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lunes, 12 de diciembre de 2016

EL ROSTRO IMPENETRABLE

(One-Eyed Jacks - 1961)

Director: Marlon Brando
Guión: Guy Trosper y Calder Willingham. Basado en una obra de Charles Neider

Intérpretes:
- Marlon Brando: Johnny Río
- Karl Malden: Dad Longworth
- Katy Jurado: María Longworth
- Pina Pellicer: Luisa Longworth
- Slim Pickens: Lon Dedrick
- Ben Johnson: Bob Amory
- Larry Duran: Chico Modesto


Música: Hugo Friedhofer

Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Johnny Río: "¿Mi casa? Mi casa está donde dejo mi silla de montar"


SINOPSIS: Tras atracar un banco fronterizo, Johnny Río (Marlon Brando) es traicionado por Dad Longworth (Karl Malden), su compañero de fechorías, y a consecuencia de ello acaba detenido por los regulares mexicanos. Después de pasar cinco largos años en la prisión de Sonora, y ya libre, Johnny solo piensa en buscar a Dad y vengarse. Finalmente lo encuentra en Monterrey (México), donde Dad se ha convertido en un hombre respetable y ahora desempeña el cargo de Sheriff. Cuando conoce a Luisa (Pina Pellicer), la hijastra de Dad, Río decide posponer sus planes de venganza y seducir a la joven.


Aunque nunca sabremos qué hubiera sido de “El rostro impenetrable” si la hubiera dirigido Stanley Kubrick y la hubiera guionizado Sam Peckinpah (dos de los cineastas que quiso Brando para esta peli y que por diferentes motivos acabó descartando), lo que está claro —al menos por mi parte— es que el resultado final de esta larga, compleja y traumática producción fue, sin lugar a dudas, totalmente satisfactorio.


Naturalmente, soy muy consciente que este western tiene muchos detractores. En gran parte por su exagerado metraje (posiblemente le sobren quince o veinte minutos bien buenos) y, sobre todo, por el indisimulado narcisismo del propio Brando, que no supo ni quiso renunciar a ninguna de sus poses ni a ninguno de sus primeros planos favoritos.


Pero, aún así, me parece un gran western. Y me lo parece, en primer lugar, porque es un western estéticamente precioso. Porque no es habitual que un western se desarrolle a pie de playa y porque tampoco es habitual que un western cuente con un componente lírico tan significativo. Máxime cuando, además, ese impresionante mar embravecido que podemos observar en varias secuencias de la película posee —por si fuera poco— un rol metafórico (la pasión) absolutamente crucial en el desarrollo de la historia. Un mar azul que aún resulta más bello y espectacular cuando lo comparamos con el polvo o la arena del desierto mejicano, elementos que —del mismo modo— poseen un gran protagonismo en el inicio de la peli, cuando Dad y Río quedan a merced de los regulares tras el atraco y Dad sale a buscar ayuda con el único caballo del que disponen.


Aún así, uno de los grandes culpables de ese tono entre melancólico y crepuscular que evidencia “El rostro impenetrable” en todo momento es, sin lugar a dudas, el director de fotografía, Charles Lang Jr., quién no cejó hasta conferirle a la peli una pátina cromática muy particular.

  
Y aunque, como ya he dicho, es posible que a la película le sobren quince o veinte minutos, sigo creyendo —no obstante— que cuenta con un gran guión. No sólo porque considero que la historia es sumamente interesante (no en vano suma drama, romance, traición, venganza, y hasta un bonito duelo) sino porque tanto los personajes principales como los secundarios están muy bien definidos. Algo que no debería de extrañarnos en una peli (la única como director, por cierto) de Marlon Brando, un actor extraordinariamente metódico y perfeccionista. Por eso mismo confió precisamente en su amigo Karl Malden como pareja de baile (con quién ya había trabajado en “Un tranvía llamado deseo” y “La ley del silencio”, ambas de Elia Kazan) y por eso decidió que todos los personajes secundarios (Katy Jurado, Pina Pellicer, Slim Pickens, Ben Johnson y Larry Duran) tuvieran los diálogos y los minutos en pantalla necesarios. Sin restricciones de ningún tipo.




Para bien o para mal, sin embargo, este es un western “made in Marlon Brando”. Y aunque muchos digan que el duelo interpretativo lo ganó de calle Karl Malden, esa aura de misterio y magnetismo que desprende Johnny Río es absolutamente esencial para disfrutar de “El rostro impenetrable” como lo que realmente es: uno de los westerns más oscuros, místicos y atípicos de los 60. A mi parecer, por la gran complejidad y ambigüedad psicológica que muestra el personaje interpretado por Brando.


Como su título original indica (One-Eyed Jacks) Johnny Río personifica la J, esa carta de la baraja inglesa que muestra a una figura, de perfil, con un solo ojo. O lo que es lo mismo, las dos caras de una misma moneda. A veces antagónicas, duales, bipolares. Y a veces —también— herméticas, inescrutables, crípticas. Y de ahí, supongo, procede su libre traducción al castellano: “El rostro impenetrable”. El de un hombre dispuesto a cobrar venganza a toda costa pero que no dudará a esperar el tiempo que sea necesario para hacerlo en el momento oportuno.


Pero si “El rostro impenetrable” me parece un buen western es, sobre todo, por la gran cantidad de escenas que tiene para el recuerdo. Casi todas, además, impecables desde un punto de vista técnico o formal. Con buenos encuadres, angulaciones muy originales y esa fotografía a la que antes aludíamos, más tristona y macilenta de lo habitual.


Ah, y con esa preciosa banda sonora compuesta por Hugo Friedhofer, por supuesto. Me estoy refiriendo —por ejemplo— a la irrupción de los regulares en el burdel donde Dad festeja el exitoso atraco, a la detención de Johnny en el polvoriento desierto, a la llegada de Johnny a la casa de Dad en Monterrey, a la sesión de latigazos y al culatazo con el que Dad le destroza la mano a Johnny, al tiroteo en el bar con el hombre que maltrata a la mejicana, a la fuga de Johnny del calabozo o al espléndido duelo final entre Johnny y Dad.


Como podéis constatar, son unas cuantas. Y como ya os he dicho, muy bien rodadas. Solo por eso merece la pena ver este western. Sin prisas. Sin prejuicios. Sin manías. Yo creo, sinceramente, que el tiempo le ha hecho justicia a “El rostro impenetrable” y que, hoy día el western de Brando ya es —por derecho propio— una auténtica peli de culto.


 

jueves, 8 de diciembre de 2016

EL DÍA DE LA IRA

(I giorni dell`ira - 1967)

Director: Tonino Valerii
Guion: Ernesto Gastaldi y Tonino Valerii

Intérpretes:
- Giuliano Gemma: Scott Mary
- Lee Van Cleef: Frank Talby
- Walter Rilla: Murph
- Christa Linder: Gwen
- Pepe Calvo: Bill Blin


Música: Riz Ortolani

Productora: Sansone y Chroscicki
País: Italia/Alemania

Por: Güido MalteseNota: 6,5

Fank Talby: "Cuando dispares contra un hombre, mátalo... si no, antes o después, te matará él a ti"

 

La mayoría del gran público asocia el Spaghetti Western con Sergio Leone y Clint Eastwood debido a la famosa “Trilogía del dólar”. Cierto es que el director romano está muy por encima del resto de autores del western europeo y que fue imitado, aunque nunca igualado, hasta la saciedad. El boom que supuso su primer SW, “Por un puñado de dólares” y el éxito desmesurado de “La muerte tenía un precio” supusieron una avalancha de producciones europeas siguiendo la estela marcada por el maestro Leone y, justo es decirlo, por el gran Ennio Morricone que “inventó” una música muy propia del género y clave en el éxito de éste. Y aunque muy poco de lo hecho (más de 600 films) tenga un cierto interés cinematográfico, cierto es que se rodaron unos cuántos Spaghetti Western bastante dignos e interesantes. Y a uno de ellos, en mi opinión uno de los 10 mejores, voy a dedicar mi reseña de esta semana.


Tonino Valerii, el que fuera asistente de dirección del mismísimo Leone y había debutado como director un año antes con la aceptable “Cazador de recompensas", y el guionista (y también director) Ernesto Gastaldi gestaron el libreto de lo que sería uno de lo más reconocidos westerns rodados en Europa.


Para los papeles protagonistas se contó con dos de los grandes iconos que saltaron a la fama al inicio del género. Por un lado, Giuliano Gemma, que tras protagonizar “Una pistola para Ringo” en la que encarnaba a un pistolero simpatico y burlón, creó un nuevo héroe más “amable” pero igualmente mortífero y no dejó de encadenar éxitos, ganándose el cariño del público. Y cómo contrapartida, Lee Van Cleef, encumbrado a lo más alto del Spaghetti Western gracias a su mirada acerada, su rostro duro y anguloso y su gran presencia física y, por supuesto, gracias a sus intervenciones en “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo” (sin olvidar que antes del film que nos ocupa, protagonizó dos de los mejores westerns “mediterráneos”: “El halcón y la presa” y “De hombre a hombre”).


Gemma encarna a un muchacho, Scott Mary, de padre desconocido –uno de los detalles más crueles de la película- que es despreciado por casi todo el pueblo en el que vive y que sobrevive recogiendo los excrementos de sus vecinos casa por casa. Hasta que un día aparece Frank Talby (sensacional Lee Van Cleef, que inunda la pantalla cada vez que aparece) del que Scott desea aprender todo lo relacionado con desenfundar el revólver. El film narra la nada fácil relación paterno filial entre ambos y sus terribles consecuencias. Muy a destacar las lecciones que Talby irá enumerando a su alumno y que serán recordadas una a una en el desenlace final.

 El film se divide en dos partes bien diferenciadas y, al mismo tiempo, perfectamente ensambladas gracias a la psicología tan bien definida de sus personajes. Mientras Scott va cambiando a mejor, Frank decubre su verdadera personalidad revelando esa clase de hombre en el que uno no debe convertirse, midiendo con doble rasero la diferencia entre ley y justicia. Los dos personajes están muy bien tratados y el paulatino cambio que van incrementando se nos desvela linealmente, sin cambios bruscos y giros de guión inesperados tan presentes en el género. Valerii maneja perfectamente el libreto y consigue mantenernos interesados con la historia de principio a fin. Uno de los mayores aciertos es conservar el punto de vista de Scott, que mira a Talby con admiración, la misma que siente el espectador cuando aparece por primera vez a lomos de un caballo.


A medida que Scott va descubriendo que Frank es simple y llanamente un pistolero cuyos días se acaban y quiere asentarse en un lugar dónde tener un futuro conseguido a punta a revólver, el espectador también lo irá descubriendo. Y si los matices de los personajes no fuesen suficiente, Valerii evoca sin complejos el imaginario del western clásico (un revólver que perteneció a Doc Holliday, por ejemplo), mezclándolo con la violencia y suciedad del SW, pero sin llegar a los límites tan exagerados asentados por Sergio Leone. A destacar el duelo entre Talby y otro pistolero a lomos del caballo, algo bastante original y no visto anteriormente.

  
Valerii demuestra su profesionalidad plano a plano y encuadre tras encuadre, manejándose perfectamente y con todo bajo control en todo momento.


De gran elegancia visual y sin duda uno de los grandes momentos del género, es el duelo final que enfrenta al alumno, ya aventajado, con el maestro. Lo más llamativo será el alumno enumerándole a su maestro y aplicándole una a una, las mismas reglas que éste le enseñara. Una escena que, para mí, es puro Spaghetti Western.


Riz Ortolani compone un dinámico tema central que le va muy bien al film (¡que le pregunten a Tarantino!). La música acompaña perfectamente tanto a los personajes cómo a las situaciones.


Para terminar, recomendar sin duda alguna el visionado de este film y deciros que mi puntuación de 6,5 es en el contexto general del Western; en una puntuación centrada solamente en el SW tendría sin duda un 9. Y comentaros que éste fue el último “gran” Spaghetti Western de Lee Van Cleef, todo un icono del género.

jueves, 17 de noviembre de 2016

CIELO AMARILLO

(Yellow Sky) - 1948

Director: William A. Wellman
Guion: Lamar Trotti

Intérpretes:
- Gregory Peck: Stretch
- Richard Widmark: Dude
- Anne Baxter: Mike
- John Russell: Lenghty
- Harry Morgan: Half Pint
- Robert Arthur: Bull Run
- Charler Kemper: Walrus
 

Música: Alfred Newman

Productora: Twentieth Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9

"No creo que hagan nada salvo matarse el uno al otro, y el ganador se lo llevará todo" (Walrus inmediatamente antes del mortal enfrentamiento final)



William A. Wellman quizás sea el director más olvidado de la generación que comenzó en el cine mudo (Ford, Walsh, Hawks) a pesar de que rodó la primera película que obtuvo el Oscar al mejor filme (“Alas”, 1920) y de habernos dejado una filmografía con grandes títulos en diversos géneros: policíaco (“El enemigo público”, 1931), aventuras (“Beau Geste”, 1939), bélico (“También somos seres humanos”, 1945 o “Fuego en la nieve”, 1949) y, por supuesto, el western, con filmes del nivel de “Incidente en Ox-Bow” (ya comentado en este blog por Xavi, en la que realizó una profunda crítica de la ley de Lynch y, por tanto, de la construcción de los USA), “Caravana de mujeres” (filme reivindicativo del papel de la mujer en la conquista del Oeste), “Más allá del Misuri” (precedente del denominado western ecológico), “El rastro de la pantera” (en la que el protagonista, Robert Mitchum, debía enfrentarse a un gran felino) y la película que nos ocupa. Westerns que conforman un corpus de una gran coherencia y originalidad al presentarnos a unos personajes enfrentados a una naturaleza adversa y/o a una sociedad poco desarrollada.


En esta ocasión partiendo de un guion de Lamar Trotti , el mismo escritor que “Incidente en Ox-Bow” por lo que curiosamente ambas películas comienzan de la misma manera con unos vaqueros llegando a la ciudad y entrando a tomar una copa en el saloon, nos narra la historia de unos excombatientes convertidos en atracadores que tras asaltar el banco de un pueblo y al ser perseguidos por el ejército se refugiarán, una vez atravesado el terrible desierto de sal, en un pueblo fantasma (Yellow Sky), tan sólo habitado por un viejo minero y su nieta, que se convertirá en su particular infierno al desatarse sus más bajas pasiones (ambición, codicia, lascivia).


No es difícil establecer un paralelismo entre la historia de la película y la situación de los EEUU en el momento en que se rodó (1948) con miles de soldados que regresaron a casa tras combatir por medio mundo durante la II Guerra Mundial para sentir como la sociedad olvidaba o no reconocía como debía su sacrificio. Tema que fue abordado por películas como “Hasta el fin del tiempo” (Edward Dmytryck, 1946) o la más conocida y aclamada “Los mejores años de nuestra vida” (William Wyler, 1946). De ahí que cobre gran importancia la frase del abuelo de Mike refiriéndose al grupo de forajidos: “Creo que la guerra ha desmoralizado a muchos de estos jóvenes y los ha puesto en el mal camino”.


Otro elemento interesante que lo convierte en un western original es su contenido sexual. Contenido mostrado ya en la escena inicial en la que los forajidos contemplan un cuadro con la modelo semidesnuda y se acentúa con la presencia en Yellow Sky de Anne Baxter-Mike, personaje reprimido sexualmente, incluso su apodo es masculino, que mostrará su atracción-repulsión por Stretch en dos escenas clave: la de su pelea a cabezazos y la de su seducción y posterior rechazo. Pero no sólo será objeto del deseo de Stretch, que cambiará por ella tanto física (se afeitará y se aseará para evitar su mal olor, causa del inicial rechazo de Mike) como psicológicamente, sino de la mayor parte de los componentes del grupo, especialmente de un lujurioso Lenghty (John Russell) que intentará violarla.


Tan sólo Dude (Richard Widmark) mostrará su indiferencia, al tratarse de un individuo ambicioso (disputará desde prácticamente el inicio del filme el liderazgo del grupo escasamente cohesionado a Stretch), sagaz y únicamente interesado en recuperar su estatus económico, perdido por culpa de otra mujer. De hecho en el enfrentamiento final “demostrará” que por sus venas no circula sangre sino oro. Su personaje anticipa, con ciertas matizaciones, a los que interpretó en otros dos memorables westerns: “El jardín del diablo” (Henry Hathaway, 1954) y “Desafío en la ciudad muerta” (John Sturges, 1958) película con la que esta presenta elementos en común.


Igualmente singular para la época es la visión que nos muestra de los pieles rojas, al presentárnoslos como víctimas de los engaños e incumplimientos del hombre blanco, representado por el agente federal de la reserva. Amigos del abuelo de Mike, respetarán la vida de los forajidos y accederán a volver a la reserva convencidos por las promesas de aquel.

Por otra parte, el filme supuso una apuesta de la Twentieth Century-Fox, y de su productor Lamar Trotti, por filmar un western de calidad, como lo atestigua tanto el personal artístico como técnico que participó en él. Así, se dispuso de Gregory Peck, una gran estrella, en el rol principal. Un hombre de gran determinación (decide atravesar el temible desierto de sal porque “un desierto es un espacio y los espacios se cruzan”) al frente de un grupo sin código de honor en el que cada individuo actúa buscando su propio interés. Le acompañaron perfectamente una recién oscarizada Anne Baxter que borda el papel de Mike, una de las mujeres con más carácter vista en este género, y un emergente Richard Widmark tras su impactante debut como el sádico Tommy Udo en “El beso de la muerte” (Henry Hathaway, 1947. Junto a ellos rostros habituales como Harry Morgan, que también había intervenido en “Incidente en Ox-Bow”, o John Russell, al que Clint Eastwood recuperó para el western en “El jinete pálido”.


La banda sonora fue encargada a Alfred Newman, un hombre de la casa de gran prestigio, que compuso un tema principal muy pegadizo; mientras que como director de fotografía nos encontramos con el gran Joseph McDonald, quien partiendo de unas imágenes luminosas en las escenas del desierto, acentuando de esta forma, junto con los planos generales de Wellman, la desolación y tortura de los personajes, las irá oscureciendo hasta alcanzar el más puro tenebrismo en las secuencias de interiores desarrolladas en el pueblo fantasma, sobre todo en la escena del duelo final. Esta, sin lugar a dudas, merece una consideración aparte.


Y es que nos encontramos con una escena que por su concepción, planificación, dirección, montaje e iluminación forma parte de la antología del western. Se trata de una gran secuencia silente (los largos silencios son otra de las características del filme que aumentan su dramatismo) en la que un inteligente Wellman nos hurta inicialmente el duelo y su resultado a través de la magnífica utilización del fuera de plano.

Así, seguiremos el enfrentamiento tan sólo por los fogonazos y el ruido de los disparos, y conoceremos su resultado, al igual que Mike, a medida que el personaje de Anne Baxter vaya encontrando los cadáveres de los pistoleros.


Escena admirable que convierte a “Cielo Amarillo” en un western indispensable para todo aficionado a este género en particular y al cine en general.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

CARAVANA DE PAZ

(Wagon Master) - 1950

Director: John Ford
Guion: Frank S. Nugent y Patrick Ford

Intérpretes:
-Ben Johnson: Travis
-Ward Bond: Elder Wiggs
-Joanne Dru: Denver
-Harry Carey Jr.: Sandy
-Charles Kemper: Shiloh Clegg
-Jane Darwell: Sister Ledyard
-Russell Simpson: Adam Perkins
-James Arness: Floyd Clegg

Música: Richard Hageman

Productora: RKO Pictures - Argosy Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

No disparo a hombres. Solo a serpientes (Travis a Elder refiriéndose a los Clegg)



SINOPSIS: Travis y Sandy son dos jóvenes tratantes de caballos que aceptan guiar a un grupo de mormones desde el este del país hasta las fértiles tierras del valle de San Juan (California). Durante el viaje se les unirán un trío de artistas y curanderos ambulantes y un grupo de forajidos, los Clegg, a quienes persigue la justicia.



A caballo entre sus primeras obras maestras (“La diligencia”, “Las uvas de la ira”, “¡Qué verde era mi valle!”, “Pasión de los fuertes” o la trilogía de la caballería) y sus obras de madurez (“El hombre tranquilo”, “Centauros del desierto” o “El hombre que mató a Liberty Valance”), “Caravana de paz” no es, ni por asomo, uno de los grandes títulos de John Ford. Y no lo es por una sencilla razón: porque John Ford tiene obras maestras a mansalva. Como poco, diez mejores que ésta. O, al menos, mucho más conocidas.



También es posible que no la consideremos una obra maestra porque, obviamente, nos estamos refiriendo a un western de bajo presupuesto. Sin demasiados recursos, sin actores de relumbrón y pocas o nulas pretensiones. Aún así, “Caravana de paz” me parece —indudablemente— un gran western. Y me lo parece, entre otras cosas, porque sintetiza a la perfección lo que para John Ford era un western. Porque lo dirigió sin presiones, sin ataduras, sin imposiciones. Con total y absoluta libertad creativa. Y eso, naturalmente, se nota.



Precisamente, por eso, me gusta “Caravana de paz”. Porque esa simplicidad, esa naturalidad, esa ingenuidad que para muchos constituye el pequeño gran handicap de este western para mi es, paradójicamente, su pequeño gran acierto. Porque a veces, muchas veces, menos es más. Porque muchas veces las grandes historias, los grandes intérpretes y las grandes secuencias no nos permiten ver o apreciar detalles más banales o triviales en los que, precisamente, se encuentra la verdadera esencia de un cineasta. Como en “Caravana de paz”, por ejemplo. Un western cuyo escueto guión y modestos actores (todos ellos secundarios, por cierto, en otros films del maestro) no maquillan ni camuflan a un John Ford en estado puro. Espontáneo, desatado y libre como el viento.



Así pues, yo diría que el sencillo guión de esta peli (de cariz prácticamente semidocumental, por cierto) viene a ser —a mi juicio— como una especie de hábil pretexto para dar rienda suelta a las célebres constantes “fordianas” de su autor. A todas y cada una de ellas.



Empezando por ese espectacular Monument Valley donde Ford parecía sentirse como pez en el agua, continuando por ese gran sentimiento de pertenencia a una comunidad que simboliza la propia caravana y que tanto apreciaba Ford, prosiguiendo por ese inconfundible, peculiar y genuino sentido del humor que tan presente está en todas sus pelis y acabando por ese espléndido homenaje a los personajes secundarios de todos sus filmes a los que siempre respetó de forma cuasi religiosa. Máxime teniendo en cuenta, además, que los dos protagonistas principales de “Caravana de paz” (Ben Johnson y Ward Bond) fueron, habitualmente, secundarios en muchas otras pelis suyas.



Que lo más sorprendente o valioso de esta peli esté en los pequeños detalles (en las carretas vadeando el río, en un cubo llenándose de agua, etc…) y en aspectos total y absolutamente cotidianos (como el baile nocturno, por ejemplo) no significa —sin embargo— que “Caravana de paz” carezca de valores, digamos, más trascendentales. Y es que no olvidemos que una travesía de estas características debe poseer, naturalmente, un componente épico. No sólo porque en el trayecto pueden aparecer indios, sino porque también pueden aparecer forajidos y también puede escasear la comida y el agua.



Pero, básicamente, porque un viaje de este tipo requiere que tanto los caballos como los hombres tiren del carro. Los primeros, físicamente. Y los segundos, mental o espiritualmente. Algo que, sin lugar a dudas, harán este grupo de mormones. Gente de fe y convicciones a prueba de bombas. Y eso es, precisamente, lo que convierte esta larga y peligrosa peregrinación en una epopeya, en una odisea, en un auténtico éxodo. En una “road movie”, en definitiva, de claras e incuestionables resonancias bíblicas.



Ocho sólidas estrellitas, pues, para un western que reúne lo mejor de John Ford y que, pese a su modestia y cotidianeidad, también contiene la justa y necesaria proporción de violencia (sobre todo al principio y al final) que debe atesorar cualquier peli del oeste que se precie. Ah, y frases memorables también. La que encabeza esta crítica, por citar alguna, es un buen ejemplo.



viernes, 28 de octubre de 2016

DUELO EN DIABLO

(Duel at Diablo) - 1966

Director: Ralph Nelson
Guion: Marvin H. Albert y Michael M. Grilikhes

Intérpretes:
- James Garner: Jess Remsberg
- Sidney Poitier: Toller
- Bibi Andersson: Ellen Grange
- Dennis Weaver: Willard Grange
- Bill Travers: Teniente Scotty McAllister
- William Redfield: Sargento Ferguson
- John Hoyt: Cheeba
- Ralph Nelson: Coronel Foster

Música: Neal Hefti

Productora: United Artist/Cherokee Production
País: Estados Unidos

Por: Güido MalteseNota: 6,5

Toller: ¿Por qué lo ha hecho McAllister? 
McAllister: ¡Le hubiera matado Toller!
Toller: Sólo pregunté cuánto pedía por la cabellera de una india... 
McAllister: ¡Esa india era su esposa!


En un paraje desértico del sur de Arizona, el ex explorador del ejército Jess Remsberg salva a una mujer de los apaches. Cuando emprenden la marcha hacia Fort Creel, la cámara se eleva hacia el cielo para deleitarnos con una tomas aéreas bastante conseguidas de un territorio inhóspito y agreste mientras una pegadiza y agradable melodía, muy alejada de los cánones del western, empieza a sonar y se nos desvelan los títulos de crédito. Hay una cosa que me ha enganchado enseguida... ¡Los apaches son de los que me gustan! Apaches sin colorines, con largas cabelleras, pantalones, taparrabos, botas altas....¡”Mis apaches”!. Encima, los protagonistas no me disgustan nada, aunque aún no entiendo muy bien que pinta la “bergmaniana” Bibi Andersson en un western; Siempre me ha agradado ver a Garner en pantalla y me seduce ver a Poitier en su primer western. Vamos bien, de momento el film cuenta con toda mi atención...


Una vez llegados a Fort Creel, el irregular Nelson (también en su primer western, al que unos años más tarde le seguiría “Soldado Azul”) procede a presentarnos los personajes que van a componer la trama. Por un lado tenemos al ya citado Remsberg, un explorador que dejó el ejército para dar caza al asesino de su mujer comanche. Toller, un ex sargento de color, ambicioso y de gatillo fácil, que se dedica a domar y vender caballos al ejército con la pretensión de ganar dinero y montar una casa de juego. McAllister, teniente y antiguo compañero de Remsberg, que necesita la ayuda de este para llevar un cargamento de municiones a Fort Concho. Y, finalmente, Willard y Ellen Granger; ella ya sabemos que fue raptada por los apaches, pero por él sabemos que ella volvió con ellos por segunda vez y apreciamos el desprecio que Willard siente por su esposa.

De esta manera, nos es presentada una trama en la que se incluyen diversos temas recurrentes en el género: la caballería, los apaches sanguinarios, la venganza, la ambición, la amistad, el racismo, el mal trato recibido por los indios en las reservas y la trama que incluye una figura femenina.

Con esta presentación de personajes y la información necesaria para el espectador, se inicia el viaje hacia Fort Concho a través de un territorio en manos de Cheeba y sus apaches escapados de la reserva de San Carlos y sembrando el terror por toda la región.


Y sin andarse con vaguedades, el director nos ofrece enseguida un ataque indio muy bien rodado, con escenas de acción bien definidas, artimañas apaches perfectamente presentadas, así como sus tácticas guerrilleras para atacar el convoy. Y no falta también la contraposición de la caballería, que también usa sus conocimientos para repeler el ataque de la mejor manera posible. Para ser el primer western del director, debo felicitarle por la manera de rodar dicha batalla (me hizo incluso pensar en Ford y “La Legión Invencible”). 


A partir de aquí, se nos desvelará porqué Ellen siempre intenta volver con los apaches: cuando la raptaron tuvo un hijo y ese niño es el nieto de Cheeba. También veremos la transformación de Willard (cuando Remsberg la trae de vuelta la primera vez, su comentario deja claros sus sentimientos: “Ha muerto mi caballo y tú vives, preferiría lo contrario”) al conocer los motivos de su mujer al escaparse y nos percataremos de que sigue enamorado de ella y como Toller y McAllister irán dejando atrás la animadversión mutua para establecer una relación de respeto recíproca. También descubriremos la sutil atracción mutua entre Ellen y Remsberg. Justo antes de la salida de Fort Creel, ella vuelve a huir con los apaches y Jess vuelve a traerla de vuelta, esta vez con el niño en sus brazos.


Pero estamos en un western de “acción”, y esta no decae. Después del ataque, los supervivientes se han quedado sin agua y sin provisiones. McAllister elabora un plan para llegar al cañon del Diablo, único sitio con agua entre ellos y Fort Concho y envía a Remsberg a por refuerzos. Al iniciar la maniobra para engañar Cheeba y sus hombres, un herido y maltrecho McAllister exclama; “Vamos en busca de una tumba...o de la victoria”.


La estrategia tiene éxito, pero el grupo queda cercado en el cañon, esperando a Jess y los refuerzos del Coronel Foster (papel que interpreta el propio Nelson). Ante la gravedad de las heridas del teniente, el leal sargento Ferguson le pide a Toller (que ya había combatido a los indios) que tome el mando de la tropa. Pero los apaches causan bajas por doquier y capturan a Willard, al que torturan durante toda la noche para minar la moral de los supervivientes. Finalmente llegarán los refuerzos y Cheeba y sus hombres serán capturados y devueltos a la reserva.

En definitiva, aunque este western no aporta nada nuevo al género, estamos ante un film bastante entretenido, muy bien realizado y con muchas dosis de acción y mucha violencia. A pesar que presentarnos a unos apaches crueles y sanguinarios (“Ellen: ¿Vas a matarme? Cheeba: No, te enterraré viva en la tumba de mi hijo, junto a su cuerpo”), también se les dan razones de peso para justificar su comportamiento: “McAllister: eso quiere decir que Cheeba viene por el norte matando a todo el que se encuentra. Remsberg: No le faltan razones Scotty. Los apaches han sido encerrados en esa infernal reservade San Carlos engañados, perseguidos, asesinados...”

 

El director resuelve perfectamente las escenas de acción y sabe utilizar la cámara en los espacios abiertos; me reitero en las imágenes aéreas del inicio....muy conseguidas.


Si os gusta la acción, la caballería y los apaches, no quedaréis defraudados y pasaréis un buen rato disfrutando del film, que no tiene altibajos y giros extraños de guión que entorpezcan el visionado o hagan decaer lo que esperamos de él: una buena “peli de vaqueros” sin más pretensión que entretener al espectador aficionado.

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Por: Xavi J. PruneraNota: 6,5
 
SINOPSIS: El teniente McAllister (Bill Travers) recibe la orden de transportar un cargamento de municiones a través de territorio apache. Para ello sólo cuenta con un pequeño destacamento formado por inexpertos soldados de caballería. Les acompaña Jess Remsberg (James Garner), un veterano explorador del ejército que intenta encontrar a Ellen Grange (Bibi Andersson), una cautiva de los apaches que, después de haber sido liberada, inexplicablemente ha vuelto con ellos. A ellos se les une Tollen (Sidney Poitier), un elegante y cínico hombre de negocios, y Willard Grange (Dennis Weaver), un mezquino comerciante más interesado en aprovechar la presencia de la caballería para llevar sus mercancías a Fort Concho que no en colaborar en el rescate de su esposa. 


Si “Duelo en Diablo” fuera un clásico diría de él que la historia me parece excesivamente trillada. Que al reparto le falta algún intérprete de relumbrón. Que poco aporta al género y que no destaca especialmente en nada. Pero como no es el caso, voy a ser todo lo bondadoso que pueda con este “western de fondo de armario” (como leí no sé dónde) y procuraré destacar todos los aspectos positivos que he detectado en él.


Para empezar diré, por ejemplo, que su secuencia-prólogo me encanta. Que eso de empezar con un tío colgando bocabajo y con Garner y los apaches intercambiando disparos me parece cojonudo. Pero si algo me parece poco menos que magistral de esta primera secuencia es ese travelling que —poco antes de los títulos de crédito— retrocede poco a poco hacia atrás mientras la cámara se eleva y nos muestra una imagen aérea del desierto de Utah absolutamente espectacular.


A partir de aquí señalar, esencialmente, que nos hallamos ante un western de acción. Ante un western que —más que sentar cátedra— lo que pretende es entretener al personal con una historia convencional y unas secuencias de peleas, tiroteos y emboscadas muy bien rodadas. Con pulso, energía y dinamismo. Y en eso nada podemos reprocharle a Ralph Nelson, su director, un tipo que cumple y con creces con un western que hará las delicias de los que buscan en este género un más que digno producto de distracción con todos sus elementos iconográficos (indios, rastreadores, caravanas, caballería…) perfectamente ordenados y dispuestos para lo que haga falta.


Naturalmente, “Duelo en Diablo” no es sólo eso. Nelson intenta abordar con cierto ahínco, por ejemplo, el problema del racismo y el mestizaje en la sociedad de la época, pero la verdad es que —al final— todo ello queda bastante difuso y/o diluido. Sin que podamos llegar a deducir o a interpretar nada concreto de su supuesto mensaje. Aún así, los comportamientos y actitudes de los cinco protagonistas al respecto no dejan de ser realmente curiosos e interesantes.


Y poco más. Añadir, quizás, que otro de los máximos alicientes de “Duelo en Diablo” son sus extraordinarios paisajes (buena fotografía de Charles F. Wheeler), que la inquietante banda sonora de Neal Hefti no está nada mal, que pese a no tener ningún intérprete de relumbrón los cinco protagonistas (Garner, Poitier, Andersson, Travers y Weaver) ejecutan su trabajo de forma bastante correcta y solvente y que —no siendo esta peli nada del otro jueves— tampoco deja de ser, en líneas generales, un western que se deja ver con sumo agrado.