien o para mal, sin embargo, este es un western “made in Marlon Brando”. Y aunque muchos digan que el duelo interpretativo lo ganó de calle Karl Malden, esa aura de misterio y magnetismo que desprende Johnny Río es absolutamente esencial para disfrutar de “El rostro impenetrable” como lo que realmente es: uno de los westerns más oscuros, místicos y atípicos de los 60. A mi parecer, por la gran complejidad y ambigüedad psicológica que muestra el personaje interpretado por Brando.


Como su título original indica (One-Eyed Jacks) Johnny Río personifica la J, esa carta de la baraja inglesa que muestra a una figura, de perfil, con un solo ojo. O lo que es lo mismo, las dos caras de una misma moneda. A veces antagónicas, duales, bipolares. Y a veces —también— herméticas, inescrutables, crípticas. Y de ahí, supongo, procede su libre traducción al castellano: “El rostro impenetrable”. El de un hombre dispuesto a cobrar venganza a toda costa pero que no dudará a esperar el tiempo que sea necesario para hacerlo en el momento oportuno.


Pero si “El rostro impenetrable” me parece un buen western es, sobre todo, por la gran cantidad de escenas que tiene para el recuerdo. Casi todas, además, impecables desde un punto de vista técnico o formal. Con buenos encuadres, angulaciones muy originales y esa fotografía a la que antes aludíamos, más tristona y macilenta de lo habitual.


Ah, y con esa preciosa banda sonora compuesta por Hugo Friedhofer, por supuesto. Me estoy refiriendo —por ejemplo— a la irrupción de los regulares en el burdel donde Dad festeja el exitoso atraco, a la detención de Johnny en el polvoriento desierto, a la llegada de Johnny a la casa de Dad en Monterrey, a la sesión de latigazos y al culatazo con el que Dad le destroza la mano a Johnny, al tiroteo en el bar con el hombre que maltrata a la mejicana, a la fuga de Johnny del calabozo o al espléndido duelo final entre Johnny y Dad.


Como podéis constatar, son unas cuantas. Y como ya os he dicho, muy bien rodadas. Solo por eso merece la pena ver este western. Sin prisas. Sin prejuicios. Sin manías. Yo creo, sinceramente, que el tiempo le ha hecho justicia a “El rostro impenetrable” y que, hoy día el western de Brando ya es —por derecho propio— una auténtica peli de culto.


 

jueves, 18 de febrero de 2016

SOLO ANTE EL PELIGRO


(High Noon) - 1952
Director: Fred Zinneman
Guion: Carl Foreman

Intérpretes:
- Gary Cooper: Will Kane
- Grace Kelly: Amy Fowler
- Thomas Mitchell: Jonas Henderson
- Lloyd Bridges: Harvey Pell
- Katy Jurado: Helen Ramírez
- Lee Van Cleef: Jack Colby
- Ian McDonald: Frank Miller

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Stanley Kramer Productions
País: Estados Unidos


Por: Xavi J. PruneraNota: 9

Will Kane, a Amy: "Cariño, he estado pensando… me están haciendo huir. Yo jamás he huido de nadie"

Si existe un solo western que me retrotrae automáticamente a la niñez cada vez que lo veo o pienso en él ése es, sin lugar a dudas, “Solo ante el peligro”. Naturalmente, no es el único.


De mi infancia recuerdo con bastante claridad “La diligencia”, “Raíces profundas”, “Río Bravo” o “Veracruz”, por ejemplo. Pero ninguno de ellos me marcó tanto, en aquellos entonces, como "Solo ante el peligro."

Ya de adulto, obviamente, la he visto más veces. Y en todas esas ocasiones he podido prestar mayor atención a muchos otros detalles y a indagar un poquito más en la coyuntura o situación sociopolítica que vivió Estados Unidos durante esa época.


Concretamente, entre finales de los 40 y principios de los 50. Me estoy refiriendo, como podréis suponer, al macarthysmo. A la ‘caza de brujas’, vaya. Precisamente por ello el trabajo de Carl Foreman —guionista de la peli y exmilitante comunista— fue inspeccionado con lupa y precisamente por ello el Comité de Actividades Antiamericanas puso el grito en el cielo cuando, en pleno rodaje, se enteraron de qué iba el guión y se vieron reflejados en él. Huelga decir que Foreman fue llamado a declarar y que tras ser interrogado, presionado y amenazado por parte del comité, no volvió a trabajar nunca en los Estados Unidos.


Ya en el exilio, ganó el Oscar al mejor guión adaptado por “El puente sobre el río Kwai” (1957), de David Lean, pero cabe decir también que jamás pudo ir a recogerlo.


Y aunque poco más se podría añadir a un western cuyo gran fundamento es esa clara y meridiana metáfora de la ‘caza de brujas’ macarthyana (Gary Cooper encarna en esta peli a Will Kane, un sheriff que espera —solo y abandonado por todos— la llegada a Hadleyville de un exconvicto, Frank Miller (Ian McDonald), que él mismo había mandado a presidio y que regresa, cinco años después, dispuesto a matarle) no quisiera terminar esta reseña sin incidir en otros aspectos que considero —si bien no tan mediáticos— sí, al menos, dignos de mención. 


Empezaré por el aspecto formal. Y es que, aunque “Solo ante el peligro” es una peli narrada y rodada según los cánones del clasicismo cinematográfico más puro y duro, también cabe mencionar todos esos detalles que la hacen única y especial. Así, a la austera y tradicional fotografía en blanco y negro de Floyd Crosby, Zinneman le añade un buen puñado de recursos narrativos muy pero que muy interesantes.


Desde esa precisa sincronización entre el tiempo real y dramático que nos muestran y nos enfatizan insistentemente esos omnipresentes relojes que aparecen por doquier hasta todo ese amplio repertorio de planos a cuál mejor (con mención especial a esa grúa que, en un momento dado, se eleva a las espaldas de Kane para hacerle ver tan frágil como insignificante) que convierten a este western, a mi juicio y paradójicamente, en uno de los mejores thriller de la historia del cine. 


Otro de los puntos fuertes de “Solo ante el peligro” es, obviamente, su protagonista: Will Kane. Un hombre, a priori, recto, íntegro y valeroso. Pero también —y aunque parezca contradictorio— temeroso, dubitativo y angustiado.


Y es que la gran virtud de “Solo ante el peligro” es, a mi juicio, equilibrar a la perfección dos conceptos tan antagónicos como el miedo y el valor. Ese equilibrio —junto a la velada o no tan velada crítica al macarthysmo y a esa tensa e inacabable espera— son, por lo tanto y desde mi punto de vista, los tres grandes ejes de este mítico y enorme western.




FOTOS DEL RODAJE:








TRAILER: