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jueves, 16 de marzo de 2017

VALOR DE LEY

(True Grit - 1969)

Dirección: Henry Hathaway
Guion: Marguerite Roberts

Intérpretes:
- John Wayne (Rooster Cogburn)
- Kim Darby (Mattie Ross)
- Glen Campbel (La Boeuf)
- Robert Duvall (Ned Pepper)
- Jeremy Slate (Emmet Quincy)
- Dennis Hopper (Moon)
- Alfred Ryder (Goudy)
- Strother Martin (Coronel G. Stonehill)
- Jeff Corey (Tom Chaney)
- Ron Soble (Capitán Boots Finch)
- John Doucette (Sheriff)
- Hank Worden (R. Ryan).

Música: Elmer Bernstein
Productora: Paramount Pictures, Hal Wallis Productions
País: Estados Unidos

Por Seve Ferrón. Nota: 8

"No sirven las legalidades con una rata, hemanita. O se la mata, o se la deja en paz.¿Conoce otra solución?" (Rooster Cogburn a Matie Ross)

John Wayne en uno de sus mejores papeles, el del sheriff Rooster Cogburn, un viejo y tuerto comisario, contratado por una adolescente para capturar a los asesinos de su padre. Lo primero que llama la atención en "Valor de ley", es su tono, casi festivo y dicharachero tratando un tema tan peliagudo como el de la venganza. De esta forma "Valor de ley", en mitad de una época de continuos cambios y avisos sobre la muerte del western, le da vida al género, con este ápice de ternura y pureza y en esto tienen mucha culpa los personajes de Mattie y Rooster, que le dieron en su momento señales de buena salud al género.



Estamos pues ante un western con un enfoque tradicional de ritmo entretenido y eficaz, lleno de grandes espacios abiertos, de acción con una excelente fotografía de Lucien Ballard, de carácter otoñal hasta la última escena, con la presencia de la nieve y con una notable y deliciosa banda sonora a cargo del gran Elmer Bernstein, y que presenta a un John Wayne en una caracterización y con un vestuario que, más que disimular ponía en relieve sus años (y gordura) en el papel de un marshall federal.



Su personaje quizás tampoco sea uno de sus mejores papeles, (Ni falta que le hacía?, pero si era distinto por primera vez en mucho tiempo "Duke", tenía que interpretar un personaje y no encarnar su fabulosa personalidad. Henry Hathaway nunca volvió a hacer una película que superará este film, pero eso no importa.



Ya nos había legado un gran número de Buenos títulos, y aunque esta claro que no era un John Ford o Mann, ni Walsh o Boetticher, ni alcanza a mi parecer el listón de Delmer , no por ello deja de ser un realizador a quien la maquinaria clásica le enseñó a construir imágenes e historias. Aunque recreaba bien el periodo de 1880 en Arkansas, ya su largo prólogo es anómalo con un aire parodico, no desmitificado mientras se van presentando los personajes de la historia, muchos de ellos interpretados por actores de teatro del momento.



La heroína de la novela Mattie Ross, podía resultar interesante y pintoresca al leer la obra, pero trasladada a la pantalla, Mattie, interpretada por la amanerada y agresiva Kim Darby, daba una imagen excesivamente enérgica. Afortunadamente la segunda mitad de la película se introduce en el tema de la persecución y los maestros Henry Hathaway y John Wayne asumen el mando, relevando a Miss Darby a un lugar secundario aunque no lo suficiente.



Sin duda hay en la filmografía de John Wayne otros títulos donde su interpretación es superior a esta, como ya sabemos, caso de "Centauros del desierto" o "Río rojo", por poner unos ejemplos, pero es sin duda uno de los grandes westerns que merece la calificación de clásico. No querría terminar sin decir: Que hay un periodo en la vida de cada niño en que un vaquero al galope sobre su caballo es la imagen más excitante que se pueda imaginar...personalmente ha sido mi caso y es tal como lo recuerdo.



Por Jesús Cendón. Nota: 8

“¿Crees que uno contra cuatro es sensato?” “Si es sensato o no dentro de un minuto lo veremos” Conversación mantenida entre Ned Pepper y Rooster Cogburn segundos antes de su enfrentamiento.

John Wayne intentó a través de la Batjac, su productora, comprar los derechos de la novela de Charles Portis para llevarla al cine, pero se le adelantó el legendario productor Hal B. Wallis (“Duelo de titanes”, “El último tren de Gun Hill”, “Los cuatro hijos de Katie Elder”), quien contrató a un equipo de lujo para poner en pie su proyecto: el músico Elmer Bernstein con grandes éxitos en este género (“Cazador de forajidos”, “Más rápido que el viento”, “Los siete magníficos”, “Los comancheros”, “Los cuatro hijos de Katie Elder”); el operador Lucien Ballard, ese mismo año embarcado en “Grupo salvaje”, que fotografió maravillosamente los paisajes otoñales de Montrose (Colorado) en consonancia con la edad del protagonista del filme; y Henry Hathaway, uno de los pocos directores junto a Ford y Hawks a los que John Wayne respetaba y en cuyo trabajo no intentaba inmiscuirse. El maduro director, como igualmente había hecho en la mencionada “Los cuatro hijos de Katie Elder”, concibió el filme como un claro homenaje a la veterana estrella que culminaba con el último plano en el que se contempla la imagen fija del actor saltando unos troncos a caballo. Personaje e intérprete quedaban indisolublemente unidos y Wayne se convertía en un mito.


ARGUMENTO: Tras ser asesinado su padre por Tom Chaney, uno de sus empleados, Mattie Ross contrata a un agente federal, Rooster Cogburn, para que atrape al homicida. Junto con un ranger de Texas, La Boeuf, partirán hacia territorio indio en donde se ha refugiado Tom. Pero la situación se complicará al haberse unido a la banda de Ned Pepper, un forajido con el que Rooster tiene una cuenta pendiente.


Hathaway junto a Marguerite Roberts, guionista habitual de los últimos wésterns del director (“El póquer de la muerte” y “Cerco de fuego”, con la que presenta ciertas similitudes esta película) abordó el filme con su clasicismo habitual, aunque al mismo tiempo anunciaba con ciertos detalles los nuevos tiempos: uso del zoom en alguna escena o el incremento de la violencia con un tono, además, más descarnado (la escena de la cabaña protagonizada por Dennis Hopper es un buen ejemplo de una secuencia inusual en el cine del septuagenario director). Carga de violencia, por otra parte, aliviada a través de las distintas situaciones cómicas diseminadas a lo largo del filme.


El director, además,  trata en la película, que en su parte central adquiere la forma de una road movie clásica, dos temas principales: la venganza y la muerte.


Mattie anhela vengar la muerte de su padre, deseo que constituye el leit motiv del filme, pero la venganza se plantea de forma moralizante. Durante el viaje no sólo dejará atrás su inocencia sino que vivirá su propio infierno representado en un pozo con serpientes, estará a punto de morir y perderá a un ser querido. El precio de la venganza es, pues, muy alto.


Este carácter moralizante de la cinta se refleja en otros aspectos como la importancia dada a la familia en su función integradora del individuo en la sociedad; la imagen negativa del alcohol ya que, a pesar de dar lugar a situaciones cómicas protagonizadas por Rooster, será el causante del drama (de hecho Mattie en un momento dado refiriéndose a Tom les comenta a sus dos acompañantes que: “Bebe mucho, como ustedes. Así se convirtió en un asesino”); o la incesante presencia de la religión en el filme, sobre todo a través de las constantes referencias a las confesiones religiosas profesadas por los distintos personajes.



El otro tema fundamental es el de la muerte, cuya presencia es constante a lo largo de la película y está representada en ataúdes, tumbas, ejecuciones sumarísimas transformadas en espectáculos públicos, duelos y asesinatos. Además en una lectura más profunda parece que Hathaway, en un ejercicio de metalenguaje cinematográfico, está certificando el final del wéstern; o por lo menos, la despedida de una forma de entender este género y del actor que mejor había encarnado los valores del mismo. En este sentido hay que tener en cuenta que el estreno de “Valor de ley” coincidió prácticamente con el de “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah); mientras que el de “Hasta que llegó su hora” (Sergio Leone) tuvo lugar un mes antes, y en ambos filmes sus respectivos directores, con el más absoluto respeto a este género cinematográfico, abordaban el wéstern desde una perspectiva totalmente diferente y con una clara visión desmitificadora.


Para tratar ambos temas, Hathaway estructura la película en torno al curioso triángulo establecido entre los personajes principales: el Marshall Cogburn, el ranger La Boeuf y la joven  Mattie; en el que los dos primeros llegarán a rivalizar para ganarse el afecto de la joven.

John Wayne realiza una memorable composición como Rooster por la que obtuvo el único Oscar de su carrera. Por fin la Academia de Hollywood reconocía el enorme talento de un actor habitualmente subestimado que, si bien carecía de la variedad de registros interpretativos de otras estrellas, contaba con una enorme presencia, una desbordante personalidad y una extraordinaria naturalidad con las que se adueñaba de cada plano de cada secuencia de las películas en las que intervenía.


Wayne por primera vez no tuvo que disimular su edad para interpretar al gordo, viejo, borrachín y tuerto Marshall. Un hombre violento, rudo, insociable, huraño y desubicado en un mundo cambiante al que por fin había llegado la civilización; sustituyéndose los duelos y los colts por los abogados, los jueces y la ley (de hecho a Mattie le llega a decir un personaje que utiliza al abogado Dagget como si fuera un revólver). Un mundo en el que la palabra dada se ha visto reemplazada por los contratos escritos. Es, en definitiva, un inadaptado acostumbrado a convivir con la muerte (ha acabado con veintitrés hombres en cuatro años) al que le cuesta dar cuenta  a la justicia de su forma de actuar. A pesar de ser un individuo que, a primera vista, provocaría el rechazo del espectador, Hathaway lo trata con cariño mostrando sus imperfecciones (en realidad es un pícaro con querencia por el alcohol que ese embarca en la aventura por el dinero prometido, además de intentar en todo momento obtener un beneficio económico cada vez que acaba con un enemigo) pero también sus virtudes, revelando el lado más humano del personaje en una estupenda escena nocturna en la que se sincera con Mattie. Además de reservarle una secuencia que forma parte, por méritos propios, de la antología del wéstern. Me estoy refiriendo al enfrentamiento final, cual justa medieval, con Ned Pepper y tres de sus esbirros en el que toma las riendas de su caballo con los dientes y empuña en una mano su colt y en otra su wínchester de palanca redondeada y se lanza contra sus oponentes. Pura épica.


Estamos frente a un héroe peculiar al que, no obstante y a pesar de su avanzada edad, el viaje le permitirá redimirse de tanta muerte al salvar la vida de Mattie; además de, en un gran y emotivo final, encontrar algo parecido a una familia en la joven.


Wayne, con Rooster Cogburn, consolidaría un tipo de personaje habitual en la parte final de su carrera, el de hombre solitario sin asidero emocional alguno. Así en “Río Lobo” (1970) le presentaron como un individuo carente de atractivo para las mujeres calificándole como un hombre confortable, en “Chisum” (1970) su único lazo familiar es una sobrina, en “El gran Jack” (1971) a pesar de querer a su mujer lleva viviendo alejado de ella durante años y en “La soga de la horca” (1973) interpretó a un viudo con graves problemas con sus hijos.


Además, por su forma especial de entender la justicia y la aplicación de la ley, el personaje de Rooster puede considerarse como un embrión de numerosos policías surgidos en la década siguiente y cuyo paradigma sería Harry Callahan quien en la primera entrega de la serie, “Harry, el sucio” (Don Siegel, 1971), también tenía que dar cuentas de sus métodos expeditivos al fiscal del distrito. De hecho el papel del antihéroe Harry se lo ofrecieron en primer lugar a John Wayne, quien encarnaría posteriormente a “McQ” (John Sturges, 1974) y “Brannigan” (Douglas Hickox, 1975) dos personajes claramente inspirados en el inmortalizado por Clint Eastwood.


Mattie, interpretada con gran acierto por una prácticamente debutante en el cine Kim Darby, es una joven de marcada personalidad y de una gran madurez para su edad. Impulsiva, obstinada y decidida, Rooster se reconocerá en ella cuando era más joven (en un momento dado le comenta a La Boeuf: “¡Vaya con la chica! Me recuerda a mí mismo”). Obsesionada con acabar con Tom, llega a afirmar que si la ley no lo ejecuta lo haría ella personalmente, el viaje la cambiará definitivamente convirtiéndola en una mujer. Personaje aparentemente duro, se desmorona en una gran escena intimista en la que a solas recoge el reloj de su padre y entre sollozos se acaricia con él la cara. Tras chocar inicialmente con Rooster, poco a poco se irá acercándose a él hasta convertir al arisco Marshall en una especie de sustituto de su padre. 


Sin duda la química entre Darby y Wayne contribuyó decisivamente al éxito de la cinta aunque su relación durante el rodaje de la película no fue buena.


El tercer vértice del triángulo lo constituye el ranger La Boeuf, el personaje menos interesante de los tres tanto por estar interpretado por Glen Campbell, cantante folk de escasa entidad, como por estar menos desarrollado. Tampoco es un personaje del todo positivo al embarcarse en la aventura por motivos personales, favorecer con la captura de Tom su acercamiento a una joven de buena posición en Texas. En todo caso, Hathaway aceptó la presencia del actor con el objeto de que el tema principal interpretado por él se convirtiera en un éxito que respaldara la película.


A los tres protagonistas les acompaña un más que competente elenco de secundarios, entre los que destacan Robert Duvall como Ned Pepper y Dennis Hopper, el mismo año que dirigió la rompedora “Easy Rider”, como el desdichado Moon.


En definitiva, “Valor de ley” es un gran filme, más complejo de lo que puede parecer a primera vista, que sirvió para revitalizar la carrera algo alicaída de John Wayne tras el fiasco de “Boinas verdes” y mostró, como señaló en su día un crítico estadounidense, que la vieja estrella todavía era capaz de “recrear ante nuestros ojos la dorada mitología del Oeste”.


Como curiosidades cabe señalar que:
- Mia Farrow aconsejada por Robert Mitchum, cuya relación con Hathaway no había sido buena durante el rodaje de “El póquer de la muerte”, rechazó el papel de Mattie. 
- De la película se han realizado dos remakes: un telefilme de 1978 protagonizado por Warren Oates y Lisa Pelikan, y el más conocido realizado para la pantalla grande en 2010 por los hermanos Coen con Jeff Bridges en el papel de Rooster.
- El productor barajó el nombre de Elvis Presley para dar vida a La Beouf.
- Seis años después Hal B. Wallis capitalizó el éxito de la película con la secuela dirigida por Stuart Millar “El rifle y la biblia”; filme que, con una estructura similar, emparejó a Wayne con Katherine Hepburn.




jueves, 9 de marzo de 2017

CON SUS MISMAS ARMAS

(Man with the gun - 1955)

Director: Richard Wilson.
Guion: N. B. Stone Jr. y Richard Wilson.

Intérpretes:
- Robert Mitchum: Clint Tollinger
Jan Sterling: Nelly Bain
- Henry Hull: Marshall Lee Sims
- John Lupton: Jeff Castle
- Ted de Corsia: Frenchy
- Leo Gordon: Ed Pinchot
- Karen Sharpe: Stella Atkins
- Claude Akins: Jim Reedy
- Angie Dickinson: Kitty

Música: Alex North
Productora: Formosa Productions
País: Estados Unidos

Por Jesús Cendón. Nota: 7

“Siempre se viste de gris, pero el negro le sentaría mejor” (Conversación sobre Clint mantenida por el doctor y el herrero del pueblo).



A veces los devoradores de cine, los “cinéfagos”, nos topamos con películas desconocidas para nosotros que suponen un grato descubrimiento. Esto es lo que nos ha animado a inaugurar una sección de wésterns poco conocidos u olvidados que bajo nuestra opinión merecen ser rescatados. Generalmente son filmes de coste reducido pero realizados con mucho oficio, destinados a las sesiones dobles y producidos por pequeñas compañías, las denominadas Minor; aunque también se produjeron wésterns de reducido presupuesto por las Major con el objeto de mantener engrasada su maquinaria para poder embarcarse en proyectos más caros y ambiciosos.


La sección la inauguramos con este filme “Con sus mismas armas” dirigida por el poco prolífico Richard Wilson. Tan sólo he visto de él una correcta película sobre Al Capone protagonizada por Rod Steiger e “Invitación a un pistolero”, un interesante wéstern con Yul Brinner como actor principal pero, para mí, inferior al que nos ocupa.


Estamos ante el típico producto de Samuel Goldwyn Jr., uno de los mayores productores independientes del Hollywood clásico, caracterizado por su cuidado aspecto formal que narra la historia de Clint Tollinger, un pacificador, que recala en Sheridan buscando a su mujer e hija. Allí le contratarán para acabar con el cacique del lugar que tiene amedrentado al pueblo mediante un grupo de pistoleros, haciendo realidad la frase del doctor: “Sospecho que la muerte repentina es contagiosa”. La película es, por tanto, desde el punto de vista temático un claro precedente de la más conocida y lujosa “El hombre de las pistolas de oro”, adaptación realizada en 1959 por Edward Dmytryk de la monumental novela “Warlock” escrita por el especialista en este género Oakley Hall. Incluso cuenta con situaciones muy similares con las mismas consecuencias para el protagonista, como el incendio del saloon origen del rechazo por parte de la población del pistolero a quien desesperadamente contrataron para poner orden en la ciudad.


Este arco argumental le sirve a Richard Wilson, coautor del guion, para abordar temas como el ejercicio y abuso del poder, así como la legitimación de la violencia por parte de quien  detenta ese poder. De esta forma, las fuerzas vivas del pueblo, ante la amenaza de Holman, no dudarán en contratar un individuo que se sitúa por encima del bien y del mal, actuando sin reglas fijas mediante métodos que no difieren sustancialmente de los de sus oponentes pero con la posibilidad de escudarse en la ley. 


Al mismo tiempo Wilson nos presenta de forma crítica a los habitantes de Sheridan, dando una visión nada complaciente de esta ciudad y por extensión de la sociedad norteamericana, al mostrarnos a unos personajes cobardes y egoístas que actúan basándose en sus intereses personales (el herrero para evitar la muerte de su futuro yerno, el cantinero para acabar con la competencia del saloon propiedad del cacique, los comerciantes para incrementar sus exiguas ventas, etc) y no dudarán en manifestar su rechazo al pacificador cuando este se convierta en un elemento incómodo y conflictivo, cuya presencia se traduce en una ruina mayor. Tan sólo son retratados con simpatía los jóvenes prometidos: Jeff un ranchero impulsivo pero valiente y honesto que se ganará el respeto de Clint y Stella cuya forma de actuar viene determinada por su amor hacia Jeff.


La preocupación de Goldwyn por hacer un producto de calidad quedó patente en el equipo participante en el film. Así nos encontramos con el reputado Lee Grimes como director de fotografía que dotó a la cinta de una atmósfera noir y realista. Mientras que Alex North, nominado al Oscar en quince ocasiones y conocido por sus memorables bandas sonoras de, entre otras, “Un tranvía llamado deseo”, “¡Viva Zapata!”, “Espartaco” o “Cleopatra”, se encargó de musicalizar la película.


Igualmente se escogió a una estrella de la categoría de  Robert Mitchum, sin duda uno de los mayores alicientes del filme. Un grandísimo actor que dominaba como pocos la escena y se comía la cámara en cada plano. En esta ocasión borda el papel de Clint Tollinger, un pacificador torturado desde niño por el asesinato de su padre, desgraciado acontecimiento que ha marcado su carácter (su mujer le llega a decir: “Sé que tu padre murió porque no tenía revólver, y tú morirás porque lo tienes”). Un hombre oscuro que se dejará llevar por sus impulsos violentos provocando al dueño del saloon para acabar con él e incendiando el local inmediatamente después.



Jan Sterling (actriz habitual en westerns y noir de serie B) realiza una excelente composición como Nelly, la mujer de Clint. Destrozada por el pasado, ya que tuvo que elegir entre lo que quería y lo que necesitaba, y por una desgarradora tragedia mantenida en secreto, regenta en la actualidad un burdel. Junto a ellos secundarios tan característicos como Henry Hull en el papel del inmovilista sheriff, Ted de Corsia y Leo Gordon en sus sempiternos roles negativos o una joven y casi irreconocible Angie Dickinson como Kitty, una de las chicas de Nelly.


Pero es, sin duda, el estupendo final el que eleva a este western por encima de la media. El director juega hábilmente con el espectador al poseer este más información que los principales personajes; así sabe que el pacificador, aprovechando su rutinario paseo, va a ser objeto de un atentado mientras que el héroe lo desconoce y su mujer tan sólo lo intuye.


Estamos ante una secuencia memorable por su planificación, encuadres y movimientos de cámara, en la que Richard Wilson sitúa y desplaza admirablemente a los protagonistas del drama, al mismo tiempo que dota a la escena de un suspense in crescendo más propio de un thriller que de un wéstern. 


Sin embargo su resolución no está a la altura ni en consonancia con el tono amargo y desesperanzado del filme; restándole fuerza y coherencia a una película, por lo demás, muy meritoria.



jueves, 2 de marzo de 2017

BAILANDO CON LOBOS

(Dances with wolves - 1990)

Director: Kevin Costner
Guión: Michael Blake. Basado en una obra de Michael Blake
Intérpretes:
- Kevin Costner: Teniente Dunbar
- Mary McDonnell:  Stands with a fist
- Graham Greene: Kicking bird
- Rodney A. Grant: Wind in his hair
- Floyd Red Crow Westerman: Ten bears
- Tantoo Cardinal: Black shawl
- Wes Studi: Toughest Pawnee
- Maury Chaykin: Mayor Fambrough
- Robert Pastorelli: Timmons
- Charles Rocket: Teniente Elgin

Música: John Barry
Productora: Orion Pictures
País: Estados Unidos

Por Xavi J. Prunera. Nota: 8

Teniente John Dunbar: “Era un pueblo ansioso por reír, devoto de la familia, dedicado el uno al otro. La única palabra que viene a mi mente es armonía”.




SINOPSIS: Poco antes de que finalice la Guerra de Secesión (1860-1865), el Teniente John J. Dunbar es destinado a Fort Sedgewick, un puesto fronterizo situado a escasa distancia de territorio sioux. A pesar de encontrarlo absolutamente arrasado y abandonado, Dunbar decide quedarse. Un primer encuentro con una mujer blanca adoptada por los sioux y su propia soledad lo empujarán a entrar en contacto con el resto de la tribu. Una relación que no tardará en fructificar y que se basará en la admiración y respeto mutuos.




Exceptuando “La puerta del cielo” (1980), “El jinete pálido” (1985) y —si mucho me apuráis— “Forajidos de leyenda” (1980) y “Silverado” (1985), los 80 fueron una década más bien nefasta para el western. Quizás por eso sorprende y mucho que un director novel como Kevin Costner tuviera la osadía de emprender un proyecto cinematográfico del calibre de “Bailando con lobos”. Afortunadamente para el género, la tuvo. Y Costner, como los más grandes, “llegó, vio y venció”. Por eso su peli se llevó la friolera de 7 Oscars y por eso, a día de hoy, podemos considerar la opera prima de Costner —al menos a mi juicio— como el mejor western (exceptuando, naturalmente, “Sin perdón”) rodado en estos últimos 30 años.




Mis motivos son amplios y variados. Podría hablaros de la novela o guión de Michael Blake, de la fotografía de Dean Semler, de la música de John Barry, del montaje de Neil Travis, de ese tono a veces épico y a veces intimista que le imprime Costner, de su ritmo pausado y elegante, de su espectacular diseño de producción o, naturalmente, de sus numerosísimas escenas memorables. O quizás —por qué no— de lo bien que funcionan todos esos ingredientes a la vez. Ingredientes extraordinariamente armonizados en un western de 180 minutos (casi 4 horas si hablamos del montaje del director) que se visiona —no obstante— con sumo interés, con sumo placer y con suma emoción. Pero permitidme que me quede esta vez con su mensaje. Con lo que Costner pretende (y consigue, por supuesto) transmitirnos.




Así pues, yo señalaría en primer lugar ese extraordinario homenaje a los nativos norteamericanos que edifica Kevin Costner. Y aunque, obviamente, “Bailando con lobos” no es el primer western pro-indio de la historia del género (véase, por ejemplo, “La puerta del diablo” de Mann, “Flecha rota” de Daves o “El gran combate” de Ford), la peli de Costner sí es el primer western en el que los indios (con permiso del propio Costner, por supuesto) gozan de un protagonismo absoluto. Un protagonismo que nos empuja a empatizar total y absolutamente con ellos y que, pese a cierta idealización, nos los muestra como lo que realmente son: un pueblo normal y corriente, con sus virtudes y sus defectos, con sus tradiciones centenarias, con su innegociable amor a la naturaleza, con su sentido del humor y con su propia identidad como tribu, raza y nación.




Paralelamente a ese acercamiento entre culturas que protagonizan el Teniente Dunbar y los sioux (con mención especial a Pájaro Guía, En pie con el puño en alto y Cabello al viento) conviene destacar también el “viaje interior” que recorre el propio Dunbar. Recordemos que nuestro protagonista es un soldado convertido accidentalmente en héroe gracias a un fallido intento de suicidio.


Un hombre solitario, sin familia, sin oficio ni beneficio. Un romántico que nada tiene que perder y que —según sus propias palabras— desea ver la frontera “antes de que no exista”. Y es ese soldado (y de paso nosotros, como espectadores, gracias a esa voz en off que nos retransmite los pensamientos y sensaciones de Dunbar) el que irá creciendo como ser humano, el que irá despojándose de sus prejuicios raciales y el que irá sintonizando cada vez más con sus nuevos vecinos hasta convertirse en uno de ellos. Concretamente en “Bailando con lobos”, su nuevo nombre sioux. 




Pese a todo, debo reconocer que “Bailando con lobos” no es una peli redonda del todo. Conviene recordar que es la opera prima de un actor metido a cineasta y que, naturalmente, no podemos compararla con westerns clásicos (a los que en cierta medida homenajea) de maestros como Ford, Hawks o Mann. Como es lógico y normal, a Costner se le nota en ocasiones que tira de “manual”, que no domina las sutilezas y que peca de cierta ñoñería en algunas situaciones. También es cierto, por otro lado, que quizás hubiera resultado más valiente y arriesgado por su parte si hubiera decidido que su personaje se enamorara de una india y no de una blanca criada entre los sioux pero, vamos, a mi eso no me molesta demasiado.


Por de pronto porque el personaje de “En pie con el puño en alto” ayuda a introducir un nuevo tema que refuerza su alegato antirracista: el de la perfecta adopción o integración de los blancos en las tribus indias. Y también porque me parece muy lógico y normal que Dunbar se sienta atraído por alguien de su propia raza. Sobre todo si se trata de un bellezón como Mary McDonnell. 




En cualquier caso, lo dicho: de “Bailando con lobos” me quedo con su tremendo mensaje ecológico y humanista, con su canto a la amistad, con su grandísima banda sonora, con el lirismo de sus imágenes y con multitud de escenas para el recuerdo como la del épico intento de suicidio inicial, la espectacular cacería de búfalos, la de la entrañable danza con “Calcetines” (origen, por cierto, del nombre indio de Dunbar) o la de la conmovedora despedida de Cabello al viento: “¡Bailando con lobos! ¡Soy Cabello al viento! ¿No ves que soy tu amigo? ¿No ves que siempre seré tu amigo?”. Brutal.