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jueves, 12 de julio de 2018

ESPÍRITU DE CONQUISTA

(Western Union, 1941)

Dirección: Fritz Lang
Guion: Robert Carson

Reparto:
- Robert Young: Richard Blake
- Randolph ScottVance Shaw
- Dean JaggerEdward Creighton
- Virginia GilmoreSue Creighton
- John CarradineDoc Murdoch
- Slim SummervilleHermann
- Chill WillsHommer
- Barton McLaneJack Slade
- Russell HicksGovernor

Música: David Buttolph
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7.

“Mira lo que me ha dado, un reloj y una cadena” “Sí, pero qué hace con un reloj un tipo como tú que se acuesta al anochecer y se levanta al amanecer” “Bueno, queda muy bonito puesto y además suena bien”. Conversación entre los dos trabajadores de la posta tras haber recibido uno de ellos el reloj de Edward Creighton en agradecimiento a sus cuidados.


Hablar de Fritz Lang es referirse a uno de los mejores realizadores de la historia del cine. Nacido en Austria, desarrolla su primera etapa como director en Alemania en donde, junto con Murnau, se convertiría en el mayor representante de la corriente expresionista gracias a filmes fundamentales como “Los nibelungos” de 1924 (reconstrucción de un pasado mítico), “Metrópolis” de 1927 (fantasía futurista) y, ya durante la etapa sonora, “M, el vampiro de Dusseldorf” ( 1931) con un Peter Lorre encarnando a la maldad humana.


Tras rechazar el ofrecimiento de Joseph Goebbels de convertirse en el director de la UFA (el estudio cinematográfico más poderoso de Alemania), cargo que desempeñaría posteriormente Leni Riefensthal, emigraría a los EEUU, país en el que desarrollaría su segunda etapa y, al igual que Ernst Lubitch con la comedia, se convertiría en un elemento fundamental en la codificación tanto temática como estilística del cine negro. Quizás por la adsripción de sus películas al cine de género, durante bastante tiempo su trabajo en Estados Unidos fue desdeñado hasta ser definitivamente reivindicado y valorado en su justa medida por la crítica francesa.


Lang, a pesar de brillar en el noir con el que incluso presenta varios elementos en común su ciclo de películas antinazis, pronto se vio atraído por la mitología y la ética del Far-West rodando a principios de la década de los cuarenta dos wésterns, “La venganza de Frank James” (1940), segunda parte de “Tierra de audaces” (Henry King, 1939), y la película que nos ocupa; a las que se añadió una década más tarde, para completar su aportación al género, “Encubridora” (1952), su mejor cinta del Oeste en la que subvertía el tradicional papel de la mujer en este género, además de combinar magistralmente el wéstern con el cine de suspense e introducir un elemento novedoso en esta categoría de filmes a través de la canción “Chuck a luck”, mediante la cual narra los acontecimientos a medida que van sucediendo en la película.


ARGUMENTO: La compañía Western Union encarga al ingeniero Edward Creighton dirigir la instalación de una línea de telégrafos desde Omaha (Nebraska) a Salt Lake City (Utah). Una empresa peligrosa, sobre todo por la amenaza de los bandoleros y los pieles rojas, para la que contará con el apoyo de Vance Shaw, un exforajido, y Richard Blake, un dandy del este con hambre de aventuras. Ambos, además, rivalizarán por el amor de Sue, la hermana de Edward, lo que complicará aún más el resultado de la operación.


Si en su primer wéstern, también en Tehcnicolor y producido por la 20th Century Fox, Lang nos introdujo en la mitología del oeste a través de los hermanos James, Jesse y Frank; con esta película, en la que adaptó libremente una novela del especialista Zane Grey, se adentró en una de las páginas ilustres de la historia de los EEUU durante la segunda mitad del siglo XIX que simboliza el espíritu de sacrificio y el afán de superación del pueblo norteamericano, la construcción de la primera línea telegráfica transoceánica por la compañía Western Union a comienzos de la Guerra de Secesión.


Rodada pocos meses antes de la entrada de los EEUU en la II Guerra Mundial, nos encontramos con una película de exaltación patríotica sobre la construcción del país que entroncaría con la ya reseñada en el blog “Union Pacific” (Cecil B. De Mille, 1939) y en la que el ferrocarril es sustituido por el telégrafo como elemento fundamental para el desarrollo, la modernización y la unificación de la nación.


Sin embargo, el enfoque dado por Lang es muy diferente al de DeMille, ya que el director centroeuropeo, sin olvidar el espectáculo y el carácter épico de la empresa, nos va a ofrecer un filme desprovisto de toda solemnidad y más intimista en el que desarrolla varios temas comunes en su filmografía: la lucha de un individuo contra un ambiente adverso; la fatalidad, con el protagonista prisionero de su propio destino del que no puede escapar; y la delgada línea que separa el bien del mal.



La película cuenta con un prólogo fantástico en el que se nos ofrece información fundamental para conocer la personalidad de Vance Shaw, forajido encarnado por un Randolph Scott que iniciaba su periplo para convertirse en uno de los mayores iconos de este género. Así inicialmente se le ve contemplado una manada de bisontes, especie tan amenazada como el tipo de individuos que representa Vance, aquellos que hicieron de su habilidad con el revólver su medio de vida. Para a continuación, y a pesar de estar perseguido por el sheriff y sus ayudantes, socorrer a un hombre malherido. El encuentro marcará a ambos personajes ya que el herido no es otro que Edward Creighton, ingeniero encargado de tender la primera línea de telégrafo transcontinetal en los EEUU. Creighton desde el primer momento apostará por Shaw y le brindará la posibilidad de regenerarse contratándolo y posteriormente nombrándolo capataz. Pero la fatalidad perseguirá al expistolero y el pasado, representado en su hermano empeñado en boicotear la construcción de la línea telegráfica, le impedirá redimirse. Estamos pues ante un personaje trágico que se debatirá entre dos lealtades, a su trabajo con la Western Union y a su hermano, y que asumirá de forma dramática su infortunada condición, como se pone de manifiesto en la conversación mantenida con Sue en la que le comenta: “Debería haberte conocido hace dos años”, para, a continuación, confesar que: “Desde entonces he cometido varios errores” y por último afirmar que los errores  no siempre pueden corregirse.
Vance, por tanto, es un antihéroe, representante de un mundo en declive, que no será capaz de sobrevivir a los cambios impuestos por la modernización y el avance tecnológico. Estamos, pues, ante un personaje condenado a la extinción y profundamente moderno en su concepción que se anticipa en casi a una década a los desarrollados en wésterns como “El pistolero” (Henry King, 1950) o “Raíces profundas” (George Stevens, 1953).


Como contrapunto a la figura de Vance se encuentra Richard Blake, un personaje similar al que interpretó el propio Robert Young un año antes en “Paso al noroeste” (King Vidor). Nos encontramos con una persona de modales refinados, exquisita educación y amplia cultura que, aunque inicialmente parezca un petimetre cuyo padre le ha mandado al Oeste para “hacerle un hombre” y demuestre tener una visión estereotipada del Far-West, representa la modernidad y, por tanto, está preparado para adaptarse a los cambios que sufrirá el país. Será, en definitiva, el tipo de hombre que en un futuro casi inmediato, caracterizado por el rápido avance científico y técnico, sustituirá a las personas como Vance.


Lástima que este entramado argumental tope con un guion bastante tópico, que el propio Lang quiso modificar de forma infructuosa, en el que se introducen una serie de subtramas carentes de interés, como el triángulo amoroso conformado por Vance, Richard y Sue; así como, continuas escenas cómicas protagonizadas por el cocinero de la expedición, encarnado por Slim Summerville, que desvían la atención del espectador sobre la trama principal y aligeran innecesariamente el tono amargo del filme.


El resultado es una película que carece de la progresión dramática adecuada, en la que se van sucediendo las distintas escenas sin una clara conexión y en la que no se tiene la sensación ni del paso del tiempo ni del enorme esfuerzo que la empresa requirió por parte de sus protagonistas.



Pero a pesar de ello, Lang se las arregla para ofrecernos una serie de secuencias muy difíciles de olvidar en las que deja patente sus virtudes cinematográficas. Así junto con el magnífico y simbólico prólogo anteriormente reseñado, hay que añadir la escena del ataque indio en la que destaca el sorpresivo plano de uno de los trabajadores colgando de un poste de telégrafo atravesado por una flecha; el espectacular incendio provocado por el hermano de Shaw, un adecuado Barton McLane, en el que el fuego simboliza el infierno interior vivido por el protagonista; la presentación de los pieles rojas con un extraordinario y rápido movimiento de cámara; y, sobre todo,el excelente, triste y atípico final, en el que de nuevo juega un papel importante el fuego, pero en esta ocasión como elemento purificador. Asi, un Vance con las manos quemadas (idea que pudo influir en dos de los spaghettis más renombrados de Sergio Corbucci, “Django” y “El gran silencio”, en los que el antihéroe se enfrentaba a sus rivales con las manos destrozadas) decide acabar con su hermano y sus secuaces. Secuencia que se inicia con la cámara situada en el interior de la barbería enfocando a través del amplio ventanal la llegada de Vance, para a continuación Lang utilizar la cámara subjetiva con el objeto de que, al igual que el protagonista, el espectador conozca la situación exacta de cada uno de los pistoleros y culminar, una vez consumado el tiroteo, con un bellísimo primer plano de la mano vendada de Vance cayendo inerte desde el alfeizar de la ventana en el que la tenía apoyada para inmediatamente después enfocar su cuerpo sin vida, y todo ello con un silencio sobrecogedor. Escena que el director empalma con un plano de arrebatadora belleza y lirismo conmovedor en el que vemos, en el ocaso del día, la tumba de Vance para a continuación elevar la cámara con la grúa y mostrarnos los postes de telégrafo; plano magistral y claro homenaje a la figura de Vance Shaw, símbolo de todos aquellos que se sacrificaron para que el país avanzase, se modernizase y civilizase.


“Espíritu de conquista”, a pesar de no ser una película perfecta, es enormemente moderna y, sin duda, sus virtudes son muy superiores a sus defectos, lo que la convierte en un wéstern recomendable para todo aficionado al género; además de dejar patente, aunque de forma intermitente, el talento narrativo y la impronta visual de uno de los mayores genios del séptimo arte que abordó con un absoluto respeto este género porque comprendió que el wéstern para los norteamericanos era a la vez historia, religión y mito sobre su fundación y como tal lo trató.



jueves, 12 de abril de 2018

EL FORASTERO

(The Westerner, 1940)

Dirección: William Wyler
Guion: Jo Swerling, Niven Busch (Historia: Stuart N. Lake)

Reparto:
- Gary Cooper: Cole Harden
- Walter BrennanJudge Roy Bean
- Doris DavenportJane Ellen Mathews
- Fred StoneCaliphet Mathews
- Forrest TuckerWade Harper
- Paul HurstChickenfoot
- Chill WillsSoutheast
- Lillian BondLily Langtry
- Dana AndrewsHod Johnson
- Charles HaltonMort Borrow
- Trevor BardetteShad Wilkins

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Samuel Goldwyn Company. (USA)

Por Seve Ferrón. Nota: 8


"Puede estar seguro de que en este tribunal a los ladrones se les juzga antes de ser colgados"Juez Roy Bean


Gary Cooper interpreta en este clásico, a un héroe tranquilo, jinete errante, en esta producción de Samuel Goldwyn, Cooper cabalga buscando la frontera del Oeste de Texas, donde encontrará en su camino una ciudad en la que tendrá que luchar contra una banda de despiadados vaqueros, capitaneados por el juez Roy Bean un magnífico (Walter Brennan). Allí tendrá que defender a los granjeros de la zona y su propia vida.


La interpretación de Brennan del personaje real del juez Roy Bean le valió su tercer Oscar en cinco años tras "Rivales" (Howard Hawks y William Wyler, 1936) un relato  en el viejo Oeste sobre la rivalidad entre un magnate y su hijo por el amor de una mujer y "Kentucky" (David Butler, 1938) que nos cuenta las rivalidades entre dos familias de granjeros  con Loretta Young como una muchacha que paga las deudas de una familia ganando un derby.


Precisamente  el primer film sonoro de Wyler sería un western "Santos del infierno" de 1929 y al que seguiría "The Storm" con William Boyd en 1930 y no volvería al género hasta diez años después con el film qué nos ocupa, con una pareja difícil de mejorar. También, dentro del género, "La gran prueba" de 1956 western atípico, alegato pacifista con todas las reglas, y "Horizontes de grandeza" de 1958, ejemplo de la película de gran presupuesto, símbolo de una época, los años cincuenta, en el que el cine de Hollywood trataba por todos los medios de contrarrestar la creciente competencia de la televisión.

"El forastero" fue más que un simple western. Fue a mi parecer, el primer intento de introducir matices psicológicos y dramáticos en un género considerado hasta entonces menor por buena parte de la crítica. En este sentido, la rivalidad entre el Juez y Cole Hardin, venía a simbolizar el conflicto entre las libertades del individuo en lucha contra un poder necesario pero no exento de mensaje.


Gracias a Dios, Vinegaroon no pasa de ser un producto de la imaginación. Fueron Stuart N. Lake, Jo Sterling y Niven Busch quienes le proporcionaron  a William Wyler el material narrativo para su film, un peculiar retrato de Roy Bean, el juez de la horca. Y digo lo de peculiar aún si cualquier retrato posible de Roy Bean habría de serlo, pues sus veleidades a la hora de juzgar no dejaban de ser muy sui géneris. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que de juez tenía lo que un cura de pistolero, lo cual no impide imaginarse a un cura con dos pistolas o a un ex militar sudista impartiendo justicia con una expeditiva tendencia a aplicar la ley de la horca. En Roy Bean era, al fin y al cabo, lógico si se tiene en cuenta como el mismo no murió ahorcado por bien poquito; muchos años después todavía el cuello se la jugaba por las mañanas al levantarse, con la sensación de tenerlo descolocado. Por eso bebía levantamientos, un licor capaz de comerse la madera, muy efectivo para quien debe resucitar cuando despega los párpados cada nuevo amanecer. Un juez curioso. Si alguien era condenado a la horca, daba igual su condición, si era blanco o negro, rico o pobre, feo o guapo; Roy Bean era, en ese sentido, fiel a su oficio.

"Id a por una soga y colgadle"
"¿Colgarle? Pero si ya está muerto"
"A los ladrones de caballos los colgamos, ¿No? ¡Colgadle!


Mirándole a la cara en el film de Wyler, uno tiene dudas sobre Bean: ¿esta loco o no está loco? Desde luego, si lo está, la suya no es una locura que le afecte en exclusiva; también sus secuaces han de tener su prorrata de chifladura para estar a su lado, son ellos. Los jurados de sus juicios los forman sus secuaces, los parroquianos de su saloon.


Por su parte, Cole Hardin es la encarnación del cowboy, héroe honrado enfrentado a la injusticia, alguien de quien apenas se sabe nada, sorprendido a menudo entre dos fuegos, sin querer tomar partido, so pena de decir con ello adiós a su independencia. Sin embargo, él ya no está lejos de los héroes del western de los años cincuenta, a quienes, en lugar de dejarles errantes y solitarios al término de los filmes, se les obliga a posicionarse.


Además de por sus enjundiosas propuestas a nivel argumental, "El forastero" tiene una pátina moderna gracias a la fotografía de Gregg Toland, menos neutra que la de los filmes del periodo primitivo del western.


En definitiva "El forastero" trata, en buena medida, sobre la ingenuidad y el desfase de unos ideales anacrónicos tras la Guerra Civil, ideales, sea dicho de paso, defendidos con métodos intransigentes en progresiva degradación, donde también destaca la labor de William Wyler en algunas de las soluciones visuales, como la cena en casa de los Mathews, filmada desde una grúa elevándose, efecto que sustituye al fundido a modo de transición e introduce un elemento místico en ese alejamiento, acaso para corroborar el supuesto jansenismo de la puesta en escena del director.



jueves, 29 de junio de 2017

RÍO GRANDE

Rio Grande - 1950

Dirección: John Ford.
Guion: James K. McGuinness (Historia: James Warner Bellah)

Intérpretes:
- John Wayne: Lt. Col. Kirby Yorke
- Maureen O'Hara: Mrs. Kathleen Yorke
- Ben Johnson: Trooper Travis Tyree
- Claude Jarman Jr.: Trooper Jefferson 'Jeff' Yorke
- Harry Carey Jr.: Trooper Daniel 'Sandy' Boone
- Chill Wills: Dr. Wilkins (regimental surgeon)
- J. Carrol Naish: Lt. Gen. Philip Sheridan
- Victor McLaglen: Sgt. Maj. Timothy Quincannon

Música: Victor Young.
Productora: Argosy Pictures (USA).


Por Quim Casals. NOTA: 8

Si uno no conociera la profundísima pasión y devoción fordiana de Jesus “Elenorra” Cendón, podría pensar que con su propuesta para hacerme cargo de la reseña de Río Grande me traspasaba el baile con la más fea, pues de la llamada “Trilogía de la Caballería” de John Ford es sin duda la que siempre ha gozado de menor prestigio crítico y sigue siendo la menos conocida a nivel popular.


No obstante, quizás porqué siempre he preferido ser abogado de las causas perdidas, diré que me alegré mucho ante el ofrecimiento, ya que particularmente —y aquí el particular a buen seguro que lo será más que nunca— en su conjunto me gusta más y me llega más hondamente que sus dos predecesoras. La causa, con toda seguridad, es que trascendiendo la glosa militarista, que no es algo que nunca me haya emocionado especialmente, de lo que trata en última instancia Río Grande es de la familia, una temática además netamente fordiana que el maestro sabía retratar con una sensibilidad y una sutileza ejemplares.


Asistimos aquí a la reconstrucción de los lazos familiares: en Fort Starke, el coronel Yorke (John Wayne, en buscado parecido fonético con el Capitán York de Fort Apache) ve cómo se incorpora al regimiento su joven hijo, Jeff (Claude Jarman Jr.), expulsado de West Point y al que lleva 15 años sin ver; acto seguido y con la intención de llevarse al muchacho, llega su esposa, Kathleen (Maureen O’Hara), de la que lleva el mismo tiempo separado y distanciado tras haberse visto obligado durante la guerra a quemar las plantaciones patrimonio de la familia de ella. Un inciso aquí para resaltar la afilada crítica hacia las órdenes fruto de las conveniencias políticas, muy fáciles de tomar desde los despachos pero que cuestan bajas evitables. En esa misma escena inicial, hablando con el General Sheridan (J. Carroll Naish) sobre su reciente misión, Yorke afirma que él no mandaría notas de protesta a Washington sino que los llevaría al abrevadero donde varios soldados fueron colgados cabeza abajo para ser devorados por las hormigas…


Es en este mismo sentido que cabe ahondar en la espectral fotografía a cargo de Archie Stout y Bert Glennon, donde abundan las escenas nocturnas, los contraluces y las sombras fantasmagóricas de los personajes proyectadas sobre la lona de las tiendas en el fuerte, o los exteriores siempre agrestes. Una aridez y sequedad, en fin, que refleja de una manera más realista y descarnada que otras películas la dureza de esa forma de vida frecuentemente ingrata.



No por casualidad la historia se abre y se cierra con el retorno de los soldados al fuerte tras una misión; pero pese a las victorias, no serán en absoluto entradas triunfales. La cámara de Ford prefiere fijarse en lo humano, en las esposas que esperan angustiadas que el amado regrese con vida, en el fatigoso andar de los soldados agotados, en las literas que trasladan a los heridos… Las escasas escenas de acción, por su parte, están rodadas de una manera muy funcional, nada aparatosa (influyó el escaso presupuesto y tiempo de rodaje), mientras que el contrapunto distendido lo aportan Victor McLaglen (llamado aquí como en La legión invencible Quincannon) y las tribulaciones de los jóvenes Ben Johnson y Harry carey Jr.




Quisiera resaltar también el estupendo trabajo efectuado con el guion, y que a primera vista puede pasar desapercibido, que consiste en lograr que aquello que sucede en el regimiento (la vida cotidiana en el fuerte, las escaramuzas con los indios, el ataque indio a la caravana en la que trasladan de fuerte a las mujeres y niños, la batalla final para liberar a los niños que los indios han secuestrado en una vieja iglesia mexicana) tenga una repercusión directa en la relación entre los miembros de esa familia desestructurada, en forma de progresivo acercamiento emocional entre ellos.


Así, la primera vez que veamos juntos al padre y al hijo será en un “falso” cara a cara propiciado por un plano excepcional que juega con la profundidad de campo: los nuevos reclutas están alineados, con Jeff en primer término, y Yorke les habla desde el fondo de la fila sobre el hecho que no esperen la gloria, sino una vida de dolor y privaciones; entendemos claramente que tan severa advertencia es ante todo para con Jeff. Muy fría y distante será también la primera conversación entre ambos, aunque al término veremos a Yorke, ya solo, comparándose con la altura del hijo; le veremos también, en otro maravilloso plano, observándole desde una ventana con una mirada que ya es de “padre” mientras le atiende el médico, dejará que Jeff continúe su pelea contra quien le ha acusado de trato de favor, mostrará su preocupación, pero también su orgullo, por las acciones de riesgo en las que Jeff participa para, finalmente, pedirle que sea él, mientras por primera vez le llama hijo, quien le arranque del pecho la flecha que le ha herido en la batalla final.


Paralela será la trayectoria Kathleen, la cual brinda ante los mandos por mi única rival, la Caballería de los Estados Unidos. Ella deberá asumir con mucho dolor la libertad de elección de su hijo para seguir los pasos de su padre en el ejército, y será finalmente la comprensión de esa elección vital la que hará posible el reencuentro sentimental de ese matrimonio roto. Ford equipara, pues, su reconciliación conyugal con su reconciliación con lo que supone el ejército como forma de vida. Algo del todo coherente con la romántica idea que el cineasta tenía de la Caballería como una familia.


Dos aspectos cabe destacar en este tránsito, el uso de la dirección artística y el de las canciones que interpreta el grupo The Sons of the Pioners, como miembros del elenco. En lo primero, estamos muy acostumbrados a ver en los fuertes del cine recias estancias de madera que transmiten la sensación de la seguridad de un pequeño hogar. Aquí, como he dicho antes, se focaliza la atención en las tiendas, alegoría de lo temporal y transitorio. De esta manera, la primera cena entre los dos, con la mesa con íntimas velas pero a resguardo tan solo con las lonas, proporciona la muy simbólica imagen de un comedor sin paredes, la ilusión de un hogar que aún no es tal.


Por su lado, las letras de las canciones, primero ante los dos tras la cena y la que Yorke escucha paseando a la vera del Río Grande, entroncan directamente con los sentimientos de los personajes, que estos expresan con calladas miradas (creo firmemente que estamos ante una de las mejores interpretaciones de Wayne por la expresividad de su rostro en los silencios). La segunda de estas escenas, sublime plano a plano en su concepción, constituye, como aquel otro de la madre en Las uvas de la ira al desprenderse de sus últimas pertenencias, uno de esos momentos de purísima e inimitable poesía fordiana, donde nos parece que el tiempo se haya detenido. Al final de ella, en asombroso primer plano Wayne escucha: Mi corazón se retuerce y las lágrimas horadan mis ojos. Volveré rápido a ella. Y a fe que lo hace y besa apasionadamente a Maureen O’Hara. La revisión de esta obra me ha hecho caer en la cuenta que su raudo gesto al cogerla del brazo y atraerla hacia él supone un anticipo clarísimo del famosísimo primer beso de El hombre tranquilo. Parece evidente que Ford, Wayne y O’Hara tomaron buena nota.


Y no, no me olvido (lo mejor siempre se deja para el final), es hora de recordar que esta fue su primera película conjunta y que en ella queda ya perfectamente patente la triple química absoluta entre actor, actriz y director. Un aliciente más para acercarse a este pequeño pero a mi entender muy reivindicable western.