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jueves, 1 de marzo de 2018

LA PUERTA DEL CIELO

(Heaven’s gate, 1980).

Dirección: Michael Cimino
Guion: Michael Cimino

Reparto:
- Kris Kristofferson: James Averill
- Christopher Walken: Nathan D. Champion
- Isabelle Huppert: Ella Watson
- John Hurt: William C. Irvine
- Jeff Bridges: John L. Bridges
- Sam Waterston: Frank Canton
- Brad Dourif: Mr. Eggleston
- Joseph Cotten: The Reverend Doctor
- Geoffrey Lewis: Trapper Fred
- Richard Masur: Cully
- Mickey Rourke: Nick Ray

Música: David Mansfield.
Productora: Partisan Productions. Distrbuida por la United Artist (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5

“Si los ricos pudiesen pagar a otros para morir por ellos, los pobres se ganarían decentemente la vida” (Cully, el jefe de la estación, conversando con el sheriff James Averill)


ARGUMENTO: Veinte años después de su graduación la vida de dos amigos, James Averill y William C. Irvine, ha tomado caminos diferentes. El primero es el sheriff de Johnson County e intenta evitar el enfrentamiento entre los inmigrantes instalados en el condado y la poderosa asociación de ganaderos a la que pertenece el segundo. El conflicto será inevitable.

Muchas palabras podrían etiquetar esta película: monumental, épica, poética, grandiosa, faraónica, arriesgada, contestataria, sincera, comprometida y también excesiva y megalómana; pero creo que la que mejor la define es maldita.


Con un desmesurado coste, se pasó de los 7’8 millones de dólares previstos a los 44 millones y no se llegó a recaudar ni el diez por ciento de esta cantidad, no sólo supuso prácticamente el fin de la carrera de Michael Cimino, otrora una de las grandes promesas del cine tras haber dirigido “El cazador” en 1978 premiada, entre otros, con los Oscar a la mejor película y dirección, carrera tan sólo esporádicamente rescatada por Dino De Laurentiis (“Manhattan Sur”), y la ruina y desaparición de la United Artist, adquirida por la Metro Goldwyn Mayer. Sino que puso fin a una de las épocas más brillantes del cine estadounidense gracias a una generación irrepetible de directores como Coppola, Scorsese, Spielberg o Friedkin, que durante la década de los setenta ejercieron el control absoluto sobre sus filmes, lo que dio lugar a un cine tan espectacular como reflexivo, cine adulto, hecho por adultos y para adultos. A partir del desastre económico de “La puerta del cielo” fueron los productores los que retomaron el control de las películas y con ello se abandonaron los proyectos arriesgados y se generó un proceso de infantilización del cine llegado del otro lado del Atlántico, perdiendo gran parte de su espíritu reivindicativo y crítico con ciertos valores de la sociedad estadounidense y con determinados excesos en el comportamiento de las principales instituciones de la primera democracia del mundo.


Las razones del desastre fueron múltiples y variadas, pero sobre todo este se debió tanto a la actitud del propio Cimino como a la reacción, desmesuradamente revanchista, de la crítica estadounidense, a la incapacidad del público norteamericano para asumir el descarnado mensaje de la película y al cambio político en el país.


Así el rodaje fue todo un calvario por la actitud narcisista del director capaz de destruir el decorado de una calle porque no le gustaba la distancia entre los edificios, rodar hasta treinta y dos tomas de una escena intrascendente y con una duración de escasos segundos, ordenar eliminar todas las piedras de un prado y regarlo hasta que creciese la hierba, esperar durante horas hasta que desapareciesen unas nubes del cielo que no le gustaban o buscar por todo el país una locomotora a vapor. Además, parece ser que se propuso batir el record de metros de celuloide rodados ostentado por Coppola con “Apocalipsis Now”. El resultado fue un filme de más de cinco horas de duración, reducido, tras el fracaso de la premiere a dos horas y media aproximadamente.

Pero los críticos también contribuyeron al desastre masacrando al filme en una actitud con la que pasaron factura al comportamiento mantenido por Cimino con ellos durante el rodaje, mostrándose más atentos a los problemas surgidos durante este que a las indudables bondades del filme.


A su vez el público norteamericano fue incapaz de enfrentarse a la ruindad y sordidez de su pasado tan mitificado durante décadas por el propio cine. Porque con una visión cercana a los postulados marxistas (está muy presente la lucha de clases), Cimino con esta película derriba el mito de los EEUU como una tierra de promisión, como un país que acoge y no discrimina al extranjero, una tierra, en definitiva, de oportunidades. Así nos va a presentar a los EEUU como una nación racista y excluyente, sin respeto por las minorías a las que exterminará si son molestas para los poderes económicos, y todo ello con la aquiescencia del poder político y militar.

Por último, unos meses antes de su estreno fue elegido presidente Ronald Reagan e inicio su “revolución conservadora” basada en valores tradicionales y en una visión mítica de los EEUU que chocaba frontalmente con la mirada sobre el pasado del país contenido en el filme.


Porque la película puede entenderse como la culminación del viraje hacia el realismo y desencanto emprendido por el wéstern norteamericano, sobre todo, a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta. Para ello, Cimino se fijó en un hecho real: la guerra en el Condado de Johnson (Wyoming) acaecida en el último tercio del siglo XIX entre los grandes terratenientes y los pequeños propietarios; hecho que, haciendo extrapolación del mismo, se puede entender como una metáfora del enfrentamiento entre las élites dominantes, que ostentan los poderes político, económico y judicial, y la oprimida clase trabajadora.

El recientemente fallecido director para articular este mensaje estructuró la historia en tres partes claramente diferenciadas:


1) Un extenso prólogo en el que asistimos a la graduación en Harvard, universidad formadora de las élites estadounidenses, de dos de los protagonistas. En principio no estaba contemplada en el guion y Cimino la añadió una vez rodada la trama principal. En todo caso se antoja como fundamental para entender el mensaje de la película, puesto que lo que plantea el director es el brutal contraste entre los principios en los que se basa la educación de los herederos de las clases dominantes y su comportamiento cuando controlan los resortes del poder, tema tratado en la parte central. No obstante, se anticipa que los recientemente graduados son conscientes de ser un grupo escogido y se desliza la peligrosa idea de su rechazo a “cualquier intento de hacer cambios sobre lo que consideramos bien organizado”. Son en definitiva los elegidos para en un futuro no muy lejano dirigir los EEUU.


Además en ella recuperó a una gran estrella del Hollywood clásico, Joseph Cotten, perdido entre la televisión y producciones indignas de su talento, siendo prácticamente esta cinta su testamento cinematográfico (tan sólo rodaría dos intrascendentes películas más en 1981).


2) El tramo central, es el de mayor duración y nos sitúa tras una elipsis de veinte años en Wyoming. Con tres escenas Cimino nos resume la situación, la llegada masiva de inmigrantes centroeuropeos al estado de Wyoming en un momento de crisis económica y la decisión de acabar con ellos por los poderosos ganaderos. Así, sucesivamente, veremos trenes atestados de inmigrantes, para a continuación contemplar la paliza que recibe uno de ellos, padre de familia, por tres matones, y culminar con una secuencia sobrecogedora en la que la poderosa Asociación de Ganaderos legaliza la caza del hombre mediante una lista negra que contiene el nombre de 125 personas; y todo ello con la aquiescencia del gobernador, el Congreso, el Senado y el mismísimo presidente de los EEUU. Para conseguir su objetivo el poderoso lobby, representante del capitalismo salvaje, contratará a cincuenta pistoleros y se planteará incluso acabar con el poder civil existente en el Condado de Johnson con el objeto de adueñarse de la ciudad; mostrando en una reunión cómo identifica sus intereses con los de la nación. Pretende, en definitiva, dar un golpe de estado justificándolo en la defensa de la sacrosanta propiedad privada.


Pero no sólo saldrán mal parados por parte de Cimino los miembros de la asociación sino que al figurar en una lista negra los ciento veinticinco emigrantes objeto de la acción punitiva del lobby, parte del resto de la población del Condado, entre ellos el alcalde y algunos comerciantes, mostrará su falta de solidaridad y cobardía, y, amparándose en el cumplimento de una ley claramente aberrante, no dudarán en delatar a sus vecinos díscolos.


En esta parte destaca por su belleza y complejidad la escena del baile y culmina con otra gran secuencia, el largo, espectacular y realista enfrentamiento final entre los asesinos a sueldo y los inmigrantes centroeuropeos a los que en el último momento el ejército, portando la bandera de los EEUU, les negará la posibilidad de la victoria.


3) Un corto epílogo, tampoco previsto en el guion original y rodado con posterioridad, con el que se incrementa el tono demoledor del filme al presentarnos en Rhode Island, trece años después, a un avejentado Averill en la cubierta de un yate con aspecto apesadumbrado y mirada melancólica. Tras los vergonzantes sucesos, el protagonista ha terminado aceptando la realidad buscando refugio en su estrato social, la clase dominante. Nada, pues, ha cambiado.

El director, además, combina sabiamente melodrama, denuncia social y wéstern, fusionando perfectamente la historia con la intrahistoria a través de los tres personajes principales que dibujan un triángulo amoroso.


El primer vértice lo constituye el sheriff James Averill, al que da vida en una de sus interpretaciones más sentidas Kris Kristofferson, un hombre reservado y desencantado destinado a más altas cotas que por honradez intentará defender a los más débiles, pero en el fondo como le responde un oficial: “Eres un hombre rico con buen nombre. Sólo finges ser pobre”. Su lugar, por tanto, está con la clase social dominante.


Nathan Champion, esplendido Christopher Walken, es el segundo vértice. Pistolero a sueldo de la Asociación y amigo de James se rebelará como una persona compleja, capaz de matar a sangre fría a un emigrante (impresionante la escena de su presentación) y a continuación de salvar la vida a otro. Al igual que James es un hombre socialmente desubicado. Perteneciente a la clase proletaria, escribe con dificultad, a través de sus habilidades con las armas de fuego pretende ascender en el escalafón; un ascenso que le será vedado. Estamos ante un personaje que destila romanticismo y, por tanto, trágico.

Con ambos personajes Cimino incrementa la dialéctica interclasista contenida a lo largo de la película.


Y por último nos encontramos con Ella (interpretado para mí en un error de casting por Isabelle Huppert), prostituta y madame del lupanar del Condado de la que están enamorados los dos amigos. En una decisión dolorosa escogerá a Nathan porque como le recuerda a James refiriéndose a aquel: “Tú me compras cosas, y él me ha pedido en matrimonio”.

Junto a ellos nos encontramos con un gran plantel de secundarios:


Un excelente John Hurt encarna a William Irvine, amigo de juventud de James. Individuo tan mordaz, lúcido y brillante como débil y torturado, padecerá graves problemas de alcoholismo. Lástima que en la segunda parte su personaje quede algo desdibujado.


Sam Waterston, en una composición magnífica, interpreta a Frank Canton, el poderoso líder de la Asociación de Ganaderos. Un ser despreciable y arrogante (llega a afirmar: “Nosotros somos la ley”). Es el gran ideólogo de la matanza y se siente por encima del bien y del mal al estar apoyado en sus actuaciones por los más altos estamentos de la nación.



Jeff Bridges y Brad Douriff dan vida a dos de los emigrantes. El primero es el gran apoyo de James dentro de la comunidad, mientras que el segundo representa la cordura y la clarividencia, unidas a la conciencia de clase. Su discurso en el que expondrá que: “Los especuladores del Este han fomentado la idea de que los pobres no tienen que decir nada en los asuntos del país” será clave para la reacción de la población amenazada.

Mientras que Geofrey Lewis y Mickey Rourke (inmediatamente antes de hacerse famoso con “Nueve semanas y media”) tienen a su cargo papeles intranscendentes como un cazador de lobos y un amigo de Nathan respectivamente.


No quiero olvidarme del gran trabajo de Vilmos Zsigmond cuya fotografía, en tonos sepia, incrementa el tono melancólico del filme, además de parecer haberse inspirado en pintores como Jean-François Millet para algunas escenas de la película en las que se retrata a los inmigrantes.


“La puerta del cielo” es, por tanto, una gran epopeya, incomprendida e injustamente tratada en el momento de su estreno, pero objeto de reivindicación en la actualidad. Una película contundente y rotunda, capaz de remover la conciencia crítica del espectador y de una indudable belleza. Cualidades que compensan con creces algunos baches narrativos presentes a lo largo de su dilatado metraje.

Por último, comentaros que recientemente se ha editado tanto en DVD como en Blu-ray una versión de 207 minutos que hace justicia a esta gran película, de la que un crítico afirmó que “era de una belleza sobrecogedora, como si David Lean hubiera rodado un wéstern”.



miércoles, 25 de enero de 2017

INFIERNO DE COBARDES

(High Plains Drifter - 1972)

Director: Clint Eastwood
Guion: Ernest Tidyman

Intérpretes:
- Clint Eastwood: El extranjero 
- Verna Bloom: Sarah Belding 
- Marianna Hill: Callie Travers 
- Mitchell Ryan: Dave Drake
- Stefan Gierasch: Jason Hobart
- Jack Ging: Morgan Allen
- Geoffrey Lewis: Stacey Bridges 
- Anthony James: Cole Carlin 
- Dan Davis: Dan Carlin 
- Billy Curtis: Mordecai 
- Ted Hartley: Lewis Belding

Música: Dee Barton

Productora: Malpaso Company
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Sarah Belding a El extranjero: "Dicen que un muerto no descansa si en su tumba no está escrito su nombre"

SINOPSIS: Un misterioso jinete llega, en 1870, a la ciudad fronteriza de Lago. Tras matar a tres malhechores que le increpan sin apenas despeinarse, Dave Drake y Morgan Allen (propietarios de la compañía minera de Lago) contratan al forastero para que proteja la ciudad ante la inminente llegada de tres pistoleros que acaban de salir de la cárcel y que pretenden vengarse de quienes los encarcelaron. El extranjero accede al trato, pero siempre y cuando se haga todo a su modo.


Obviamente, el primer western dirigido por Clint Eastwood no es un trabajo redondo. Ni redondo, ni irreprochable ni excepcional. Aún así “Infierno de cobardes” me parece —sin lugar a dudas— un estupendo esbozo preliminar de lo que serán las posteriores y superiores “El fuera de la ley”, “El jinete pálido” y “Sin perdón”. Y solamente por eso, por ser el primer film de un poker de westerns de tantos quilates, ya merece la pena que lo tengamos en cuenta y que lo valoremos en su justa medida.


Me gustaría destacar, por de pronto, la enorme influencia de Sergio Leone en particular y del Spaghetti Western en general en este primer western dirigido por Eastwood. No solamente por las concomitancias argumentales que podemos constatar sino, sobre todo, por los múltiples paralelismos estilísticos. Me estoy refiriendo —por ejemplo— a ese “extranjero” que tanto nos recuerda al “hombre sin nombre” de la trilogía del dólar, a esa estética feísta tan clara y meridiana o a esa violencia y amoralidad que planea sobre la peli en todo momento.


Naturalmente, también podemos descubrir en “Infierno de cobardes” rasgos y detalles que nos hacen pensar en Don Siegel, la otra gran referencia cinematográfica de Eastwood. Sobre todo en ese humor negro, en ese espíritu perverso y/o morboso y en esa forma de rodar —quizás porque fue, también, un extraordinario montador— tan ágil y directa. Pero no sólo en Siegel y Leone se apoya Eastwood. Básicamente porque Eastwood es de aquellos directores con una mochila cinéfila considerablemente abultada. De aquellos directores que se han empapado de cine clásico a diestro y siniestro. De Ford, Walsh, Hawks, Wellman, Zinneman, Ray, Mann y hasta de Peckinpah. Y eso se nota, obviamente, en su forma de narrar y en todos esos rasgos y detalles que nos remiten a westerns como “Incidente en Ox-Bow”, “Solo ante el peligro”, “Raíces profundas” y tantos otros. Pero lo bueno de Eatwood es que su cine —pese a su innegable clasicismo— tiene, entre otras cosas, sello propio. Algo que podemos constatar si analizamos sus cuatro westerns en conjunto y que empezamos a visualizar, precisamente, en “Infierno de cobardes”. Así pues, dejémonos de prolegómenos y vayamos al grano.


Aparentemente “Infierno de cobardes” es un western más. Con situaciones, elementos y lugares comunes (tiroteos, torturas, duelos, traiciones, venganzas, pistoleros, malhechores, sheriffs, caciques, barmans, mujerzuelas, barberos, enterradores, predicadores y demás) absolutamente característicos del género. Pero si algo hay en este primer western de Eastwood que lo hace único y especial es —sin lugar a dudas— ese espíritu de cuento gótico y fantasmagórico que lo convierte en una verdadera rareza del género. Un espíritu que ya percibimos desde los títulos de crédito iniciales —con esa línea del horizonte que fluctúa y reverbera a consecuencia del calor— y que da paso a la aparición desde la nada de un siniestro y polvoriento jinete que se dirige a un pueblecito que se encuentra situado a orillas de un gran embalse: Lago.


Ese componente fantástico —entre sobrenatural y onírico— es, pues, lo que más me fascina de este western. Me fascina porque no resulta habitual encontrar este tipo de componente en un western normal y corriente. Pero me fascina, sobre todo, porque con ello Eastwood nos obliga a pensar, a indagar, a interrogarnos… ¿Quién es en realidad ese misterioso forastero? ¿Por qué se asusta al oír el chasquido del látigo al entrar en el pueblo? ¿Por qué destila odio por los cuatro costados? ¿Por qué se comporta como un tirano? ¿Qué lo relaciona con las imágenes del flashback? Y aunque —en teoría— la conversación final entre el prota y Mordecai frente a la tumba del Sheriff Duncan debería desvelarnos la respuesta a todas esas preguntas, lo cierto es que Eastwood se muestra deliberadamente ambiguo durante toda la peli. Una ambigüedad que junto a toda una serie de detalles muy bien pensados (me estoy refiriendo a lo de cambiarle el nombre al pueblo, pintarlo de rojo e incendiarlo) convierten el clímax de la peli en un espectáculo absolutamente apocalíptico y dantesco. Casi, casi de película de terror.


“Infierno de cobardes”, sin embargo, no solo es un western con tintes fantásticos o sobrenaturales. “Infierno de cobardes” es, también, un western con una clara y meridiana lectura moral. No en vano los habitantes de Lago son cómplices directos o indirectos de una tremenda injusticia: el vil asesinato del Sheriff Duncan. Y de alguna manera u otra el personaje encarnado por Eastwood —una especie de ángel exterminador— está allí para vengar ese asesinato y hacer justicia. Por eso mismo no se corta un pelo a la hora de maltratar y humillar a todos sus habitantes hasta límites que ni el mismo Spaghetti Western se había atrevido a traspasar. La degradación del sheriff y del alcalde o la violación (medio consentida, eso sí) de Callie Travers por parte de nuestro antihéroe constituyen, en este sentido, buenos ejemplos de esta serie de “castigos ejemplares”.


Lo dicho, pues: “Infierno de cobardes” es —a mi juicio— la célula madre de todos los westerns dirigidos por Eastwood. Una especie de “declaración de intenciones” muy parecida a lo que propuso Leone con “Por un puñado de dólares” que sentaría las bases de un libreto de estilo muy determinado y que iría perfeccionándose con el tiempo hasta cristalizar en una incontestable obra maestra. “Hasta que llegó su hora” en el caso de Leone y “Sin perdón” en el caso de Eastwood.


No me gustaría finalizar esta reseña, empero, sin mencionar la extraordinaria labor de profesionales como Dee Barton (“Escalofrío en la noche”, “Un botín de 500.000 dólares”) por esa música tan tétrica y desasosegante; Ernest Tidyman (“Las noches rojas de Harlem”, “The French Connection”) por esos magníficos diálogos y frases lapidarias; Bruce Surtees (“El último pistolero”, “El jinete pálido”) por esa fotografía tenebrista y opresiva y George Milo (decorador habitual de Hitchcock) por la construcción de ese infernal poblado en el Parque Nacional de Yosemite, California. Añadir, tan sólo, que John Wayne —tras ver la peli— escribió a Eastwood una carta recriminándole haber hecho trizas con esta peli el espíritu del viejo oeste norteamericano. Una carta que quizás truncó, definitivamente, un viejo sueño para muchos aficionados al género: un western protagonizado por ambos. Lástima.