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jueves, 19 de abril de 2018

FILÓN DE PLATA

(Silver lode, 1954)

Dirección: Allan Dwan
Guion: Karen DeWolf

Reparto:
- John Payne: Dan Ballard
- Lizabeth ScottRose Evans
- Dan DuryeaNed McCarty
- Dolores MoranDoly
- Emile MeyerSheriff Wooley
- Robert WarwickJudge Cranston
- John HudsonMichael “Mitch” Evans
- Harry Carey Jr.Johnson
- Alan Hale Jr.Kirk
- Stuart WhitmanWicker
- Frank SullyTelegrapher

Música: Louis Forbes, Howard Jackson (sin acreditar).
Productora: Benedict Bogeaus Production con el nombre de Pinecrest Producitons (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


“Lo lamentáis. Hace un rato queríais acabar conmigo. Me habéis obligado a matar para defenderme, para salvar mi vida. No queríais creer lo que yo decía. La vida de un hombre puede depender de un hilo. Lo sabíais. ¡Y vosotros lo sentís!” (Dan al juez Cranston ante sus palabras disculpándose por la actitud de los habitantes del pueblo)

Allan Dwan (1885-1981) posee una filmografía prácticamente inabarcable de más de cuatrocientos títulos filmados entre 1911 y 1961. Dada su larga trayectoria como director vivió distintas etapas del cine en Hollywood. Así comenzaría dirigiendo películas en la etapa silente entre las que destacan sus trabajos para la estrella de filmes de aventuras Douglas Fairbanks (“Robín de los bosques” de 1922 o “La máscara de hierro” de 1929).


Durante los años treinta y cuarenta se adaptó perfectamente al sistema de estudios en el que el director era un elemento más del perfecto engranaje creado por Hollywood, dirigiendo generalmente producciones de bajo coste. De esta etapa destaca, sin duda, la cinta bélica “Arenas sangrientas” (1949) por la que su protagonista, John Wayne, estuvo nominado al Oscar.


Con el comienzo de la crisis del sistema de los grandes estudios en la década de los cincuenta, período en el que comenzaron a proliferar las pequeñas compañías y los productores independientes, Dwan, como muchos otros directores, empezó a moverse y abandonó el paraguas protector de las denominadas majors.


Es en esta década cuando conoce al prestigioso productor Benedict Bogeaus y se asocia con él. Esta colaboración dará lugar a un período de gran estabilidad para Dwan y se extenderá a lo largo de ocho años y diez películas, constituyendo una de las épocas de mayor libertad creativa y más brillantes del director, en la que facturó cintas como el noir, basado en una novela de James M. Cain, “Ligeramente escarlata” de 1956 o “Al borde del río” una mezcla de western, thriller y película de aventuras filmada en 1957 y protagonizada por Ray Milland y Anthony Quinn; así como wésterns del nivel de “Pasión” (1954), “El jugador” (1955) y, sobre todo, “Filón de plata” (1954), inicio de su colaboración con Bogeaus y una de sus películas más conseguidas, además de su mejor contribución a este género.


ARGUMENTO: El día de su boda Dan Ballard, un antiguo pistolero, es acusado por un agente de la ley, Ned McCarty, de robo y asesinato de un hombre. Dan comprobará cómo todos sus intentos por rehacer su vida ganándose la confianza de sus vecinos han sido en vano y que, incluso, hasta sus amigos le perseguirán e intentarán linchar. La pesadilla no ha hecho más que comenzar para el ex forajido.


Silver Lode, un pueblo tipo del Oeste americano, verá alterada su existencia con la llegada de cuatro hombres. A partir de este inicio, que recuerda al de “Grupo salvaje” dirigida por Sam Peckinpah en 1969 (en ambas un grupo de pistoleros irrumpen en una ciudad en fiestas mientras unos niños juegan en la calle), Dwan y la guionista Karen DeWolf nos introducen en una historia densa pero narrada de forma ágil y con un último tercio frenético en la que construyen una fábula moral acerca de la intransigencia, hipocresía y maleabilidad del ser humano; aportándonos una visión negativa y pesimista de su naturaleza.


Porque estamos ante un wéstern singular con elementos de thriller o cine negro que aborda el tema del falso culpable, tan querido por autores como Fritz Lang y Alfred Hitchcock. El protagonista, un individuo respetable hasta ese momento, tendrá que enfrentarse a una falsa acusación de asesinato y probar su inocencia frente a los habitantes de la ciudad que pasan de apoyarlo, con alguna excepción como una de las mujeres invitadas a su boda que cuestionará desde el inicio su inocencia, a perseguirlo con la intención de lincharlo tras un tiroteo en un granero cuyo resultado es la muerte del sheriff y uno de los ayudantes de McCarthy.


La escena supone un punto de inflexión en el filme porque las escasas dudas que el espectador pudiera tener sobre la inocencia del protagonista se disipan y el director nos hace partícipe de la verdad; una verdad que en el filme tan sólo conocen Dan y su antagonista Ned pero que ignora el resto de los habitantes del pueblo que serán brillantemente manipulados por el falso agente de la ley al que creerán a pesar de los intentos de un angustiado Dan de explicar lo realmente ocurrido. Con ello, el director consigue que el espectador empatice aún más con el protagonista y haga suyo el tormento de este al verse enfrentado contra toda la población por un delito no cometido.


Y es en el comportamiento de los vecinos del protagonista en donde radica la clave de la película. Un turba sedienta de sangre que persigue incansablemente a Dan para ajusticiarlo, convirtiéndose en jurado, juez y verdugo y a la que el propio juez de Silver Lode, simbolizando la debilidad de las instituciones americanas, no puede frenar. Una jauría humana para la que no existe un principio básico como la presunción de inocencia y que ni tan siquiera respetará lo más sagrado, no dudando en profanar la Iglesia para aniquilar a Dan. Y todo ello sin que existan pruebas contundentes y concluyentes sobre la culpabilidad del protagonista, sino tan sólo movidos por sus propios prejuicios y la facilidad de McCarthy para despertar sus instintos más irracionales.


Todo este entramado temático convierte a Silver Lode en un símbolo de la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ya que la persecución claramente alude a la sufrida por distintos ciudadanos, ante la pasividad de la mayor parte de la población estadounidense, durante más de una década con la denominada caza de brujas dirigida por el senador McCarthy (de hecho Martin Scorsese alude a esta película como “Una caza de brujas el 4 de julio”). Una época en la que se impuso en Hollywood el terror al condenar al ostracismo a diferentes actores, guionistas y directores por el simple hecho de haber pertenecido al partido comunista, haber simpatizado con sus ideas o haber tenido algún tipo de relación con él; y todo ello mientras el resto de compañeros miraba para otro lado y sin que existieran pruebas irrefutables contra ellos ni se les garantizase un juicio justo. Una etapa vergonzosa y paranoica en la que la delación, en la mayoría de casos por presiones insoportables, fue una constante.


El filme no oculta este hecho y nos aporta pistas continuamente. El falso agente de la ley se llama McCarty, prácticamente igual que el senador; mientras que la acción se desarrolla el 4 de julio, día de la independencia de los EEUU, lo que le permite al director mostrar la bandera en un espacio en el que se está sometiendo injustamente a un acoso brutal al protagonista; denunciando, de esta forma, la involución vivida por la sociedad norteamericana respecto a derechos y libertades consagrados por la constitución de 1787 (libertad de pensamiento, expresión o derecho a un juicio justo, entre otros).


Esta denuncia del macartismo, además de otras características como el hecho de desarrollarse en tiempo real y en un único espacio, emparentan a Silver Lode con la más famosa “Solo ante el peligro”, película ya reseñada en este blog y dirigida por Fred Zinnemann en 1952; pero creo que la denuncia efectuada por Dwan es más directa, valiente y eficaz.


Para interpretar al acosado Dan el director contó con John Payne, una estrella de la "serie b" durante la década de los cincuenta. Generalmente minusvalorado, en esta ocasión hace una gran composición como el inocente injustamente perseguido a la que sin duda ayuda esa mirada fría y distante tan característica del actor. Payne volvería a colaborar con Dwan en otras tres ocasiones: “El jugador” (1955), “Ligeramente escarlata” (1956) y “Hold back the night” (1956).


Pero, a pesar de la esforzada interpretación del protagonista, quien sobresale con su cruel sonrisa es Dan Duryea como Ned McCarty, uno más de sus memorables villanos. Estamos ante un individuo peligroso porque a su sed de venganza une su inteligencia y su capacidad para manejar a favor de sus intereses a una población fácilmente impresionable.

Junto a ellos como personajes femeninos nos encontramos con Lizabeth Scott, actriz vinculada al cine negro por lo que se refuerza la mixtura de géneros de la película, como la prometida de Dan; y una excelente Dolores Moran, en la vida real casada con Bogeaus, en el papel de la desencantada “corista” y antigua amante de Dan. Ambas serán el único apoyo con el que cuente el protagonista y personajes fundamentales, a través de un hecho paradójico que no cuento para no destriparos la película, para demostrar su inocencia.



Si desde el punto de vista del contenido la película es sobresaliente, técnicamente no lo es menos. Destacando la larga secuencia, puesta en relieve por el mencionado Scorsese, que se inicia con el abandono por parte de Dan de la casa de su futuro suegro y finaliza al buscar amparo en la iglesia, que cuenta con un excelente y prolongado travelling lateral; y cuya continuación en el interior del templo permite lucirse a John Alton como responsable de la fotografía del filme. Igualmente destacables son los planos tomados desde el interior de una estancia que enfocan al exterior a través de una ventana, recurso con el que, además de abaratar costes, Dwan muestra en una sola toma tanto al personaje situado en la habitación como los acontecimientos que están ocurriendo en la calle.


Película, por tanto, que refleja una visión desoladora de la sociedad americana acentuada por un ácido y desencantado final, “Filón de plata” es uno de los grandes wésterns de la década de los cincuenta aunque no suele figurar, de manera injusta, en la lista de los mejores filmes de este género. Así que si no lo habéis visto ya estáis tardando.

Como curiosidad comentaros que Lizabeth Scott vivió su particular caza de brujas por los rumores extendidos en relación con su condición sexual.

jueves, 15 de marzo de 2018

BUSCA TU REFUGIO

(Run for cover) - 1955

Director: Nicholas Ray
Guion: Winston Miller. Basado en la obra de Harriet Frank Jr. e Irving Ravetch

Intérpretes:
- James Cagney: Matt Dow
- Viveca Lindfords: Helga Swenson
- John Derek: Davey Bishop
- Jean Hersholt: Mr. Swenson
- Grant Withers: Gentry
- Jack Lambert: Larsen
- Ernest Borgnine: Morgan
- Ray Teal: Sheriff

Música: Howard Jackson
Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. Prunera. Nota: 7’5

“En nuestro país los hijos no decían ‘no te preocupes’ cuando los padres ordenaban algo” (Mr. Swenson) “Por eso me gusta América” (Helga Swenson)” 


SINOPSIS: Matt Dow, un expresidiario que viene de cumplir 6 años de cárcel, es confundido por un peligroso atracador. Durante el tiroteo, un joven al que acaba de conocer (Davey Bishop), cae gravemente herido. Acogido por la comunidad que lo ataca por error, Dow acaba haciéndose respetar en el pueblo, convirtiéndose en su sheriff y prometiéndose con una preciosa chica. Sin embargo, los problemas con su amargado “hijo adoptivo” (Bishop) no harán más que empezar.


“Busca tu refugio” es una de esas pequeñas joyas del western que apenas nadie conoce y que, sin ser ningún peliculón, merece —a mi juicio— una justa, necesaria y proporcionada reivindicación. Espero, sinceramente, que mi reseña contribuya a ello.


Estamos, por de pronto, ante un western de Nicholas Ray. El autor —entre otros— de títulos tan míticos como “En un lugar solitario”, “Rebelde sin causa” o “Johnny Guitar”. Un dato que, sin lugar a dudas, ya nos ofrece —de entrada— cierta garantía de calidad y, sobre todo, de sello autoral. No en vano, Nicholas Ray fue un cineasta con una estética y una temática muy personales y eso podemos constatarlo no tan sólo en sus películas más conocidas sino también en films más modestos como el que hoy nos ocupa.


Así pues, desde un punto de vista puramente estético o formal, cabe mencionar el empleo, en esta peli, de VistaVision, un procedimiento de impresión fotográfica que proporcionaba una gran nitidez de imagen. Y eso, unido a la habitual solvencia de Ray tras las cámaras y los impresionantes exteriores que luce “Busca tu refugio” (recordemos que parte de ella se rodó en el Parque Nacional Azteca de Nuevo Mexico) hacen de esta peli un western con un acabado visual francamente extraordinario.



Pero si algo distingue a las películas de Ray ese algo es, sin lugar a dudas, su aspecto temático. Y es que aunque “Busca tu refugio” es una peli que no se aparta ni un milímetro de lo que viene a ser la narrativa clásica tradicional (con su ritmo, su orden y su causalidad), los temas en los que ahonda Ray en este western son muy personales y, por consiguiente, muy habituales en sus películas. Así, Matt Dow (James Cagney), el protagonista, es (como Vienna o Johnny Guitar en “Johnny Guitar”) un héroe veterano, desarraigado y con un oscuro pasado que pesa sobre sus espaldas como una verdadera losa, mientras que Davey Bishop (John Derek), su compañero, también es un joven sin familia cuya lesión, rebeldía (por ahí aparece la inevitable comparación con el Jim Stark de “Rebelde sin causa”) y complejidad psicológica lo convierten —a su vez— en un chico solitario, ambiguo y amargado.


A partir de estos dos ejes, Nicholas Ray lo que hará será tejer una singular relación paternofilial. Una relación que, como es natural, nace a causa del hijo perdido de Dow y del padre que Davey (huérfano desde niño) nunca conoció. Sin embargo, esa relación nunca acabará de funcionar. Y no acabará de funcionar porque, por mucho empeño que Dow le eche para convertirse en un buen padre, por mucho que proteja a su “ahijado” y le conceda múltiples oportunidades para trabajar, integrarse en la sociedad, enmendar sus errores y construir una relación de confianza mutua, Davey decepcionará a su “padre adoptivo” —inexorablemente— una vez tras otra. Una terrible y despiadada frustración que le otorga a este western una pátina de tristeza, desencanto y fatalidad muy a tener en cuenta y que nos remite a la siguiente (y desoladora) moraleja o conclusión: el que es malo por naturaleza difícilmente dejará de serlo por muchas oportunidades que se le den.


Afortunadamente, “Busca tu refugio” también tiene buenos momentos. Y entre ellos cabe destacar la algo cándida historia de amor entre Matt y Helga y las pinceladas de comicidad (pocas pero destacables) que Ray decide imprimir al, por otro lado, duro y electrizante James Cagney. Un actor que, pese a no ser un habitual del género (lo suyo, sin lugar a dudas, eran las pelis de gángsters), borda su papel. John Derek y Viveca Lindfords, por su parte, están simplemente correctos.


En fin, que estamos ante un western muy entretenido que no decae en ningún momento y que, pese a no ser la octava maravilla del género, cuenta con buenos diálogos, persecuciones, encuentros con los indios, robos, linchamientos, puñetazos, trifulcas en el saloon y tormentas de arena. Si a ello le añadimos que, como ya hemos comentado, también se halla muy presente en él el inconfundible sello Nicholas Ray mi pregunta es: ¿Qué más se le puede pedir a un western? Que lo disfrutéis.




jueves, 7 de septiembre de 2017

EL SARGENTO NEGRO

(Sergeant Rutledge - 1960).

Dirección: John Ford.
Guion: James Warner Bellah, Willis Goldbeck.

Reparto:
- Jeffrey Hunter: Teniente Tom Cantrell
- Constance Towers: Mary Beecher
- Billie Burke: Cordelia Fosgate
- Woody Strode: Sargento Braxton Rutledge
- Juano Hernández: Sargento Skidmore
- Willis Bouchey: Coronel Otis Fosgate
- Carleton Young: Capitán Shattuck

Música: Howard Jackson.
Productora: Warner Bross. Ford Production. (USA).

Por Jesús CendónNOTA: 8,5

“Sentía que el ejército era mi hogar, mi verdadera libertad y mi propia estimación. Y el modo en que iba desertar me convertía en una fiera dañina que huye acosada. ¡Y yo no soy eso. Comprende. Soy un hombre!” (El sargento de primera Braxton Rutledge en su juicio ante el acoso al que se ve sometido por parte del fiscal).


ARGUMENTO: El sargento de primera Braxton Rutledge, un soldado ejemplar, es sometido a un consejo de guerra por el asesinato del comandante del fuerte y la violación y asesinato de la hija de este. El teniente Cantrell, su inmediato superior, se encargará de la defensa e intentará esclarecer la verdad.


El antiguo proyecto de la Warner a cargo de Andre de Toth situado en Europa en la época contemporánea y archivado en 1957 fue retomado por Willis Goldbeck al ver un cuadro de Remington sobre un soldado negro de la caballería de los EEUU. Este posteriormente contactaría con el también guionista James Warner Bellah para elaborar una historia sobre el papel desempeñado por la población negra en el ejército de los EEUU, y más concretamente referida a los Regimientos IX y X. Pero en manos de John Ford, al que le gustaba implicarse en los guiones modificando aquello que le desagradaba e incluyendo lo que estimaba conveniente, la película no sólo se convirtió en un valiente alegato antirracista sino en un sincero reconocimiento de la importancia de la participación de la población negra en la conquista del Oeste y, por tanto, en la construcción de los Estados Unidos. De nuevo Ford defendía la tesis de que la historia de un país la escribe su gente, generalmente las clases populares. Así, si en “La uvas de la ira” emitía una rotunda declaración al afirmar por medio de Ma Joad: “Nosotros somos el pueblo, nosotros seguimos adelante”, y en “Fort Apache” exaltaba en el discurso final del capitán Yorke a la caballería identificándola con los soldados y no con sus oficiales, en esta le toca el turno a la población negra que siendo esclava participó en la Guerra de Secesión para posteriormente alistarse en los citados IX y X Regimientos de Caballería para destacar por su valor en los combates contra los indios (la escena en la que Cantrell explica a Mary por qué son llamados soldados búfalos es rigurosamente cierta).


Por tanto, estamos ante una de las películas ideológicamente más comprometidas del genial director de origen irlandés en el que toma partido por las justas reivindicaciones de la población negra. Posicionamiento lógico desde la perspectiva actual (cincuenta y cinco años después de su estreno) pero cuya importancia se debe valorar en el contexto sociopolítico del momento en el que se cuestionaban dichas reivindicaciones. Una época convulsa con el renacimiento desde mediados de los años cincuenta del Ku Klux Klan y el recrudecimiento de sus actividades violentas como reacción a la proliferación de los movimientos antisegregacionistas tanto de corte pacífico como más radicales y violentos liderados, respectivamente, por Martin Luther King y Malcolm X (ambos dirigentes fueron asesinados). Dichos movimientos culminaron en 1964 con la promulgación de la Ley de Derechos Civiles que puso fin, desde el punto de vista legal, a la segregación racial.


Incluso la película parece anticiparse a través de la figura de Ruthledge al famoso discurso “Yo tengo un sueño” expresado por Martin Luther King en el monumento a Abraham Licoln en 1963 al afirmar el sargento que: “El destino de los míos es vivir atormentado. Muy bonito lo que dijo Lincoln pero no es cierto. Aún no.” Para, en otra escena, ante un moribundo Moffat que reniega de participar en la lucha de los blancos aseverar: “Luchamos por nuestro porvenir. Algún día Moffat, algún día”. Es, por tanto, consciente de la situación de discriminación de su raza y de las limitaciones que le impone la sociedad en la que vive pero confía en que su entrega y su sacrificio sirvan para en un futuro alcanzar la igualdad con el hombre blanco y, como Martin Luther King, sueña con el advenimiento de ese día.


Ford por tanto identifica a la población negra de su país con Ruthledge, de ahí que la dialéctica sobre el racismo sea constante, con dos momentos especialmente dramáticos. Aquel en el que vuelven a esposar al sargento para a continuación leer el documento de su manumisión y cerrar la escena Mary afirmando: “Era preciso tratarlo como un animal”; es decir, nada ha cambiado a pesar del sacrificio de la población negra. Y aquella del juicio en la que, acosado por el fiscal, se levanta y entre sollozos reivindica su condición de hombre y no de bestia, mientras que Ford lo retrata con un ligero contrapicado con el objeto de ensalzarle, de agrandar su figura; un soldado ejemplar que por ser de raza negra sufre la discriminación y el desprecio de una población por la que día a día se juega la vida.


El filme además es un híbrido entre western y thriller de juicios de tanto éxito en el momento de su realización gracias a películas de la talla de “Doce hombres sin piedad” (Sidney Lumet, 1957), “Testigo de cargo” (Alfred Hitchcock, 1957) o “Anatomía de un asesinato” (Otto Preminger, 1959) y se desarrolla en dos espacios claramente diferenciados: la sala del juicio de ambiente claustrofóbico e iluminada de forma teatral al focalizarse la luz en los testigos; y los espacios abiertos que le permiten retratar de nuevo su querido Monument Valley y rodar de forma brillante varias escenas de acción. Todo ello a través de una estructura compleja basada en varios flashbacks perfectamente integrados en la historia a través de los cuales el espectador, al igual que el teniente Cantrill, irá intuyendo la verdad.

Junto al tema del racismo Ford aborda otros, algunos de ellos recurrentes en su filmografía, entre los que destacan:


- La crítica a una sociedad cargada de prejuicios, morbosa, presta a convertir un juicio por asesinato con las graves consecuencias que conlleva en un mero espectáculo o, incluso, a exigir el linchamiento del reo antes de ser juzgado.


- El ejército como institución que encarna los valores más nobles del ser humano: la entrega, el sacrificio, la lealtad, el compañerismo, el altruismo. Una institución compuesta por soldados a los que no se les discrimina por el color de su piel.


- La amistad, representada en la relación de mutuo respeto entre el teniente Cantrell y el sargento. El primero a pesar de que, como soldado, debe ser fiel a las ordenanzas le muestra su confianza e incluso, a pesar de las abrumadoras pruebas en su contra, le llega a confesar: “Si usted me dice que no lo hizo yo le creeré”. Es el tipo de amistad y camaradería surgida entre dos hombres durante seis años combatiendo codo con codo.


- La necesaria reconciliación nacional, tema introducido sutilmente a través del Manual sobre el Consejo de Guerra de la Confederación adoptado por la Unión. Circunstancia que da lugar a uno de los brillantes gags diseminados a lo largo de la película. Entre estos cabe destacar el de la partida de cartas, resuelto con una estupenda elipsis de la que podrían tomar nota algunos directores actuales, o el de la pasión por el “agua” del presidente del tribunal.



- El rechazo a los conflictos bélicos y sus consecuencias, al citar por dos veces el saqueo de Atlanta cometido por las tropas unionistas.


Para dar vida a los personajes Ford se rodeó de un grupo de actores fijos en su cine que, sin ser estrellas, conforman un conjunto compacto. Como protagonista aparece un notable Jeffrey Hunter, interprete lanzado por la Twentieh Century Fox como gran promesa en la década de los cincuenta junto a Robert Wagner, con el que coincidió en varias películas como “Pluma blanca” (Robert D. Web, 1955) o “La verdadera historia de Jesse James” (Nicholas Ray, 1957) por ceñirnos a este género, y fallecido prematuramente de forma absurda en un accidente doméstico. En uno de sus mejores papeles, da vida al sagaz y recto teniente Cantrell, un soldado con plena confianza en el ejército. En el rol de Mary nos encontramos con Constance Towers que había trabajado con Ford en “Misión de audaces” (1959). En el rol del sargento aparece Woody Strode, cuya habitual impasibilidad dota al personaje de la honorabilidad y orgullo que requería, un individuo que es consciente de que con él se juzga a su raza y antepone el buen nombre del IX de Caballería a su propia seguridad.






Junto a ellos destacan tres secundarios con actuaciones memorables: Billie Burke en el papel de Cordelia Fosgate testigo y mujer del presidente del tribunal; símbolo de esa sociedad pazguata, cotilla, frívola, capaz de trivializar un juicio por asesinato y de escandalizarse tan sólo por el morbo que rodea al caso. Willis Bouchey como el coronel Fosgate, representante del militar admirado por Ford; un individuo que suple sus carencias jurídicas con un profundo sentimiento por hacer justicia y conocer la verdad, y que tan sólo ve en Rutledge a un soldado. Por el contrario el fiscal, magníficamente interpretado por Carleton Young, del que Ford se preocupa por informarnos de que no es un verdadero militar por llevar diez años en el Cuartel General como auditor, mostrará constantemente sus prejuicios raciales e incluso en uno de sus alegatos contrapondrá la noción de muchacho blanco a la de hombre negro. Se trata de un personaje inflexible más preocupado por condenar a muerte al sargento que por desenmascarar al asesino, un individuo que se sirve de argucias legales y no dudará en humillar a los soldados negros.


Estamos pues ante un gran wéstern, incomprensiblemente calificado en su día como menor pero que el tiempo ha ido agigantando y otorgándole su verdadero valor. En todo caso, vista la película, me pregunto ¿A quién no le gustaría tener una filmografía repleta de “obras menores” como esta?

Como curiosidad comentaros que el sargento se apellida como el primer gran amor de Abraham Lincoln, coincidencia que no creo que sea casual.