NOSOTROS

martes, 3 de enero de 2017

EL JARDÍN DEL DIABLO

(Garden of Evil - 1954)

Director: Henry Hathaway
Guión: Frank Fenton

Intérpretes:
- Gary Cooper: Hooker
- Susan Hayward: Leah Fuller
- Richard Widmark: Fiske
- Hugh Marlowe: John Fuller
- Cameron Mitchell: Luke Daly
- Rita Moreno: Cantante
- Víctor Manuel Mendoza: Vicente Madariaga

Música: Bernard Herrmann

Productora: Twentieh Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8

"El Jardín del Diablo, si el mundo hubiese sido hecho de oro, los hombres se dejarían matar por un puñado de tierra" (Hooker al final de la película mientras el sol desaparece tras las montañas)


Henry Hathaway está considerado como un artesano, un director todoterreno capaz de sacar a flote cualquier proyecto que se le encargara en todo tipo de género. En esta ocasión se enfrentó a un filme que le permitió satisfacer su tendencia a rodar en parajes naturales al tratarse de una mezcla de western itinerante y película de aventuras, género al que había aportado filmes del nivel de las colonialistas “Tres lanceros bengalíes” (1934) y “La jungla en armas (1939), ambas protagonizadas curiosamente por Gary Cooper.

Así, la historia de un grupo de aventureros contratados por una mujer para rescatar a su marido atrapado en una mina de oro en el profundo México, le sirvió a Hathaway para sacar el máximo partido al Cinemascope, de hecho es el primer western filmado en este formato inaugurado con “Como casarse con un millonario” de Jean Negulesco (1953), al estar rodada en unos paisajes agrestes.


Y es el marco físico en el que se desarrolla la acción por su singularidad uno de los mayores aciertos del filme. Si en la primera escena nos topamos con el mar, pocas veces visto en un western, y con un barco del que desembarcan los protagonistas masculinos, la mayor parte de la película se desarrolla en un México caracterizado por su exuberante y frondosa vegetación que contrasta con la visión dada por la mayoría de los westerns como un país desértico; mientras que la mina, meta del viaje, se encuentra situada en un paisaje lunar en el que destaca la iglesia prácticamente enterrada, debido a las erupciones volcánicas, lo que dota al filme de una atmósfera fantasmagórica.


Otro aspecto notable de la película son sus sobresalientes diálogos, cargados de frases lapidarias, obra de Frank Fenton, autor de la aclamada novela “Un lugar en el sol” (nada que ver con el excelente melodrama de George Stevens), que predominan, sobre todo, en la primera parte de la película coincidiendo con el viaje de ida a la mina y durante la breve estancia en esta. Los magníficos diálogos compensan en parte la falta de ritmo en este tramo en el que ya aparece la amenaza latente de los apaches que se manifestará durante el regreso de los protagonistas y constituirá, junto con la codicia de algunos de los personajes y el deseo sexual que despertará en ellos Leah, el principal peligro que deberá solventar el grupo de aventureros.


También llaman la atención las constantes referencias religiosas: se cita a Salomé, uno de los personajes es crucificado, otro asaetado cual San Sebastián, en otra secuencia de la película Hooker le dice a Leah: “Una cruz es siempre un buen recuerdo. Además todos llevamos una” y la labor de los misioneros cristianos está muy presente a lo largo del filme.

Igualmente destacable es la atípica banda sonora compuesta por Bernard Hermann que remite necesariamente a sus mejores composiciones para filmes dirigidos por Alfred Hitchcock y constituye otro de los aciertos de la película, a pesar de que sea más apropiada para un thriller que para un western.


El filme además contó con un grandísimo reparto. Al frente Gary Cooper como el taciturno (Fiske le llega a decir: “¿Ha tratado alguna vez de sacar sangre de una piedra? Pues es lo que trato de hacer yo con usted”), observador y juicioso Hooker; un exsheriff que se sentirá atraído por la desbordante personalidad de Leah. Nadie como él para transmitir la integridad y honradez de su personaje. Susan Hayward, con la que ya había trabajado Hathaway en el western noir “”El correo del infierno” (1950), borda un papel hecho a su medida de mujer fuerte y temperamental que, cual Salomé, atrae a los hombres a la muerte; el típico papel que siempre le gustó interpretar. Pero es Richard Widmark, inconmensurable, el que les “gana la partida” en el rol de Fiske, un jugador aparentemente cínico y frío que en el fondo alberga a un ser romántico y sensible; atraído también por Leah, aunque intente reprimirse y no manifestar sus sentimientos, se mostrará insólitamente generoso al final de la película (en la fecha en que se rodó el filme el actor ya alternaba roles negativos con papeles positivos). Junto a ellos Cameron Mitchell, que a pesar de sus dotes interpretativas nunca dio el definitivo paso al estrellato, como Luke un fanfarrón, visceral e impulsivo aventurero, antiguo cazador de recompensas, con una evolución negativa a lo largo de la película; Hugh Marlowe en el papel del torturado marido de Leah; y una joven Rita Moreno, actriz y cantante portorriqueña (“West side story”), deleitándonos con dos temas en la excelente escena inicial de la cantina.

Además el filme se cierra con uno de los finales más emotivos del western, que sintetiza el espíritu de este género, con una notable conversación mantenida por los dos protagonistas masculinos en la que Hooker muestra todo su respeto y admiración por Fiske.

Considerada como un western menor, cabe preguntarse, dados su nivel artístico y técnico, cómo deberíamos calificar al ochenta y cinco o noventa por ciento de los filmes rodados en la actualidad.

------------------------------------------------------------------------------------------------------

Por: Xavi J. PruneraNota: 8 

Una de las peores cosas que te puede suceder en este blog es que Jesús te pise una reseña. Que se te anticipe, vaya. Básicamente porque, cuando eso ocurre, resulta casi imposible añadir nada interesante a lo que, minuciosa y acertadamente, ya ha expuesto mi compañero. Aún así, lo intentaré. Considero que el “El jardín del diablo” es un western tan atípico como interesante y, la verdad sea dicha, me apetece escribir sobre él. Y si me repito, pues nada, ya me disculparéis!!
 
Para empezar me gustaría dejar bien claro que la peli de Hathaway, más que un western, me parece una cinta de aventuras. En primer lugar porque el paisaje y el contexto geográfico que podemos observar al principio de la peli (con esas vistas al mar y esa frondosa y exótica jungla mexicana) ya nos aleja, a bote pronto, de la iconografía habitual del western. Y en segundo, porque si bien estamos acostumbrados a ver el rostro y la presencia física de Gary Cooper en numerosos y grandes westerns (“Solo ante el peligro”, “Veracruz”, “El forastero”, “El árbol del ahorcado”) no menos cierto es que su prolífico concurso en pelis de aventuras (“Beau Geste”, “La jungla en armas”, “Por quién doblan las campanas”, “Misterio en el barco perdido”) nos puede hacer creer, perfectamente, que “El jardín del diablo” es otra de ellas. Pero si algo me impulsa a catalogar este film como uno de aventuras es ese inicio tan y tan parecido, a mi juicio, a “El tesoro de Sierra Madre”, de John Huston. Uno de los más grandes exponentes del cine de aventuras que —paradójicamente— mi amigo Güido considera, en cambio, un western en toda regla.

Sea como fuere, “El jardín del diablo” no es un western más. Y aunque muchos lo puedan tildar de “menor”, yo creo —francamente— que posee virtudes más que suficientes para que cualquier espectador con un mínimo de criterio y sensibilidad pueda disfrutarlo intensamente. No sé, podría hablaros de su extraordinaria fotografía, de esas magníficas secuencias en el desfiladero, de sus memorables frases, del oficio de Hathaway, del carisma y aplomo de Cooper, del habitual buen hacer de Widmark, de la sensualidad de la Hayward o de ese antológico final con puesta de sol incluida. Pero eso ya lo ha mencionado antes y mucho mejor mi amigo Jesús. Así que voy a remitirme otra vez a lo que os comentaba al principio: lo que más me atrae de “El jardín del diablo” es, sin lugar a dudas, su ingrediente aventurero. Ese aire un tanto naïf que destila toda la peli, de principio a fin, y que me retrotrae, inexorablemente, a mis más tiernos inicios cinéfilos. Y eso, os lo puedo asegurar, es algo que no tiene precio.



lunes, 12 de diciembre de 2016

EL ROSTRO IMPENETRABLE

(One-Eyed Jacks - 1961)

Director: Marlon Brando
Guión: Guy Trosper y Calder Willingham. Basado en una obra de Charles Neider

Intérpretes:
- Marlon Brando: Johnny Río
- Karl Malden: Dad Longworth
- Katy Jurado: María Longworth
- Pina Pellicer: Luisa Longworth
- Slim Pickens: Lon Dedrick
- Ben Johnson: Bob Amory
- Larry Duran: Chico Modesto


Música: Hugo Friedhofer

Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Johnny Río: "¿Mi casa? Mi casa está donde dejo mi silla de montar"


SINOPSIS: Tras atracar un banco fronterizo, Johnny Río (Marlon Brando) es traicionado por Dad Longworth (Karl Malden), su compañero de fechorías, y a consecuencia de ello acaba detenido por los regulares mexicanos. Después de pasar cinco largos años en la prisión de Sonora, y ya libre, Johnny solo piensa en buscar a Dad y vengarse. Finalmente lo encuentra en Monterrey (México), donde Dad se ha convertido en un hombre respetable y ahora desempeña el cargo de Sheriff. Cuando conoce a Luisa (Pina Pellicer), la hijastra de Dad, Río decide posponer sus planes de venganza y seducir a la joven.


Aunque nunca sabremos qué hubiera sido de “El rostro impenetrable” si la hubiera dirigido Stanley Kubrick y la hubiera guionizado Sam Peckinpah (dos de los cineastas que quiso Brando para esta peli y que por diferentes motivos acabó descartando), lo que está claro —al menos por mi parte— es que el resultado final de esta larga, compleja y traumática producción fue, sin lugar a dudas, totalmente satisfactorio.


Naturalmente, soy muy consciente que este western tiene muchos detractores. En gran parte por su exagerado metraje (posiblemente le sobren quince o veinte minutos bien buenos) y, sobre todo, por el indisimulado narcisismo del propio Brando, que no supo ni quiso renunciar a ninguna de sus poses ni a ninguno de sus primeros planos favoritos.


Pero, aún así, me parece un gran western. Y me lo parece, en primer lugar, porque es un western estéticamente precioso. Porque no es habitual que un western se desarrolle a pie de playa y porque tampoco es habitual que un western cuente con un componente lírico tan significativo. Máxime cuando, además, ese impresionante mar embravecido que podemos observar en varias secuencias de la película posee —por si fuera poco— un rol metafórico (la pasión) absolutamente crucial en el desarrollo de la historia. Un mar azul que aún resulta más bello y espectacular cuando lo comparamos con el polvo o la arena del desierto mejicano, elementos que —del mismo modo— poseen un gran protagonismo en el inicio de la peli, cuando Dad y Río quedan a merced de los regulares tras el atraco y Dad sale a buscar ayuda con el único caballo del que disponen.


Aún así, uno de los grandes culpables de ese tono entre melancólico y crepuscular que evidencia “El rostro impenetrable” en todo momento es, sin lugar a dudas, el director de fotografía, Charles Lang Jr., quién no cejó hasta conferirle a la peli una pátina cromática muy particular.

  
Y aunque, como ya he dicho, es posible que a la película le sobren quince o veinte minutos, sigo creyendo —no obstante— que cuenta con un gran guión. No sólo porque considero que la historia es sumamente interesante (no en vano suma drama, romance, traición, venganza, y hasta un bonito duelo) sino porque tanto los personajes principales como los secundarios están muy bien definidos. Algo que no debería de extrañarnos en una peli (la única como director, por cierto) de Marlon Brando, un actor extraordinariamente metódico y perfeccionista. Por eso mismo confió precisamente en su amigo Karl Malden como pareja de baile (con quién ya había trabajado en “Un tranvía llamado deseo” y “La ley del silencio”, ambas de Elia Kazan) y por eso decidió que todos los personajes secundarios (Katy Jurado, Pina Pellicer, Slim Pickens, Ben Johnson y Larry Duran) tuvieran los diálogos y los minutos en pantalla necesarios. Sin restricciones de ningún tipo.




Para bien o para mal, sin embargo, este es un western “made in Marlon Brando”. Y aunque muchos digan que el duelo interpretativo lo ganó de calle Karl Malden, esa aura de misterio y magnetismo que desprende Johnny Río es absolutamente esencial para disfrutar de “El rostro impenetrable” como lo que realmente es: uno de los westerns más oscuros, místicos y atípicos de los 60. A mi parecer, por la gran complejidad y ambigüedad psicológica que muestra el personaje interpretado por Brando.


Como su título original indica (One-Eyed Jacks) Johnny Río personifica la J, esa carta de la baraja inglesa que muestra a una figura, de perfil, con un solo ojo. O lo que es lo mismo, las dos caras de una misma moneda. A veces antagónicas, duales, bipolares. Y a veces —también— herméticas, inescrutables, crípticas. Y de ahí, supongo, procede su libre traducción al castellano: “El rostro impenetrable”. El de un hombre dispuesto a cobrar venganza a toda costa pero que no dudará a esperar el tiempo que sea necesario para hacerlo en el momento oportuno.


Pero si “El rostro impenetrable” me parece un buen western es, sobre todo, por la gran cantidad de escenas que tiene para el recuerdo. Casi todas, además, impecables desde un punto de vista técnico o formal. Con buenos encuadres, angulaciones muy originales y esa fotografía a la que antes aludíamos, más tristona y macilenta de lo habitual.


Ah, y con esa preciosa banda sonora compuesta por Hugo Friedhofer, por supuesto. Me estoy refiriendo —por ejemplo— a la irrupción de los regulares en el burdel donde Dad festeja el exitoso atraco, a la detención de Johnny en el polvoriento desierto, a la llegada de Johnny a la casa de Dad en Monterrey, a la sesión de latigazos y al culatazo con el que Dad le destroza la mano a Johnny, al tiroteo en el bar con el hombre que maltrata a la mejicana, a la fuga de Johnny del calabozo o al espléndido duelo final entre Johnny y Dad.


Como podéis constatar, son unas cuantas. Y como ya os he dicho, muy bien rodadas. Solo por eso merece la pena ver este western. Sin prisas. Sin prejuicios. Sin manías. Yo creo, sinceramente, que el tiempo le ha hecho justicia a “El rostro impenetrable” y que, hoy día el western de Brando ya es —por derecho propio— una auténtica peli de culto.


 

jueves, 8 de diciembre de 2016

EL DÍA DE LA IRA

(I giorni dell`ira - 1967)

Director: Tonino Valerii
Guion: Ernesto Gastaldi y Tonino Valerii

Intérpretes:
- Giuliano Gemma: Scott Mary
- Lee Van Cleef: Frank Talby
- Walter Rilla: Murph
- Christa Linder: Gwen
- Pepe Calvo: Bill Blin


Música: Riz Ortolani

Productora: Sansone y Chroscicki
País: Italia/Alemania

Por: Güido MalteseNota: 6,5

Fank Talby: "Cuando dispares contra un hombre, mátalo... si no, antes o después, te matará él a ti"

 

La mayoría del gran público asocia el Spaghetti Western con Sergio Leone y Clint Eastwood debido a la famosa “Trilogía del dólar”. Cierto es que el director romano está muy por encima del resto de autores del western europeo y que fue imitado, aunque nunca igualado, hasta la saciedad. El boom que supuso su primer SW, “Por un puñado de dólares” y el éxito desmesurado de “La muerte tenía un precio” supusieron una avalancha de producciones europeas siguiendo la estela marcada por el maestro Leone y, justo es decirlo, por el gran Ennio Morricone que “inventó” una música muy propia del género y clave en el éxito de éste. Y aunque muy poco de lo hecho (más de 600 films) tenga un cierto interés cinematográfico, cierto es que se rodaron unos cuántos Spaghetti Western bastante dignos e interesantes. Y a uno de ellos, en mi opinión uno de los 10 mejores, voy a dedicar mi reseña de esta semana.


Tonino Valerii, el que fuera asistente de dirección del mismísimo Leone y había debutado como director un año antes con la aceptable “Cazador de recompensas", y el guionista (y también director) Ernesto Gastaldi gestaron el libreto de lo que sería uno de lo más reconocidos westerns rodados en Europa.


Para los papeles protagonistas se contó con dos de los grandes iconos que saltaron a la fama al inicio del género. Por un lado, Giuliano Gemma, que tras protagonizar “Una pistola para Ringo” en la que encarnaba a un pistolero simpatico y burlón, creó un nuevo héroe más “amable” pero igualmente mortífero y no dejó de encadenar éxitos, ganándose el cariño del público. Y cómo contrapartida, Lee Van Cleef, encumbrado a lo más alto del Spaghetti Western gracias a su mirada acerada, su rostro duro y anguloso y su gran presencia física y, por supuesto, gracias a sus intervenciones en “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo” (sin olvidar que antes del film que nos ocupa, protagonizó dos de los mejores westerns “mediterráneos”: “El halcón y la presa” y “De hombre a hombre”).


Gemma encarna a un muchacho, Scott Mary, de padre desconocido –uno de los detalles más crueles de la película- que es despreciado por casi todo el pueblo en el que vive y que sobrevive recogiendo los excrementos de sus vecinos casa por casa. Hasta que un día aparece Frank Talby (sensacional Lee Van Cleef, que inunda la pantalla cada vez que aparece) del que Scott desea aprender todo lo relacionado con desenfundar el revólver. El film narra la nada fácil relación paterno filial entre ambos y sus terribles consecuencias. Muy a destacar las lecciones que Talby irá enumerando a su alumno y que serán recordadas una a una en el desenlace final.

 El film se divide en dos partes bien diferenciadas y, al mismo tiempo, perfectamente ensambladas gracias a la psicología tan bien definida de sus personajes. Mientras Scott va cambiando a mejor, Frank decubre su verdadera personalidad revelando esa clase de hombre en el que uno no debe convertirse, midiendo con doble rasero la diferencia entre ley y justicia. Los dos personajes están muy bien tratados y el paulatino cambio que van incrementando se nos desvela linealmente, sin cambios bruscos y giros de guión inesperados tan presentes en el género. Valerii maneja perfectamente el libreto y consigue mantenernos interesados con la historia de principio a fin. Uno de los mayores aciertos es conservar el punto de vista de Scott, que mira a Talby con admiración, la misma que siente el espectador cuando aparece por primera vez a lomos de un caballo.


A medida que Scott va descubriendo que Frank es simple y llanamente un pistolero cuyos días se acaban y quiere asentarse en un lugar dónde tener un futuro conseguido a punta a revólver, el espectador también lo irá descubriendo. Y si los matices de los personajes no fuesen suficiente, Valerii evoca sin complejos el imaginario del western clásico (un revólver que perteneció a Doc Holliday, por ejemplo), mezclándolo con la violencia y suciedad del SW, pero sin llegar a los límites tan exagerados asentados por Sergio Leone. A destacar el duelo entre Talby y otro pistolero a lomos del caballo, algo bastante original y no visto anteriormente.

  
Valerii demuestra su profesionalidad plano a plano y encuadre tras encuadre, manejándose perfectamente y con todo bajo control en todo momento.


De gran elegancia visual y sin duda uno de los grandes momentos del género, es el duelo final que enfrenta al alumno, ya aventajado, con el maestro. Lo más llamativo será el alumno enumerándole a su maestro y aplicándole una a una, las mismas reglas que éste le enseñara. Una escena que, para mí, es puro Spaghetti Western.


Riz Ortolani compone un dinámico tema central que le va muy bien al film (¡que le pregunten a Tarantino!). La música acompaña perfectamente tanto a los personajes cómo a las situaciones.


Para terminar, recomendar sin duda alguna el visionado de este film y deciros que mi puntuación de 6,5 es en el contexto general del Western; en una puntuación centrada solamente en el SW tendría sin duda un 9. Y comentaros que éste fue el último “gran” Spaghetti Western de Lee Van Cleef, todo un icono del género.

jueves, 17 de noviembre de 2016

CIELO AMARILLO

(Yellow Sky) - 1948

Director: William A. Wellman
Guion: Lamar Trotti

Intérpretes:
- Gregory Peck: Stretch
- Richard Widmark: Dude
- Anne Baxter: Mike
- John Russell: Lenghty
- Harry Morgan: Half Pint
- Robert Arthur: Bull Run
- Charler Kemper: Walrus
 

Música: Alfred Newman

Productora: Twentieth Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9

"No creo que hagan nada salvo matarse el uno al otro, y el ganador se lo llevará todo" (Walrus inmediatamente antes del mortal enfrentamiento final)



William A. Wellman quizás sea el director más olvidado de la generación que comenzó en el cine mudo (Ford, Walsh, Hawks) a pesar de que rodó la primera película que obtuvo el Oscar al mejor filme (“Alas”, 1920) y de habernos dejado una filmografía con grandes títulos en diversos géneros: policíaco (“El enemigo público”, 1931), aventuras (“Beau Geste”, 1939), bélico (“También somos seres humanos”, 1945 o “Fuego en la nieve”, 1949) y, por supuesto, el western, con filmes del nivel de “Incidente en Ox-Bow” (ya comentado en este blog por Xavi, en la que realizó una profunda crítica de la ley de Lynch y, por tanto, de la construcción de los USA), “Caravana de mujeres” (filme reivindicativo del papel de la mujer en la conquista del Oeste), “Más allá del Misuri” (precedente del denominado western ecológico), “El rastro de la pantera” (en la que el protagonista, Robert Mitchum, debía enfrentarse a un gran felino) y la película que nos ocupa. Westerns que conforman un corpus de una gran coherencia y originalidad al presentarnos a unos personajes enfrentados a una naturaleza adversa y/o a una sociedad poco desarrollada.


En esta ocasión partiendo de un guion de Lamar Trotti , el mismo escritor que “Incidente en Ox-Bow” por lo que curiosamente ambas películas comienzan de la misma manera con unos vaqueros llegando a la ciudad y entrando a tomar una copa en el saloon, nos narra la historia de unos excombatientes convertidos en atracadores que tras asaltar el banco de un pueblo y al ser perseguidos por el ejército se refugiarán, una vez atravesado el terrible desierto de sal, en un pueblo fantasma (Yellow Sky), tan sólo habitado por un viejo minero y su nieta, que se convertirá en su particular infierno al desatarse sus más bajas pasiones (ambición, codicia, lascivia).


No es difícil establecer un paralelismo entre la historia de la película y la situación de los EEUU en el momento en que se rodó (1948) con miles de soldados que regresaron a casa tras combatir por medio mundo durante la II Guerra Mundial para sentir como la sociedad olvidaba o no reconocía como debía su sacrificio. Tema que fue abordado por películas como “Hasta el fin del tiempo” (Edward Dmytryck, 1946) o la más conocida y aclamada “Los mejores años de nuestra vida” (William Wyler, 1946). De ahí que cobre gran importancia la frase del abuelo de Mike refiriéndose al grupo de forajidos: “Creo que la guerra ha desmoralizado a muchos de estos jóvenes y los ha puesto en el mal camino”.


Otro elemento interesante que lo convierte en un western original es su contenido sexual. Contenido mostrado ya en la escena inicial en la que los forajidos contemplan un cuadro con la modelo semidesnuda y se acentúa con la presencia en Yellow Sky de Anne Baxter-Mike, personaje reprimido sexualmente, incluso su apodo es masculino, que mostrará su atracción-repulsión por Stretch en dos escenas clave: la de su pelea a cabezazos y la de su seducción y posterior rechazo. Pero no sólo será objeto del deseo de Stretch, que cambiará por ella tanto física (se afeitará y se aseará para evitar su mal olor, causa del inicial rechazo de Mike) como psicológicamente, sino de la mayor parte de los componentes del grupo, especialmente de un lujurioso Lenghty (John Russell) que intentará violarla.


Tan sólo Dude (Richard Widmark) mostrará su indiferencia, al tratarse de un individuo ambicioso (disputará desde prácticamente el inicio del filme el liderazgo del grupo escasamente cohesionado a Stretch), sagaz y únicamente interesado en recuperar su estatus económico, perdido por culpa de otra mujer. De hecho en el enfrentamiento final “demostrará” que por sus venas no circula sangre sino oro. Su personaje anticipa, con ciertas matizaciones, a los que interpretó en otros dos memorables westerns: “El jardín del diablo” (Henry Hathaway, 1954) y “Desafío en la ciudad muerta” (John Sturges, 1958) película con la que esta presenta elementos en común.


Igualmente singular para la época es la visión que nos muestra de los pieles rojas, al presentárnoslos como víctimas de los engaños e incumplimientos del hombre blanco, representado por el agente federal de la reserva. Amigos del abuelo de Mike, respetarán la vida de los forajidos y accederán a volver a la reserva convencidos por las promesas de aquel.

Por otra parte, el filme supuso una apuesta de la Twentieth Century-Fox, y de su productor Lamar Trotti, por filmar un western de calidad, como lo atestigua tanto el personal artístico como técnico que participó en él. Así, se dispuso de Gregory Peck, una gran estrella, en el rol principal. Un hombre de gran determinación (decide atravesar el temible desierto de sal porque “un desierto es un espacio y los espacios se cruzan”) al frente de un grupo sin código de honor en el que cada individuo actúa buscando su propio interés. Le acompañaron perfectamente una recién oscarizada Anne Baxter que borda el papel de Mike, una de las mujeres con más carácter vista en este género, y un emergente Richard Widmark tras su impactante debut como el sádico Tommy Udo en “El beso de la muerte” (Henry Hathaway, 1947. Junto a ellos rostros habituales como Harry Morgan, que también había intervenido en “Incidente en Ox-Bow”, o John Russell, al que Clint Eastwood recuperó para el western en “El jinete pálido”.


La banda sonora fue encargada a Alfred Newman, un hombre de la casa de gran prestigio, que compuso un tema principal muy pegadizo; mientras que como director de fotografía nos encontramos con el gran Joseph McDonald, quien partiendo de unas imágenes luminosas en las escenas del desierto, acentuando de esta forma, junto con los planos generales de Wellman, la desolación y tortura de los personajes, las irá oscureciendo hasta alcanzar el más puro tenebrismo en las secuencias de interiores desarrolladas en el pueblo fantasma, sobre todo en la escena del duelo final. Esta, sin lugar a dudas, merece una consideración aparte.


Y es que nos encontramos con una escena que por su concepción, planificación, dirección, montaje e iluminación forma parte de la antología del western. Se trata de una gran secuencia silente (los largos silencios son otra de las características del filme que aumentan su dramatismo) en la que un inteligente Wellman nos hurta inicialmente el duelo y su resultado a través de la magnífica utilización del fuera de plano.

Así, seguiremos el enfrentamiento tan sólo por los fogonazos y el ruido de los disparos, y conoceremos su resultado, al igual que Mike, a medida que el personaje de Anne Baxter vaya encontrando los cadáveres de los pistoleros.


Escena admirable que convierte a “Cielo Amarillo” en un western indispensable para todo aficionado a este género en particular y al cine en general.