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jueves, 13 de septiembre de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO DE LA FRONTERA

(The last of the fast guns, 1958)

Dirección: George Sherman
Guion: David P. Harmon

Reparto:
- Jock Mahoney: Brad Ellison
- Gilbert Roland: Miles Lang
- Linda Cristal: María O’Reilly
- Eduard Franz: Padre José
- Lorne Greene: Michael O’Reilly
- Carl Benton Reid: John Forbes
- Edward Platt: Samuel Grypton
- Eduardo Noriega: Córdoba
- Jorge Treviño: Manuel

Música: Hans J. Salter, Herman Stein
Productora: Universal International Pictures. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 6’5.

”Siempre piensa usted en violencia. No se puede morir en paz” “Yo nací en la violencia, padre” “Pues quédese en las colinas, hijo, y sólo eso morirá” Conversación entre el padre José y Brad Ellison.




A medida que he podido acceder a la filmografía wéstern durante la segunda mitad de la década de los cincuenta de Jock Mahoney, he comprobado que la mayoría de sus películas, si bien no son obras maestras, se caracterizan por su singularidad y por la presencia de elementos originales. Este hecho no sé si es debido a la casualidad, a la buena elección de los guiones por parte del actor o al hecho de que la Universal le reservara de alguna forma este tipo de filmes; pero, en todo caso, el resultado es su presencia como protagonista en un puñado de cintas de gran atractivo para los aficionados al género.


Así, entre sus wésterns podemos destacar: “Lucha de poder” (Charles F. Haas, 1956), un filme con una profunda carga dramática en torno a la relación entre dos amigos-rivales marcada por las secuelas de la Guerra de Secesión y un trágico accidente ocurrido en el pasado; “Un día de furia” (Harmon Jones, 1956), wéstern crepuscular sobre el extraño vínculo establecido entre un pistolero y un sheriff que se desarrolla durante un solo día y sirve para mostrarnos una sociedad caracterizada por su hipocresía y violencia; “Joe Dakota” (Richard Bartlett, 1957), drama con elementos cómicos con la codicia y la identidad como temas principales que presenta semejanzas en su desarrollo con “Conspiración de silencio” (John Sturges, 1955) al narrar la llegada de un forastero a un pueblo cuyos habitantes comparten un secreto vergonzante; “Dinero, mujeres y armas” (Richard Bartlett, 1957), mixtura entre wéstern y thriller en la que un investigador privado debe encontrar a los herederos de un minero asesinado, así como al hombre que lo mató; y la película objeto de esta reseña. 



ARGUMENTO: John Forbes, un viejo paralítico, contrata a un pistolero, Brad Ellison, para que encuentre a su hermano desaparecido en México hace varios años. El pistolero que, con los veinticinco mil dólares prometidos ve la posibilidad de cambiar de vida, contará con una única pista: una moneda de dólar con el águila en ambas caras que poseen tan sólo John y su hermano.


La película cuenta con una escena de apertura antológica, me atrevería a decir que es el mejor inicio de los wésterns que he visto firmados por Sherman. Un prodigio de síntesis que muestra las habilidad narrativa de su director y posee una carga simbólica profunda. Una secuencia prácticamente silente en la que parece anunciar, tanto en la utilización del montaje como en la composición de los planos, los wésterns de la década siguiente.


A partir de esa escena, Sherman nos introduce en una historia, a caballo entre el wéstern y el thriller, más profunda de lo que podría parecer, en la que el protagonista, un asesino a sueldo, aceptará el peligroso encargo de buscar a un hombre desaparecido en México (1), misión en la que ya han perdido la vida dos hombres. Pero a lo largo del filme asistiremos, junto al viaje físico al país vecino, al viaje interior de nuestro antihéroe, quien desde el inicio comprende que está ante la posibilidad no sólo de labrarse una nueva vida alejada de la violencia y la muerte, sino también de alcanzar la paz interior; porque, como afirma al comienzo de la película, en su profesión: “Cuando das vueltas no dejas de mirar hacia atrás y siempre te persigue alguien”. 


Para comprender la crisis existencial del protagonista la acción de la película se sitúa a finales del siglo XIX, época de grandes cambios que supusieron el fin de una sociedad basada en la ley del más fuerte; por lo que los pistoleros que hicieron de su rapidez con el revólver su medio de vida han desaparecido o se comportan como espectros que comienzan a darse cuenta de su condición al estar sus días contados. Este hecho, que confiere un tono crepuscular al filme y lo entronca con la visión nihilista de los wésterns dirigidos por Sam Peckinpah, queda perfectamente reflejado en otras escena en la que Brad Ellison se reúne en una hacienda mejicana (México parece ser el último refugio de los pistoleros) con otros “colegas de profesión”, entre los que se encuentran Johnny Ringo y James Younger, y charlan sobre su dramática situación, recordando a compañeros desaparecidos como Jesse James o Billy el Niño. Secuencia en la que, en definitiva, se nos muestra a unos individuos cuyo tiempo ha pasado al no tener cabida en el nuevo mundo en construcción.


Y será definitivamente en el país vecino en el que se produzca la “muerte” del pistolero y el nacimiento de un nuevo Brad, sobre todo a través de su contacto con tres personas: el ranchero Michael O’Reilly, un hombre capaz de dar una segunda oportunidad a aquellos que la necesitan sin juzgar su pasado; María O’Reilly promesa de una futura vida en común; y, sobre todo, el Padre José quien vive en las montañas y ha abandonado el mundo material para encontrar la paz y la felicidad.


Jock Mahoney (2) se muestra correcto como Brad Ellison, una especie de ángel de la muerte vestido totalmente de negro y con un caballo del mismo color. Su estilo interpretativo, algo hierático, era muy apropiado para dar vida a un individuo reservado y desconfiado (llega a responder a John Forbes cuando este le dice que parece muy cuidadoso, “Se puede elegir, ser cuidadoso o morir”), al mismo tiempo que es consciente de que el sol se está poniendo para los hombres como él y busca desesperadamente un cambio que le permita vivir más allá de los treinta años. Así se lo hace saber al padre José cuando este le advierte “El tiempo pasa rápido, no hace falta que se dé prisa” y él contesta “No me doy prisa, se me está echando encima”.


El veterano Gilbert Roland (3) le da perfecta replica en el papel de Miles Lang, capataz de Michael O’Reilly, que se convertirá en su compañero de aventuras tras haberle salvado la vida el pistolero con unas boleadoras (objeto que cobrará una gran importancia en la resolución del filme). Tanto su estilo interpretativo, más expresivo, como su vestimenta y caballo, de color blanco, contrastan y complementan perfectamente a Jock Mahoney.




Junto a ellos rostros que se harían muy populares gracias a distintas series de televisión (4): Lorne Greene como Michael O’Reilly, Linda Cristal en el papel de María y Edward Platt dando vida a Samuel Grypton, el encargado del rancho-refugio de los pistoleros.


Por otra parte, desde el punto de vista técnico la película está muy cuidada, destacando la labor de Alex Philips, un extraordinario director de fotografía que curiosamente se asentó y trabajó fundamentalmente en México; además de contar con una banda sonora variada y muy apropiada y unos excelentes diálogos escritos por David P. Harmon, profesional que desarrolló su carrera básicamente en televisión, superiores al propio guion, también escrito por él, que va perdiendo fuelle a medida que se desarrolla la historia, y adolece de un giro previsible y un final algo precipitado.



En definitiva “El último pistolero de la frontera” es una clara muestra del buen hacer de George Sherman, un gran artesano con una filmografía de casi ciento treinta títulos, entre ellos innumerables wésterns, rodados durante cuatro décadas y cuya trabajo ha sido generalmente subestimado, aunque en la actualidad está siendo objeto de estudio y revisión.


(1) A mediados de la década de los cincuenta Hollywood ambientó bastantes wésterns en el país vecino. El propio Sherman en 1955, y coprotagonizado también por Gilbert Roland, había rodado “El tesoro de Pancho Villa”, otro wéstern situado en México basado en la relación entre un aventurero extranjero y un revolucionario mexicano. Este tipo de vínculo sería habitual una década después en los llamados Zapata wésterns filmados por directores europeos.



(2) Jock Mahoney comenzó como doble de estrellas de la talla de John Wayne y Gregory Peck, para asentarse como actor, sobre todo protagonizando wésterns, en los años cincuenta; mientras que en la década siguiente, dado su espectacular físico, interpretó para la pantalla grande tres entregas de las aventuras de Tarzán. Como curiosidad comentaros que fue el padrastro de Sally Field.

 (3) Gilbert Roland, nacido en México, inició su periplo hollywoodiense durante el cine silente y alargó su carrera hasta la década de los ochenta, incluso rodó en apenas dos años cinco wésterns en Europa. Dentro de este género sus papeles más importantes fueron el de Juan Herrera en “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) y el de Dull Knife en “El gran combate” (John Ford, 1964), pero siempre será recordado por su interpretación de Víctor Ribero en la obra maestra de Vincente Minelli “Cautivos del mal” (1952).

(4) Lorne Greene se hizo mundialmente famoso como Ben Cartwright, dueño del rancho La Ponderosa, en la serie “Bonanza” (1959-1973). Linda Cristal, nacida en Argentina, es conocida en este género, además de por sus intervenciones en “El Alamo” (John Wayne, 1960) y “Dos cabalgan juntos” (John Ford, 1961), por su participación en la serie “El Gran Chaparral” (1967-1971). Edward Platt encarnó durante cinco años al jefe de Maxwell Smart en la serie satírica “Superagente 86”

jueves, 15 de febrero de 2018

UNA BALA SIN NOMBRE

(No name on the bullet, 1959)

Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker

Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce

Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.



Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).



Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.



En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.



Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.


ARGUMENTO: Con la llegada a la ciudad de Lordsburg de John Gant, un afamado asesino a sueldo, se romperá la paz del lugar al no saber sus habitantes quién será el destinatario de las balas del pistolero.



En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.



Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.



A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.





Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong);  y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.



Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.



La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.



Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.



Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta.